Borrar
¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?
En el tren

En el tren

ESTEBAN CORTIJO

Lunes, 15 de julio 2019, 07:45

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Venía el otro día en tren de Madrid a Cáceres y después de localizar mi asiento me encontré pensando que realmente cuantas veces he usado este medio de transporte nunca se ha estropeado. Pura chiripa. Disfrutaba de este pensamiento mientras contemplaba la puesta de sol, a mi derecha, camino de Torrijos, y el tipo de mi izquierda parecía la típica estatua sedente de un notable poeta en plena calle, como la de Pessoa frente a la Brasileira, pero no era de hierro fundido sino un adulto pegado a un móvil, o sea, un señor mayor, como manco, con la mano libre subiendo y bajando la pantalla en un movimiento mecánico.

Hacía gala de una gran habilidad porque cerca de Navalmoral solamente precisaba una de sus extremidades para administrar el negocio: un contrato más barato que el de Movistar era su objetivo, y que le aseguraran cobertura en su casa de campo o su pueblo. No logré enterarme. Delante llevaba otras dos móvil-adictas que podían ser peruanas o, al menos, andinas, pero no las presté atención porque entendía que una conversación con Santa Cruz de la Sierra de Bolivia o con Lima era más interesante que Telefónica.

Resultaba ser uno de esos tipos que si lo ves de perfil, como era el caso, pintan una cara de medio rombo perfecto al formar con la nariz rozando el labios superior una esquina protuberante, alelada y con moquillo.

A veces se tapaba la oreja izquierda para escuchar mejor las ofertas que quizás le proponía un empleado de Atento desde Bogotá. Se ve que precisaba más servicios. Era minucioso, ahorrativo, llevaba el móvil enchufado al asiento todo el rato.

Al pasar por Casatejada sacó un papel y un boli -como yo- y hacía cuentas. Si se pone a escribir -pensé- me hará un retrato con números. Pero no, se guardó el teléfono, cruzó las piernas y parecía un hombre normal todo vestido de verde con zapatos marrones y calcetines negros cuando se puso de pie. Echó un vistazo a las jóvenes andinas y bajó la bolsa de piel, también verde, al asiento contiguo. Unos minutos más tarde se apeaba. Había llegado a casa. Era la estación de Monfragüe y seguramente le esperaban en un coche para ir vete a saber dónde. Un sitio sin cobertura, claro, que es lo que en realidad venía buscando el pobre desde Atocha.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios