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El soldado norteamericano Carl Line, fumando, durante la guerra de Vietnam. Kent Potter
«La guerra es una fábrica de adictos»

«La guerra es una fábrica de adictos»

Lukasz Kamienski repasa el uso militar de las drogas

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Lunes, 6 de noviembre 2017, 10:17

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Las huestes faraónicas, las de Alejandro Magno o Gengis Kan, las legiones romanas, los guerreros zulúes y apaches, las hordas vikingas y cosacas, los ejércitos napoleónicos, zaristas, estalinistas o nazis, los marines, los kamikazes y los yihadistas... Todos fueron, van e irán a la guerra colocados. El subidón bélico y el abuso de todo tipo de drogas en el campo de batalla y en la retaguardia es real e incontestable. Pero nadie había escrito, hasta ahora, la historia de este milenario binomio que Lukasz Kamienski (Cracovia, 1976) analiza y desmenuza en ‘Las drogas en la guerra’ (Crítica).

«La guerra es en sí misma un estupefaciente formidable y una fábrica de adictos», resume el historiador y analista político polaco, profesor de la Universidad Jaguelónica, en un ensayo apasionante. Relata cómo el opio, el vino, el vodka, los hongos, las anfetaminas, la morfina, la cocaína, la heroína, la pervitina (‘speed’) o el captagón que enardece hoy a los yihadistas infundieron e infunden valor y fiereza en combate y aplacan el dolor y el terror de soldados de todas los tiempos, culturas y latitudes. Una historia «ocultada por el cinismo de muchos historiadores y la hipocresía de unos gobiernos que repartían drogas a sus ejércitos y la restringían a los ciudadanos».

De Troya a Vietnam, de las guerras púnicas a Verdún, Galípoli y Siria, todas las guerras y batallas son narcóticas. «Las drogas son parte del rancho militar desde los albores de la historia», explica Kamineski. «La primera fue el opio, según los arqueólogos y Homero. Llegó a Grecia a través de Egipto. Lo mezclaron con el vino y nació la bebida del olvido, el nepente, que adormecía el dolor y hacía olvidar los males», apunta. Es el principio de la interminable historia de los estupefacientes y la guerra cuyo punto álgido sitúa Kamienski en Vietnam y para la que «no hay punto final».

De los vikingos a los Seals, con las plantas mágicas, los hongos o las drogas sintéticas, se pretende crear «supersoldados», efectivas máquinas de matar sin dolor ni remordimientos. «El propósito es idéntico en todas las épocas y culturas: ayudar al soldado a lidiar con el horror, el cansancio y el miedo; infundirle valor para matar y morir», explica Kamienski. «Un soldado colocado es tan viejo como la guerra. Mejora su rendimiento y acepta el sacrificio. El ‘homo furens’ es un ‘homo narcoticus’», asegura.

Zombis yihadistas

«La historia de la humanidad es la de la guerra y la de las drogas», plantea Kamienski, que habla de drogas recetadas, autoprescritas y que se usan «como un arma más». No se atreve a decir si el vodka, la efedrina, la ‘coca’ o la ‘meta’ han ganado guerras, pero sí «que tienen doble filo». «Se han usado tanto para conseguir ventajas tácticas como para envenenar al enemigo y minar su moral y para financiar la guerra con su tráfico», explica.

Droga y milicia van de la mano en todas las culturas y latitudes y bajo cualquier creencia. «En la islamizada Siria se consumen anfetaminas a mansalva. Los yihadistas son auténticos zombis en combate, que se colocan con religión y captagón (fenetilina), como cuando cometen sus terribles atentados», dice el autor. «Por todo Oriente Medio corre esta sustancia que, según los yihadistas, les proporciona coraje y una energía sobrehumana». «Existen los yonquis yihadistas y el califato del captagón», asegura Kamienski, que cuenta cómo trafican con la droga de la Yihad príncipes saudíes como el que fue capturado en el aeropuerto de Beirut con dos toneladas de captagón valoradas en cientos de millones de euros.

Pero el delirio lisérgico y narcótico, la guerra mas tóxica de la historia, se dio en Vietnam hace medio siglo. Una «guerra yonqui» en la que fluyó la heroína en medio de una multicolor cascada de de sustancias. «Es la primera guerra farmacológica genuina, por la escala, la cantidad de sustancias y el descontrol en su uso». «Antes de Vietnam cada guerra tenía su droga –opio, marihuana, morfina, cocaína, metanfetamina–, pero en Vietnam hubo una ensalada química», resume el historiador. El 70% de los soldados estadounidenses se drogaba en aquel infierno húmedo en el que corría la dexedrina, el opio, la marihuana o el ácido lisérgico, sustancias que generaron un ejército de toxicómanos.

«La guerra en sí es una droga formidable y una fábrica de adictos», reitera Kamienski. «Cuando los veteranos regresan a casa consumen las mismas sustancias: morfina en la guerra de secesión; coñac y cocaína en la primera guerra mundial; la metanfetamina aliada y nazi, el philopen de los japoneses o el vodka ruso en la segunda...», enumera Kamienski. Recuerda cómo los nazis que invadieron Polonia y Francia «iban hasta arriba del ‘speed’ que les repartían sus mandos, que también se intoxicaban a conciencia. Constata que John Fitzgerald Kennedy se «chutaba» dexedrina, que el británico general Montgomery preferia la bencedrina y que medio siglo antes el canciller Bismarck era un contumaz morfinómano.

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