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Anatomía de un siglo de fascismo

Anatomía de un siglo de fascismo

Historiadores y politólogos analizan cómo el movimiento fundado por Mussolini en 1919 se cuela en el debate actual

Álvaro Soto

Madrid

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Viernes, 24 de mayo 2019, 16:45

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Benito Mussolini, un exsoldado expulsado del partido socialista por su exacerbado sentimiento nacional, fundó los Fascios Italianos de Combate el 23 de marzo de 1919, fecha considerada como el origen del fascismo. A aquel movimiento de masas que exaltaba la propia patria y abominaba de las ideas izquierdistas sólo lo pudo parar una alianza entre las democracias liberales y el comunismo de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial.

Con la derrota, sus ideas cayeron en el olvido, pero el cóctel que lo engendró (crisis económica y de los valores tradicionales) se repite justo un siglo después, abriendo la puerta a los movimientos nacionalpopulistas, de manera que el fascismo vuelve a resurgir como un asunto de plena actualidad. Desde todas las perspectivas, historiadores y politólogos vuelven a mirar a cien años atrás para tratar de explicar el pasado, pero también el presente.

«El fascismo fue la innovación política más importante del siglo XX y fuente de gran parte de sus padecimientos», explica el historiador norteamericano Robert O. Paxton (Lexington, 1932) en 'Anatomía del fascismo' (Capitán Swing). «El programa fascista era una mezcla curiosa de patriotismo de veteranos y experimento social radical, una especie de 'socialismo nacional'», cuenta Paxton, que caracteriza al movimiento por «la acción violenta, el antiintelectualismo, el rechazo de las soluciones de compromiso y el desprecio a la sociedad establecida» y pone el foco en los tres grupos que apoyaban el fascismo: los veteranos de guerra, los sindicalistas partidarios del conflicto y los intelectuales futuristas.

Resurrección

La resurrección del fascismo, o de movimientos que copian su retórica, en la segunda década del siglo XXI sirve como argumento a dos libros de perspectiva izquierdista. En 'Facha', publicado por Blackie Books, el filósofo Jason Stanley (Siracusa, Estados Unidos, 1969) afirma que el fascismo «se ha infiltrado en el presente» para marcar la agenda «de un futuro muy negro».

En la misma línea se manifiesta el historiador Mark Bray en 'Antifa' (Capitán Swing). A raíz de la llegada de Donald Trump al poder en Estados Unidos, Bray reflexiona sobre la capacidad del fascismo para «cambiar en las formas e intentar no parecer fascista». El autor, que cree que el fascismo «no es una ideología, porque una ideología implica uniformidad de pensamiento», denuncia la extensión del uso de la palabra fascista, que, a su juicio, «ahora se usa para hablar de los fascistas, pero también para descalificar a los antifascistas».

A raíz de los sucesos de Charlottesville, tras los cuales Trump puso al mismo nivel a los movimientos supremacistas blancos y a los antirracistas, Bray rechaza que cualquier movimiento violento o que no acepte el liberalismo sea catalogado como fascista, lo que se ha denominado la teoría de la herradura: los extremos son iguales. «Pero existen muchas diferencias que se quieren ocultar», sostiene Bray, que sostiene que la violencia contra los movimientos fascistas no siempre debe ser rechazada.

'El pensamiento antiparlamentario y la formación del Derecho público en Europa' (editorial Marcial Pons), de José Esteve Pardo, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de Barcelona, o 'Quién es fascista' (Alianza Editorial), del historiador italiano Emilio Gentile, son algunas de las obras que analizan el fascismo desde un punto de vista intelectual.

Con la vista en el presente, los politólogos Roger Eatwell y Matthew Goodwin han publicado 'Nacionalpopulismo' (Península), donde argumentan que fascismo y nacionalpopulismo no son sinónimos. «Los individuos como Trump, Le Pen y Wilders no indican un retorno al fascismo, sino que siguen en la tradición populista».

El politólogo más popular de inicios de siglo, Francis Fukuyama, expone en 'Identidad' (Deusto) que la política actual «está guiada por demandas de carácter identitario». «Las ideas de nación, religión, raza, género, etnia y clase han sustituido a una noción más amplia e inclusiva de quiénes somos: simples ciudadanos. Hemos construido muros en lugar de puentes», señala el autor.

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