Borrar

Narbón, el misterio del pintor que ha vuelto

Desde la Moto de Papel ·

Sergio Lorenzo

Cáceres

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Domingo, 9 de diciembre 2018, 09:09

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Si hay algo que envidio del difunto Sanjosé, es que para él no hay puertas cerradas, se puede meter por donde quiera sin dar explicación alguna. Para él, por ejemplo, el Museo Narbón que está en Malpartida de Cáceres, no está cerrado a cal y canto, va cuando quiere, mientras que nosotros, los pobres mortales, tenemos que hacer o apoyar plataformas para pedir que vuelvan a abrirlo con un horario como Dios manda.

El otro día volvió a entrar en el museo y me lo contaba mientras tomaba un café con migas en La Cafetera, frente a Comisiones Obreras. Le escuchaba corroído por la envidia:

–Allí sigue el cuadro ese que tanto te gusta, el del niño con el molinillo. ¿Te acuerdas? - yo asentía mordiéndome los labios -. Y esos cuadros de los labriegos con sus burros, que tanto te gustan. Nadie como Narbón para pintar el sufrimiento de los hombres del campo extremeño, esas caras llenas de surcos como si en vez de carne fueran de tierra. ¿Te acuerdas de esos cuadros? ¿Eh, te acuerdas?

–¡Ya está bien! – le dije –. ¡Qué yo no puedo verlos! Qué el museo está cerrado y no estoy muerto para andar como Perico por su casa por el Museo.

–Bueno, tiempo al tiempo, ya llegarás donde estoy yo, no te preocupes – dijo sonriendo el difunto –. Por cierto, una cosa te voy a decir: no hay cosa más triste que un museo cerrado, con esos cuadros colgados en las paredes sin nadie que los vea... nadie vivo, claro.

–¡Y dale…! – le dije resignado –, levantándome para ir a la Redacción, a seguir trabajando.

Precisamente en la Redacción, la compañera Cristina Núñez escribía sobre el colectivo 'Narbón ha vuelto', un movimiento encabezado por el artista Andrés Talavero, que lleva un año realizando acciones para que vuelva a reabrirse el museo que se inauguró en 2001 y cerró en 2009. Dicen que nadie se muere si sigue vivo su recuerdo y Narbón, que fue incinerado en el 2005 (estrenó el crematorio), sigue vivo gracias a este colectivo en el que se encuentran algunos intelectuales de esta tierra, que no ven justo que se pierda la obra de uno de los pintores más importantes de Extremadura.

Sanjosé, el fotógrafo Múñez y el que junta estas letras fuimos amigos de Narbón, un genio lleno de energía y vitalidad. Me gustaba cuando callejeando por la ciudad me lo encontraba, me cogía del brazo y paseábamos sin prisas, hablando de lo divino y lo humano. Fue así como descubrí su misterio, esa tristeza que le empañaba desde pequeño y que se transmitía en más de uno de sus cuadros.

Juan José Narbón Terrón nació el 19 de mayo de 1927 en San Lorenzo del Escorial, hijo del valenciano Samuel Narbón que era cabo de carabineros, y de Julia Terrón, de Zarza La Mayor (Cáceres). Tuvo un hermano mayor y dos hermanas. Había cumplido los nueve años cuando empezó su sufrimiento con la Guerra Civil, con su padre destinado en Sestao, en donde fue ascendido a comandante en 1937. Narbón me contó como una noche su padre llegó a casa y llorando de rabia tiró su correaje, las botas y su uniforme contra la pared: venía de revisar las pérdidas ocasionadas por el bombardeo de Guernica. Recordaba que dormían vestidos por si les bombardeaban por la noche y tenían que ir corriendo al refugio, en donde una vez casi mueren asfixiados al tapar las bombas tres de sus cuatro salidas.

