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Fotografía de 1880 de la plaza de San Juan con el crucero. Archivo Juan Ramón Marchena

El secretario de la Diputación que se dejaba engañar

Desde la moto de papel ·

Sergio Lorenzo

Cáceres

Domingo, 24 de enero 2021, 07:40

Hay veces que la dura realidad te da puñetazos que te dejan casi KO, casi fuera de combate.

Es lo que le pasó la otra mañana al fotógrafo Salvador Guinea, cuando estábamos cruzando la plaza de San Juan acompañados por Manuel Caridad, que ahora no para de caminar todo el día, preparándose para peregrinar a Guadalupe. Acostumbrados ya a su verborrea, Caridad nos hablaba de la importancia de esta plaza para Cáceres, de lo poco que se había transformado a lo largo de la historia. «No ha cambiado casi nada – decía –. Bueno, lo que se llevaron de aquí fue un crucero, que es el que está frente a la ermita de San Blas. Hay un misterio que me gustaría resolver: aquí está la Casa de los Ovando-Saavedra, junto al hotel de cuatro estrellas NH Palacio de Oquendo. Esa Casa de los Ovando-Saavedra, en fotografías antiguas tiene en la fachada dos escudos gemelos que ya no están. Me gustaría saber qué ha sido de ellos. La casa-palacio tiene un hermoso zaguán, con azulejos de colores en las paredes y una escalera de piedra, con un techo decorado con yesería policromada. Si están las puertas abiertas podemos verlo, merece la pena. ¡Vamos para allá!»

Para allá fuimos; pero aunque las puertas estaban abiertas no pudimos verlo, porque resulta que el edificio es la sede de la oenegé Acisjf, y esa mañana estaba repartiendo entre los necesitados comida que les entrega el Banco de Alimentos de Cáceres. Allí había bastantes personas, muchas de ellas con carritos; todas con cara triste, de circunstancias, formando una de las numerosas colas del hambre que por desgracia tanto abundan ahora en España. El fotógrafo se quedó parado, sorprendido al ver a un conocido entre la gente que esperaba que le socorrieran con comida.

–Hombre, Juan ¿pero qué haces aquí? – le dijo a un hombre de unos 40 años, que aguardaba con una bolsa de tela.

–Ya ves, me he quedado sin nada, y hay que tragarse el orgullo – le respondió con una media sonrisa – Son baches que tiene uno en la vida.

–Sí, claro. Hay que aguantar, ya verás como pronto todo irá mejor. Ánimo – le dijo el fotógrafo que le pasó la mano por la espalda ante la imposibilidad de abrazarle.

Después de despedirse, Guinea volvió con nosotros, que le esperábamos manteniendo la distancia por la covid y por discreción. Caminando cabizbajo soltó una maldición: «¡Mierda de vida! Con lo buena persona que es, que tenga que pasar por esto. Es un tío muy trabajador, seguro que algún día habéis estado en su bar. ¡Maldita sea!»

Estábamos callados, mirando la Plaza Mayor desde la altura de la plaza de las Piñuelas. El fotógrafo, afectado, seguía mirando al suelo. Caridad me hizo una señal con la cabeza, mirando al compañero cabizbajo, y se arrancó a hablar de nuevo, como si nada hubiera pasado.

–¿Pues sabéis quién vivió en la casa de los Ovando-Saavedra, en la que ahora está Acisjf?

–No tengo ni idea – le seguí la corriente.

Imagen. Arriba izq. 1900, casa del Vizconde de Torre de Albarragena con escudos | Arriba der. El crucero en San Blas | Abajo izq. Acisjf repartiendo comida | Abajo der. Estado actual de la casa-palacio sin los escudo.

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Imagen. Arriba izq. 1900, casa del Vizconde de Torre de Albarragena con escudos | Arriba der. El crucero en San Blas | Abajo izq. Acisjf repartiendo comida | Abajo der. Estado actual de la casa-palacio sin los escudo. HOY | Salvador Guinea

–Pues el Vizconde de la Torre de Albarragena. Un personaje curioso que nació en Madrid en 1847 y que vino a vivir a Cáceres, en donde editó el semanario 'El Industrial Cacereño', en el que él era desde el director al chico de los recados. Todo lo hacía él en esa publicación. También escribía en la Revista de Extremadura. Nuestro compañero Fernando García Morales, decía de él que fue un gran defensor de Cáceres, que hizo todo lo que pudo por el progreso de esta ciudad, dilapidando su fortuna en ello incluso, y que Cáceres se lo pagó con el olvido.

–Vaya... – dije por decir algo, mientras miraba preocupado a Guinea que seguía cabizbajo.

–Siempre firmaba los textos con su título nobiliario. Hace poco le pregunté a la investigadora Mercedes Pulido, si sabía cuál era su nombre. Me dijo que se llamaba Joaquín María de Cabrera y Melgarejo, y que fue el séptimo vizconde de la Torre de Albarragena. El título fue creado en 1688 por el rey Carlos II 'El Hechizado', a favor de Juan de Cabrera y Calderón, caballero de la Orden de Alcántara. Nuestro vizconde se casó en 1870 con la trujillana Antonia Jacinta de Orellana-Pizarro, hija del Marqués de la Conquista, con la que tuvo cuatro hijos. Se quedó viudo muy joven, con 34 años, al morir su mujer a los 31 en 1881. Tres años después fue alcalde de Cáceres. Era carlista. Luego se fue a vivir a Valencia de Alcántara en donde murió en 1909. Por cierto, en el año 2007 su palacio de Valencia de Alcántara fue noticia de sucesos, porque estaban haciendo una obra para convertirlo en hotel y estalló una granada. Seguro que te acuerdas, Sergio.

1902, caseta del Casino de la Concordia en la Feria, en el Rodeo. HOY

–Sí – le contesté – Resultaron heridos tres obreros, a uno le cortaron una pierna. La granada parece que estaba escondida en la chimenea y al mover una chapa, estalló. ¿Y qué tal era el vizconde como periodista?

–Muy incisivo. En el año 1900 fue un gran defensor de la Feria de Cáceres, diciendo al Ayuntamiento que debía gastar menos dinero en toros y más en acondicionar bien la Feria de Ganado. También era partidario de que la Feria se hiciera en otoño, mejor que en primavera. Tuvo un artículo que se hizo famoso en 1889, en el que enumeraba lo que necesitaba Cáceres. Dijo: un matadero, la traída de agua potable, alumbrado eléctrico, una feria, un cuartel, un teatro, un servicio de limpieza de calles, un mercado, servicio de incendios, una administración de correos céntrica, un diputado a cortes, y según dijo textualmente, «un secretario para la Diputación Provincial que no se deje engañar». Más de un siglo después, ¿Qué diríais vosotros que le hace falta a Cáceres?

–Te lo voy a decir yo... – habló por fin el fotógrafo – ¡Trabajo!, para terminar de una puñetera vez con las colas del hambre.

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