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Enterrados en Collioure

No puede ser asumible que sigamos, después de más de 40 años votando, sin conocer el paradero de los restos de Federico García Lorca, como tampoco puede ser asumible que los de Antonio Machado continúen enterrados en un viejo cementerio francés

Ángel Manuel Silva Ruiz

Domingo, 24 de febrero 2019, 22:54

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España es un Estado social y democrático de Derecho que celebraba hace poco más de dos meses el aniversario de su Constitución. En España nacieron, concretamente en Andalucía, y dieron «a España nombradía» –parafraseando a Espronceda– dos poetas universales, dos de los máximos exponentes de las letras en español que forman parte de nuestra identidad cultural: Federico García Lorca y Antonio Machado.

Pero hoy, recién pasado el 22 de febrero, no vamos a hablar de poesía ni a escribir de una forma poética, aunque me parezca imposible no hacerlo una vez que los hemos mencionado.

Es cierto que tanto uno como otro, además del reconocimiento de la historia de la literatura, y la admiración y continuidad de su quehacer artístico, han disfrutado y disfrutan de homenajes, exposiciones más o menos afortunadas, centros educativos, aulas, ponencias dedicadas, calles y avenidas. Sin embargo, no es menos cierto que Federico –que consideraba a Machado su maestro– murió fusilado, y Antonio– que dedicó a Federico su elegía 'El crimen fue en Granada'– en el exilio. Precisamente, el reciente 22 de febrero se cumplieron 80 años de la muerte de Antonio Machado.

Parece indiscutible que la historia individual de cada uno de nosotros se nutre de manera individual, es decir, de nuestras elecciones más o menos propias o determinadas, pero también parece cada vez menos discutible que en su construcción juega un papel importante la historia colectiva; y, desde luego, dentro de la historia colectiva internacional y, especialmente, española e hispánica, durante el último siglo –porque como en tantas otras cosas, nada ha cambiado del XX al XXI en este sentido– las muertes de Federico y Antonio son un lastre para la humanidad, para la condición humana, para la historia del ser humano, para la comunidad internacional, pero también lo es para nuestro país, y, sobre todo, para nuestra democracia su incapacidad para resolver dos cuestiones tan claras y pendientes desde hace al menos 40 años, dos cuestiones que representan un lastre para la ciudadanía: dónde están los restos de Federico, y por qué siguen los restos de Machado en Collioure.

Esta incapacidad habla mal de nuestra democracia, y repercute en la ciudadanía, en nuestra memoria colectiva, en nuestra historia compartida –nuestra historia objetiva, quiero decir– y en nuestra historia individual, esa que tratan de manejar, principalmente, la herencia, los medios de comunicación y las redes sociales, según qué tipo de intereses prime, pero quiero seguir creyendo que es individual –subjetiva– porque define y traiciona nuestro pensamiento, nuestros sentimientos y nuestras actuaciones, unas veces de manera inconsciente, otras sibilina.

Y hablando de credibilidad, lo que me cuesta más creer como ciudadano, es esa incapacidad de nuestra democracia y de nuestros gobernantes, que la conforman en gran parte, y a los que se les llena la boca cuando pronuncian «es cuestión de Estado» como un conjuro referido a no sé qué tipo de cosas; desde luego, no a las dos que nos ocupan en este artículo.

Por desgracia, tanto una como otros, democracia y gobernantes, parecen más dedicados a tirarse a la greña y preocupados por la distribución de sillones y cargos para la historia personal de unos cuantos afines a sus partidos, que por la configuración de una conciencia colectiva sana que signifique y dignifique un punto de encuentro y vinculación de la ciudadanía, sea cual sea la papeleta que escoja cada uno libre e individualmente dentro de unos meses –28 de abril y 26 de mayo, fechas marcadas en todos los calendarios– y en los demás sufragios venideros. A lo mejor, de esta dedicación a descalificarse los unos a los otros y de esta preocupación por sillones y cargos en nuestra democracia, de nuestros gobernantes, emana aquella incapacidad: De aquellos barros…

Y es que a lo largo de estos últimos 40 años de democracia, después de tantas campañas permanentes y elecciones continuas, después de tantas mentiras y tomaduras de pelo emitidas en los medios, hemos asistido a gobiernos de distinto signo en las comunidades, en los municipios, en nuestro país, pero la verdad es que seguimos sin resolver estas dos cuestiones fundamentales para la identidad emocional de la ciudadanía –y, por tanto, deberían de serlo para un Estado social– para la configuración de una memoria colectiva humana y cultural de mayor calidad, y para una mayor credibilidad de la ciudadanía en nuestro sistema democrático.

Ni para la maltrecha salud de nuestro Estado social y democrático de Derecho –para la España que conmemoraba hace dos meses el consenso que hizo posible la Constitución del 78– ni para la ciudadanía que lo sostiene con sus papeletas, puede ser suficiente con el reconocimiento histórico e institucional; y no lo es, porque todos sabemos que no puede ser asumible que sigamos –después de más de 40 años votando– sin conocer el paradero de los restos de Federico García Lorca, como tampoco puede ser asumible que los de Antonio Machado continúen enterrados en Collioure.

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