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¿Qué ha pasado hoy, 17 de abril, en Extremadura?

La valentía de Saramago en Cáceres y las feministas que no querían ser abogadas

DESDE LA MOTO DE PAPEL ·

El pasado lunes, 8 de octubre, se cumplieron 20 años de la concesión del Nobel de Literatura a José Saramago (1922-2010), un sabio enamorado de Extremadura y de Cáceres

Sergio Lorenzo

Cáceres

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Domingo, 14 de octubre 2018, 08:56

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El pasado lunes, 8 de octubre, se cumplieron 20 años de la concesión del Nobel de Literatura a José Saramago (1922-2010), un sabio enamorado de Extremadura y de Cáceres.

Cuando se llega a este aniversario su mujer, Pilar del Río (Castril, 1954), está ultimando el lanzamiento del libro 'El cuaderno del año del Nobel', un diario inédito del escritor en el que cuenta la vorágine y locura del año que vivió al recibir el premio. Puede que en ese libro cuente que unos días antes de concederle el Nobel, el 22 de septiembre de 1998, estuvo participando en Cáceres en un Congreso Iberoamericano de Filosofía, y que entonces se comprometió a volver a los pocos meses a Cáceres para asistir a un acto de Izquierda Unida.

Al concederle el prestigioso premio, en Izquierda Unida de Extremadura pensaron que ya se podían ir olvidando de la presencia del famoso escritor; pero Saramago, comunista militante de palabra, les aseguró que vendría.

De esa forma, el 23 de febrero de 1999 en el Auditorio de Cáceres (ahora Palacio de Congresos) se preparó un acto público bajo el lema 'La izquierda con Saramago', en el que participó Julio Anguita, Manuel Cañada y Teresa Rejas. El público rebasó la capacidad del Auditorio, que tenía 1.200 butacas, y la gente llenó pasillos y entradas.

Nos acordamos de ese acto la otra tarde en la Redacción, porque vino un compañero jurando en arameo.

–¡Maldita sea! No sé a dónde vamos a llegar con tanta estupidez

–¿Pero qué te pasa?

–Pasa que tenemos un problema en el colegio de mis hijos, y los padres decidimos mandar un escrito a la Junta de Extremadura. Dijeron varios: «¡qué lo escriba el periodista, qué lo escriba el periodista!». Me puse a escribirlo, y tuve la mala suerte de que se me pusieron al lado dos que empezaron a corregir todo lo que escribía y tuve que poner: 'alumnos y alumnas', 'todos y todas', 'unos y unas', 'padres y madres', 'juntos y juntas', 'queridos y queridas'… Así todo el tiempo, hasta que dije: «¡se acabó!» y me negué a seguir escribiendo así la nota de protesta. Y ahora mi mujer no me habla, diciendo que no me interesa la educación de nuestros hijos y hay alguna madre feminista que sólo falta que escupa al suelo cuando paso a su lado.

Fue a raíz de este comentario del compañero (del que no digo el nombre para que no sufra escarnio público), cuando yo, que ya vengo a ser el periodista de más edad en la Redacción (que no el más viejo) recordé que cuando vino Saramago a Cáceres, fui con los compañeros J. J. González y Lorenzo Cordero a una rueda de prensa que dio, antes del acto multitudinario del Auditorio, en el Hotel Extremadura cuando aún estaba en la avenida Virgen de Guadalupe. «Por aquel entonces – dije – empezaba está locura de las repeticiones, de hablar en femenino y masculino al mismo tiempo, y en la rueda de prensa, que se hizo en una sala abarrotada de gente, en donde hasta había una autoproclamada bruja, quien presentó a Saramago empezó a soltar por la boca: 'Compañeros y compañeras', 'luchadores y luchadoras', 'unidos y unidas'… Cuando le tocó el turno de la palabra, un asombrado Saramago dijo que no se podía hablar así, de ninguna de las maneras, porque era destrozar y maltratar algo tan hermoso como el castellano. Eso lo dijo el sabio escritor, en loor de multitud, en Cáceres».

