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¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?
Aspecto exterior de la vieja vaquería en la que está el Pozo de la Nieve de Cáceres con Montesol de fondo. :: ARMANDO MÉNDEZ
El pozo de nieve

El pozo de nieve

SERAFÍN MARTÍN NIETO

Martes, 5 de febrero 2019, 09:53

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Hace pocos días, durante la romería de los Mártires, muchas personas se preguntaban qué era ese edificio semiderruido en la ladera norte del Paseo Alto, antiguamente llamado Cerro del Rollo. Se trata del antiguo Pozo de Nieve.

En una comarca en la que el estío es sofocante, resulta necesario combatir sus rigores. Con este fin, el concejo sacaba a subasta el abasto de la nieve que, desde Candelario y otros neveros de Gredos, transportaban los arrieros cacereños. Arrendadores de este ramo fueron, entre otros, el indiano Juan Durán de Figueroa, y Vicente Marrón. En ocasiones, servía para agasajo de las personalidades que pasaban por la villa.

En 1630, el cirujano Antonio Fernández contrató a varios portugueses, a los que pagó 467 reales y medio de sus jornales «y de otras personas que les ayudaron a cavar el poço de la nieve que el dicho lizenziado haze en el zerro del Rollo, exido desta villa, el tiempo que se ocuparon en lo acabar de ahondar y ensanchar lo que le faltava»; más otros 45 reales del alquiler de picos, azadones, espuertas y otras herramientas. Este cirujano era una persona emprendedora, pues en la Peña Redonda había construido un molino de viento. En 1639, vendió el pozo de nieve a D. Jerónimo de Godoy Ovando.

En el siglo XIX, establecieron sus negocios de nevería Juan Llovio y José Tejeda, pero sus precios no resultaban muy competitivos por verse obligados a transportarla en pequeñas cantidades a causa de no tener donde guardar la nieve . Para solventarlo, en 1844 instaron del Ayuntamiento la venta a censo del antiguo pozo del Barrerón del Rollo -ruinoso desde hacía años-, por cuanto solo servía de almacén de inmundicias y de animales muertos. Sacado a subasta pública, se adjudicó por 20 años a D. Lorenzo Fernández, quien lo cedió a D. Manuel Salgado, con la obligación de reedificarlo en el plazo de un año y amojonar de manera estable el patinadero. Por su parte, el concejo se comprometía a concederle terrenos próximos baldíos para hacer charcas donde recoger, así como en la de los Mártires y demás depósitos públicos, el hielo que quisiere.

Salgado no se limitó a encargar su recuperación al alarife Tomás Tejeda, sino que proyectó también una casa y una habitación para oficinas. A cambio, solicitaba la ampliación de patinadero para que los carruajes transitaran con mayor comodidad, lo que se le autorizó con reserva de que, aunque el pozo quedara dentro de la casa que levantaba, no adquiría ninguna propiedad sobre el mismo, sino el usufructo por el tiempo y condiciones señalados.

Cáceres no puede permitirse perder (como ha sucedido con tantos molinos, batanes, tenerías y hornos de cal) este edificio de época preindustrial y que su recuerdo se perpetúe solo en el nombre de una calle.

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