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Y el mundo enloqueció

La causa de la guerra es más compleja y, como casi siempre, esconde raíces económicas, en este caso relacionadas con el imperialismo europeo

IGNACIO URÍA

Domingo, 27 de julio 2014, 07:25

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Mañana se cumplen cien años del inicio de la que hoy conocemos como Primera Guerra Mundial. Todo comenzó en Sarajevo, un mes antes, con el asesinato del heredero a la corona de Austria-Hungría, el archiduque Francisco Fernando. Su autor, el separatista serbo-bosnio Gavrilo Princip es aún hoy un héroe en Serbia.

La causa de la guerra es más compleja y, como casi siempre, esconde raíces económicas, en este caso relacionadas con el imperialismo europeo. ¿Los motivos? Por una parte, el creciente militarismo de Alemania y Gran Bretaña, que compartían además la necesidad de materias primas y de nuevos mercados que garantizaran su desarrollo industrial. Por otra, el control de las rutas navales, verdadera clave para mantener la supremacía geoestratégica. Sin olvidar, por último, el aumento demográfico en Europa que, desde 1870, había duplicado su población. Esto obligó a unos 40 millones de europeos a emigrar a las colonias y que cientos de miles se alistaran en el Ejército. A principios del siglo XX, las potencias europeas (Gran Bretaña, Alemania, Holanda y Francia) se disputaban amplias regiones de África y Asia. Es decir, nuevas colonias que explotar. ¿Cómo conseguirlo? Con una guerra, que era (y es) el método más eficaz para arrebatar riqueza y territorios a tu vecino.

Los dos bloques enemigos estaban bien definidos, ya que existía una sólida política de acuerdos en el caso de que un aliado fuera atacado. En 1914, Austria-Hungría le declaró la guerra a Serbia por haber asesinado a su heredero, entonces los rusos salieron en defensa de sus aliados serbios (ambos son países eslavos de religión ortodoxa), lo que obligó a Alemania a enfrentarse a Rusia. Esto supuso que Francia y Gran Bretaña entraran en escena y así comenzó la matanza.

Uno de los ensayos de Erasmo de Rotterdam se titula La guerra es dulce para el que no la conoce. Europa la conocía bien, pero pareció olvidarlo. El resto es historia: cuatro años de carnicería bélica en las trincheras, utilización masiva de armas químicas, aparición de nuevo armamento (tanques, aviones, ametralladoras) y doce millones de muertos. Los supervivientes tampoco lo tuvieron fácil porque la riqueza mundial se redujo en un 30% y la crisis financiera golpeó tanto a vencedores como a vencidos. Al final de la guerra, en 1918, habían caído tres imperios (el ruso, el austro-húngaro y el otomano) y habían aparecido dos nuevas potencias (una mundial, Estados Unidos, y otra regional, Japón), además de comenzar el declive de Gran Bretaña.

Alemania, por su parte, entregó el 10% de su territorio y perdió el 15% de su población así como su moderna flota naval. Su ejército tuvo que disolverse. En el campo ideológico se asistió al nacimiento del totalitarismo nazi y comunista, así como del autoritarismo fascista. Todos ellos muy hábiles en el uso de la propaganda, otra de las novedades de esa guerra. Dos décadas más tarde, entre los tres provocarían un nuevo conflicto, la devastadora Segunda Guerra Mundial. Nada nuevo bajo el sol.

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