Algunos nos quejamos esa tarde en la Redacción de que ya hay pocos valientes que defiendan nuestra lengua como Saramago, llegando ya a la locura de 'miembros y miembras', 'portavoces y portavozas' y 'ellas, ellos y elles'.

Me olvide entonces de que uno de los máximos defensores del hablar y escribir bien que he conocido es el periodista Sanjosé. No sé cómo se enteró de nuestros lamentos, porque no le vi en la Redacción, pero cuando por la noche llegué a la casa en la que vivo, me extrañó ver sobre la mesa del comedor un libro suyo, de los que heredé cuando se murió. Un libro editado en 1931 con una hermosa portada, que pertenecía al tercero de los cuatro libros de 'Charlas al sol' escritos por Heliófilo, que era el seudónimo del periodista Félix Lorenzo (Madrid, 1879 - Madrid, 1933). Redactor de periódicos como La Vanguardia de Madrid y La Correspondencia de España, fue redactor jefe de El Imparcial, y al fundarse El Sol en 1917 fue su director, siendo muy populares sus artículos en la sección 'Charlas al Sol', que se sucedieron sin interrupción desde el verano de 1928 al 25 de marzo de 1931. A principios de 1932 fundó el periódico Luz, que dirigió hasta su muerte.

En el libro que tenía sobre la mesa del comedor había una página marcada con un papel blanco. Abrí el libro y apareció un artículo de Heliófilo escrito el 6 de noviembre de 1929, titulado 'A varias abogadas'. En el mismo contestaba a la feminista Matilde Huici (Pamplona, 1890 - Santiago de Chile, 1965), destacada abogada y educadora que con María de Maeztu organizó la Residencia de Señoritas y el Lyceum Club Femenino, y que con Victoria Kent y Clara Campoamor fundó la Asociación de Mujeres Españolas Universitarias.

Matilde Huici y Heliófilo tenían una polémica, ya que las feministas de entonces decían que a la mujer que había terminado la carrera de Derecho, no se le debía llamar 'abogada' sino 'abogado', para que la gente no entendiera que era la mujer de un abogado, como hace años decían a una mujer 'la ministra' por ser mujer de un ministro, o 'la embajadora' a la mujer del embajador, o 'la generala' a la mujer del general. De eso sabemos en Cáceres porque en la Ciudad Monumental está el Palacio de La Generala (frente al Rectorado de la Universidad) que se llamaba así porque hace siglos vivió en este edificio una joven viuda de un famoso general.

Heliófilo aseguraba que eso era en otros tiempos, «cuando los ministros, los embajadores o los coroneles eran machos y las mujeres no podían ser más que hembras. Y aún entonces, si la mujer tenía más personalidad que el marido, el marido, con todos sus títulos, pasaba a ser 'el marido de la Téllez'. Hoy puede muy bien ocurrir que un hombre sea no más que el marido de la abogada, de la embajadora o de la novelista. Y en esto está todo. Porque los hombres seguirán enamorándose de las mujeres sin reparar en títulos académicos. Y las mujeres, aunque sean sabias, seguirán enamorándose de cualquier imbécil».

Asombrado de que hace 90 años las feministas dijeran algo totalmente contrario a lo que dicen hoy, me fije en que el marcador era una cuartilla que se abría. Apareció entonces la letra del difunto diciendo: «Por cierto, el otro día dijiste en la Redacción que Saramago vino en 'loor de multitud', y eso está mal dicho porque 'loor' es alabanza y es como decir que Saramago vino alabando a la multitud. Aunque te suene raro es 'en olor de multitud' que tiene analogía con 'en olor de santidad'».

Cerré el papel murmurando: «La verdad, es que un maestro es un maestro... aunque esté muerto».

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