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Gentrifi... ¿Qué?

Gentrifi... ¿Qué?

Plaza Mayor ·

Fátima Lozano

Lunes, 1 de abril 2019, 10:26

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Confieso que he recurrido a San Wiki para conocer un poco más del fenómeno de la gentrificación, un palabro de raíz anglosajona que empezamos a leer y escuchar con relativa frecuencia en los medios de comunicación. En la enciclopedia digital se cuenta que se trata de un término proveniente del inglés gentry (alta burguesía) que alude a la transformación urbanística de un espacio urbano, normalmente deteriorado o en declive, que, una vez afrontada una rehabilitación integral, provoca un aumento de los alquileres de las viviendas y locales. Esta circunstancia conduce a los residentes tradicionales a tener que abandonar el barrio, que empieza a ser ocupado por clases sociales de mayor capacidad económica. En otra vertiente del asunto, la mayoría de los pisos son adquiridos por sociedades empresariales que, tras el lavado de cara, los dedican a alojamientos turísticos. Así el barrio termina convirtiéndose en un gran hotel eventual o un apartamento de paso en el que el rellano de la escalera deja de ser un lugar de encuentro de vecinos de toda la vida para devenir en una plataforma de anónimos residentes que, en el mejor de los casos, aprovechan la estancia para dormir y asearse, y en el peor, para organizar fiestas molestas incompatibles con el descanso de los moradores habituales, esos pocos que queden.

Los datos arrojan que en la plaza de Santiago y alrededores, donde en los últimos años han proliferado los establecimientos de alojamientos turísticos, ha mermado un 27 por ciento la población censada en un año (de 1.418 a 1.029 empadronados). Quizá sea para dar paso a visitantes flotantes que, poco a poco, van conformando el paisaje urbano de este enclave que, a muy largo plazo, podría ser víctima de un proceso de gentrificación, junto a otras zonas del entorno de la Plaza Mayor, donde también abundan carteles de AT colgados de las fachadas. A lo mejor es exagerado pensar que Cáceres debería limitar el número de licencias de este tipo de actividad, al igual que ya han hecho otras ciudades Patrimonio de la Humanidad como Santiago, por ejemplo, que ha regulado este asunto que estaba afectando en demasía a su casco histórico. Por otra parte, una mayor oferta implica una regulación a la baja de los precios y, por ende, puede llevar a aumentar las pernoctaciones de los turistas, el gran caballo de batalla de las estadísticas locales y regionales. Aún así, creo que se corre el riesgo de desequilibrar la balanza si el desarrollo no se hace de una forma pautada y comedida.

Cuidar el comercio tradicional para que no haya fuga de empleos al sector inmobiliario y diversificar así las ganancias del consumo turístico, o favorecer el acceso de jóvenes a las viviendas de alquiler, pueden ser otras medidas para prevenir una posible burbuja gentrificada que, de estallar, podría dar al traste con la economía de unos pocos y las ilusiones de muchos.

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