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La niña del tacatá y la 'depre' extremeña

Desde la moto de papel ·

Sergio Lorenzo

Cáceres

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Domingo, 9 de junio 2019, 09:06

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Es sorprendente ver la gran cantidad de personas interesantes que han vivido antes que nosotros, respirando el mismo aire, viendo los mismos paisajes, los mismos monumentos. Te fijas en uno, ahondas en su vida y su figura te lleva a otra igual de increíble. Es lo que nos ha pasado en la Redacción: nos llamó la atención una foto de 1926 de un hombre pintando en la Ciudad Monumental de Cáceres, y así supimos que aquel pequeño gran hombre era Juan Caldera, el Sorolla cacereño. Al fotógrafo Salvador Guinea le interesó saber quién había hecho la fotografía y así supimos que había sido Tomás Martín Gil, un individuo igual de interesante.

Guinea preguntó al compañero Manuel Caridad por el nuevo personaje, y él, algo sonado por las pastillas que está tomando, nos dijo mientras iba colocando noticias en el periódico digital como un triste autómata:

–¡Cuánta ignorancia, Dios mío! Tomás Martín Gil fue uno de los hombres más listos, cultos e inteligentes que ha dado Extremadura.

–Vale, pero ¿era fotógrafo? – le preguntó Guinea algo mosqueado.

–¡Madre del Amor Hermoso! 'Si era fotógrafo', dice. No tienes ni repajolera idea. Fue un gran fotógrafo, pero también fue escritor, poeta, botánico, investigador, pintor, folklorista, comisario de excavaciones arqueológicas, fundador y director de la magnífica revista Alcántara, secretario del Ateneo de Cáceres, secretario de la Masa Coral Cacereña… Lo fue casi todo este gran humanista, fíjate que incluso fue fundador y secretario del Club Deportivo Cacereño… Por cierto, chispacero, ¿se vive feliz ahí, en la ignorancia?

–¡Oye! – ya le tuve que parar los pies –. Deja de meterte con el muchacho, que estarás como un boxeador medio noqueado con las pastillas, pero la mala hostia no se te va... se te ha agudizado.

Él se calló. A las pocas horas se acercó a Guinea cabizbajo. «Perdona. Deben de ser las pastillas. Toma esta foto de Tomás Martín Gil, que te va a gustar. – Le dijo entregándole una vieja fotografía –. Es muy parecida a la que él le hizo a su amigo Juan Caldera. Yo creo que ellos debían de pintar juntos en las calles del barrio judío. Eran muy amigos, Caldera, el Sorolla cacereño, se murió en 1946 con 46 años, dejando viuda y seis hijos, y su amigo Tomás falleció un año después, a los 56 años, dejando siete hijos». Estuvimos un tiempo mirando la fotografía que nos pareció especialmente hermosa, con un Tomás regordete que parece un sabio alemán, pintando enchaquetado junto a la ermita de San Antonio, construida en lo que fue sinagoga, rodeado de niños con el pelo cortado 'a la taza', seguramente sus hijos o los de Juan Caldera; uno de ellos una niña encajada en un peculiar tacatá de madera con ruedas, que parece una jaula.

–¿Quién será la niña del tacatá? – preguntó Guinea a Caridad.

–No sé, igual su hija Marcela, que heredó de su padre la pasión por investigar. Quería mucho a su padre y en 2006 publicó un libro sobre él. Lo que me gustaría a mí saber es dónde está la Fototeca de Tomás Martín Gil, con más de 4.000 imágenes de Extremadura de la primera mitad del siglo XX.

Entretenidos con el nuevo personaje, vimos que Tomás nació en Coria el 29 de diciembre de 1891. Fue el mayor de cuatro hermanos, y una cosa que llama la atención: cuando tenía cuatro años pasó a vivir con su tío en Casar de Cáceres. Era el hermano de su padre, un sabio cura párroco que se llamaba Saturnino Martín Moreno. Tomás estudió bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media de Cáceres, y luego se fue a Madrid a estudiar Ciencias Exactas. Compaginó los estudios trabajando de mancebo en una farmacia, y también fue a la Escuela de Artes y Oficios. Con 26 años terminó la carrera. Tras hacer el servicio militar, dio primero clases en Almendralejo y luego en Trujillo en donde vivió con Teresa Jiménez Calado tras casarse con ella en 1918, con 27 años. En Trujillo preparó las oposiciones al Cuerpo de Estadística. Logró el número uno. Podía elegir irse a cualquier punto de España y eligió Cáceres, ciudad en la que fue jefe provincial de Estadística desde 1923 hasta que se murió en 1947. En Cáceres también dio clases de Matemáticas en el Instituto de Bachillerato, en el Colegio San Antonio y el Paideuterion.

Estuvimos viendo fotos que hizo a su amigo el arqueólogo alemán Schulten, que excavó Cáceres el Viejo; imágenes curiosas de la Ciudad Monumental, de la Plaza Mayor, de la iglesia de Santiago, de futbolistas, del Ateneo... Caridad nos miraba con la vista perdida.

Preocupado por el estado de salud del compañero, le pregunté a su médico, que es amigo, qué era lo que tenía, qué pastillas le había recetado. «Son antidepresivos – me dijo –. Le carcome la tristeza. Sus familiares jóvenes se han ido, se ha quedado solo y se siente abandonado. Ya no tiene familia que le cuide, así que tenéis que cuidarle los amigos, entretenerlo y darle cariño. No sé, igual le deberíais de regalar un perro. Lo importante es no dejarle solo. La verdad es que son muchos los extremeños que tienen este mal. Estoy por presentar su caso con otros en un congreso, quizás le llame... la depresión extremeña o de la España vaciada, ahora que está de moda ese término».

Siguiendo los consejos del médico solemos tomar algo con Caridad después del trabajo, y aguantamos con estoicismo sus peroratas. La otra noche le pedimos que nos hablara de Tomás Martín Gil. Rodeando uno de los bidones rojos de metal del bar la Conce, empezó a hablar vehementemente de él: «El sabio Tomás Martín Gil luchó por su Extremadura. Decía que tenemos aquí la flora más variada de la Península, que mineralmente somos una reserva importantísima del Estado, que arqueólogicamente queda por mostrar a la luz un caudal inagotable, insistía en que Cáceres tenía un tesoro en su conjunto histórico. Él aseguró que teniendo una materia prima inmejorable, llegaría, más pronto que tarde, el día en que Extremadura sería colocada en la posición de privilegio que se merce... y ¡mirar cómo estamos!», dijo dando un puñetazo en el bidón que retumbó en toda la Plaza.

No sé que hacer. ¿Le gustará más un cocker o un podenco?

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