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Maestro y novelista

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esteban cortijo

Lunes, 18 de marzo 2019, 08:15

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Conocí personalmente en el verano de 1990 a José Saramago y a Pilar, su mujer, porque los llevé a pronunciar una conferencia a Orellana la Vieja. (Por cierto felicito ahora a esta localidad por haber obtenido del Centro Unesco de Extremadura el Premio 2018 a la Sostenibilidad).

José Saramago nació en Portugal en 1922 y aunque a los dieciocho años se propuso llegar a ser escritor, sólo cuarenta más tarde comenzó en serio este trabajo. Desde 1975 practicaba como director adjunto del Diario de Noticias. Hasta entonces, de joven, había cursado estudios de formación profesional y trabajado en un taller y en una oficina. También hay que decir que perteneció, toda su vida y a pesar de las contradicciones dialécticas y de las otras, al Partido Comunista Portugués.

Este relativo retraso en su actividad literaria no merma en absoluto la calidad de su producción que en poco tiempo le llevó a las cimas más alta de la literatura portuguesa contemporánea y a alcanzar el Premio Nobel, como es sabido. El filósofo Kant también empezó a escribir pasados los sesenta años y hoy hasta los estudiantes de bachillerato saben quien fue.

Saramago no sólo ha cultivado la novela, tiene libros de crónicas periodísticas, poemas y teatro. Para Basilio Losada, su traductor al castellano, Memorial del convento (1982), El año de la muerte de Ricardo Reis (1984) y La balsa de piedra (1986) «asentaron la presencia de Saramago en el panorama narrativo contemporáneo dentro y fuera del ámbito portugués». A mí me encantó desde su publicación esta fantástica alegoría de lo que quizás era el iberismo sentimental del autor. Y es que todavía hoy, releída, me conmueve la supuesta desmembración de la península ibérica del resto de Europa y, más en concreto, sus consecuencias, sobre todo en el espectador situado en el oeste peninsular en el que los extremeños y muchos portugueses estamos unidos con una trayectoria incierta, subdesarrollada y distante.

Nos vamos desmembrando a 50 kilómetros por hora hacia el Sur profundo y quizás nos cruzaremos con esos africanos de más abajo que resucitan de su muerte evitable en el mar. En este viaje anterior al Brexit Saramago no se olvida ni de los gibraltareños porque en la novela estos se separan también de La Línea en forma de balsa más pequeñita con peñón, con monos y con cañones.

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