Los nacionales preparaban la ofensiva de Bilbao y fueron evacuados niños, mujeres y ancianos. El padre y su hermano, de 16 años, se quedaron. El restó de la familia huyó a Francia, a donde llegaron en barco. Allí metieron a los españoles en un tren y fueron depositados en pueblos que había en el trayecto. Narbón y su familia fueron recogidos en un colegio-convento de Joigny, cerca de París. A los siete meses el gobierno francés les echa. Empiezan entonces a buscar al padre y al hermano, a los que no encuentran. Viajan a Valencia, a Madrid, a Gerona y llenos de hambre, en 1939, vienen a la tierra de la madre, a Cáceres, en donde vivían dos hermanas de ella. Narbón recordaba la calle Paneras, junto a la Plaza Mayor, «llevaba mucho tiempo sin comer pan y recuerdo la calle Paneras llena de mesas con manteles blancos y encima montones de barras de pan». A Cáceres viene el hermano mayor... el padre había muerto en la ofensiva de Bilbao, en donde una bomba les dejó sin casa. La familia busca dinero trabajando, la madre de costurera, y Narbón, con 12 años, se hizo botones del sindicato de la piel. De allí le echaron al no querer alistarse en la División Azul con 14 años, empezando a trabajar de chico de los recados en la zapatería de la calle Pintores de Basilio Sánchez Peña. A los 15 años ingresó en la Escuela de Bellas Artes de Cáceres y se inicia su formación como pintor. Se va a Madrid a trabajar, consiguiendo una beca para estudiar un tiempo en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Trabajó en Valencia y en Alemania, entre otros sitios, y en 1966 ya está dando clases en la Escuela de Bellas Artes de la Diputación de Cáceres. Luego se desarrollaría como pintor, siendo él el que dio a conocer a Wolf Vostell el paraje de Los Barruecos, en Malpartida de Cáceres.

Tiene razón Sanjosé en que me gustan sus campesinos, en los que él veía hasta a San Francisco de Asís. Me gusta también un poema que escribió en 1977, que está en su cuadro 'Retablo extremeño'. Se llama 'Carne de alambre' y tiene esta dedicatoria: «a ti, campesino extremeño, hasta que te redima el sentido común y la justicia».

El poema es este:

«Que no se extrañe nadie./ Si mis trazos son violentos en mis cuadros/ cuando pinto campesinos de mi tierra,/ reflejando el dolor en sus imágenes,/ que no se extrañe nadie.

Que nadie se asombre de sus faces,/ de las líneas angostas y quebradas,/ de alambradas sonrisas,/ de miradas cercadas.

Yo invito a viajar por los caminos/ tortuosos del mapa de sus caras,/ con olor de pasto en el verano,/ con sus frentes cansadas.

Les invito a recorrer en la mañana/ por los gestos pétreos, deformados/ como canchos, informales, oxidados,/ sus profundas arrugas laceradas.

Invítoles a dibujar sus abultadas venas/ a través de 'dramáticas quebradas'/ proyectándose vivir una jornada,/ paseando lentamente por sus caras.

También, ¿por qué no?,/ a besar su piel invito,/ con tacto artístico y emoción de alba,/ acariciando despacio, 'acariciando'/ los poros y texturas de sus tramas.

Y después de que todo esto se haya hecho,/ perplejo, tal vez, de la experiencia,/ habremos redimido a un campesino/ que nació entre encinares y entre jaras».

El pasado viernes, Sanjosé me volvió a visitar en La Cafetera mientras tomaba un cortado.

–Chacho. ¡Qué suerte tengo! – me dijo todo contento– He quedado el domingo con el amigo Narbón, que me va a enseñar su museo. Te iba a decir que vinieras; pero claro, como no puedes... como aún estás vivo y no puedes entrar.

–¡Vete a freír espárragos! –le grite, sin darme cuenta que para los que me rodeaban yo estaba solo.

Me fui inmediatamente del bar seguido por algunas miradas y cuchicheos, mientras decía para mis adentros, «joío difunto. Cuando me muera... te vas a enterar».

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios