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Santiago Beruete.
«Pensar que somos superiores a las plantas es un gran error»

«Pensar que somos superiores a las plantas es un gran error»

Santiago Beruete ·

El filósofo explora la relación entre los seres humanos y la naturaleza en el libro 'Verdolatría'

Álvaro Soto

Madrid

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Jueves, 1 de enero 1970

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Desarraigo, vegetar, laureles, humildad. El léxico que remite a la naturaleza salpica el lenguaje, una relación que el filósofo Santiago Beruete (Pamplona, 1961) explora en el delicioso libro 'Verdolatría'. La naturaleza nos enseña a ser humanos' (Turner). Con erudición y sin extremismos, este tratado sobre los vínculos entre la humanidad y los vegetales invita a reflexionar acerca del medio ambiente, tan maltratado, y de la visión zoocéntrica que los humanos han dado a la historia. «Pensar que somos superiores a las plantas es un gran error», afirma Beruete, y hasta los datos avalan esta sentencia: «El 99,7% de la biomasa del planeta es vegetal, frente al 0,3% que es animal».

«Las flores han manipulado a los hombres con sus colores, sus aromas, han conseguido que las tratemos de maravilla. Ha sido su estrategia de supervivencia, igual que alimentarse por sí mismas, en contraposición a los mamíferos, que preferimos huir cuando llega el peligro», cuenta el escritor en su segunda incursión en la 'filosofía vegetal' después de 'Jardinosofía'. «En alguna parte de nuestro cerebro, añoramos el bosque».

En 'Verdolatría', Beruete pasea por lugares de ensueño, como el jardín de Versalles, que considera «una gran máquina de intimidar». «Allí llevaba Luis XIV a los embajadores extranjeros para infundirles temor. Los extranjeros se iban con la impresión de que si el rey era capaz de dominar así la naturaleza, qué no haría con sus países». Una 'diplomacia verde' que, sorprendentemente, también funciona ahora. «En Corea del Norte, cada querido líder ha tenido su planta. La orquidea híbrida de color púrpura, la planta nacional, se llama 'kimilsungía', como el fundador de la dictadura comunista, Kim Il-sung. Han conseguido incluso que florezca coincidiendo con el cumpleaños del Jefe del Estado», subraya el autor, que invita a observar cómo, en los desfiles militares norcoreanos, destacan primero los misiles y después, las plantas. «Son una imagen para reforzar la autoridad», apunta. «A los jardines se les pone nacionales etiquetas, inglés, francés, y eso no es inocente».

Los vegetales sirven, además, para expresar estados de ánimo: el jardín zen, en busca de la tranquilidad; la rosa roja, amor y pasión; los crisantemos, la muerte. Y también muestran los pecados capitales, con la avaricia a la cabeza. La primera gran crisis global de la historia fue la provocada por los tulipanes de Holanda y ahora, en el mismo país, el Flora Holland es un gigante mercado de flores, «más grande y menos humanizado que la Bolsa de Londres», donde se mercadea con las plantas. «Una orquidea puede salir de Colombia, llegar a Holanda y viajar a Madrid en cuestión de horas. El ramo de flores con el que queremos enamorar a una mujer o las rosas que mandamos para ganarnos el favor de nuestra suegra forman parte de una compleja industria que no llegamos a conocer», apunta Beruete.

'High Line' de Nueva York y el jardín de los Mowglys

En el libro se habla de experiencias que han florecido en todo el globo y que tienen en común haber hecho del mundo un lugar mejor. Así, los jardines de los Mowglys, una actividad con jóvenes conflictivos que los acercó a la disciplina. O el 'High Line' de Nueva York, un jardín urbano sobre una antigua línea de ferrocarril de la ciudad que se ha convertido en uno de los pulmones de la ciudad, aunque ahora también se esté viendo acosado por la gentrificación. Sostiene Beruete que lo natural debe ser de verdad natural y que cuando comienzan a triunfar palabras como 'ecoeficiente', 'bioclimático' o 'sostenible', «aquello se convierte en un objeto de lujo y traiciona los ideales que dice defender».

En el alocado siglo XXI, la naturaleza aparece como el último refugio físico y mental. «Uno de los placeres más genuinos es ver crecer las plantas, igual que ver crecer a los seres humanos. Quien es capaz de llevar con éxito una huerta también es capaz de criar a un hijo», dice Beruete, usando una de las analogías de las que está lleno el libro. «Los urbanitas vuelven a la naturaleza para recuperar sus ritmos vitales porque sienten que se están perdiendo algo. El tiempo en la naturaleza es otro y reconecta con nuestros ritmos vitales», añade.

«El jardinero va a la fiesta de la naturaleza vestido de mendigo», apunta el autor, que opina que la naturaleza enseña mucho también sobre la futilidad de las fronteras. «En los bosques no hay límites, hay codependencias, allí se crean mallas de conexión que a la vez hacen brotar música del subsuelo», asevera.

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