El extraño doctor Ceresoles y la misteriosa cueva de Los Barruecos
Desde la moto de papel ·
Estaba preparando una sopa de tomate en la cocina de la casa de Caridad, cuando con su vocecilla empezó a maldecir, acompañándole los ladridos de su fiel Jack:
–¡Me cago en todo lo que se menea! ¿Es que esta muchacha no tiene unos padres o unos abuelos que la pongan en su sitio?
–¿Pero qué pasa? – pregunté a Sanjosé que acompañaba al enfermo en el comedor, mientras me secaba las manos en el mandil.
–Nada, hombre, que le he puesto el audio de la concejala de juventud de Somos Lanzarote, del ayuntamiento de Arrecife, que en una tertulia ha dicho que el coronavirus, según ella, solo mata a personas mayores, y seguramente eso es un mensaje de la Madre Naturaleza de que estamos llenando la Tierra de muchos viejos y no de jóvenes. Y éste se ha encabronado.
Caridad está pasando por malos momentos, porque se acaban de morir dos amigos suyos, el articulista garrovillano de perenne sonrisa Julio Saavedra y el escritor placentino Fernando Flores del Manzano, y, con razón, dice que «tonterías las justas». Para calmarle le pedí a Caridad que en su portátil ordenara las fotos de la última excursión que hicimos antes del confinamiento, la de la Ruta de Los Sentidos, que puede ser el sendero más hermoso para hacer con una persona en silla de ruedas. Son menos de dos kilómetros de ida y vuelta por un cómodo sendero por Los Barruecos, en Malpartida de Cáceres, viendo curiosas peñas como la de la tortuga, la del caracol, la de la horca, la del tiburón y las peñas del Tesoro. Fue entonces, viendo las fotografías, cuando el difunto dijo que cerca de las grandes peñas del Tesoro hay una roca solitaria, de menos de dos metros y medio de altura, que tiene una cueva dentro.
–Es de lo más extraño que he visto nunca. Tiene una rendija en la base por la que te puedes colar si no estás muy gordo, y una vez que pasas esa rendija te levantas y estás es una cueva con pinturas rupestres. Hay espacio holgado para una persona. Una vez dentro hay gente que siente vértigos y mareos al verse solo en ese lugar que está lleno de energías telúricas.
–Bah, ¡paparruchas! Yo conozco Los Barruecos y no me suena de nada esa cueva.
–¿Qué vas a conocer tú, juntaletras? Haz el favor de llamar a Javier Pedrera Pedrera, que ese sí que conoce Los Barruecos y no tú.
Tuve que aguantar al joío difunto cuando Javier me dijo que era cierto, mandándome fotos y hasta un vídeo de la extraña cueva ('¿ves cómo eres algo zoquetín?' me dijo Sanjosé dándome impertinentes golpecitos en la frente, mientras me mordía un labio).
Para entretener a Caridad le pedí a Javier Pedrera que me enviara más fotos curiosas de Los Barruecos de peñas, cuevas y tumbas de piedra. Me las mandó y me dijo, «Oye, ¿por qué no le dices a Caridad que investigue sobre el gran portento que vivió en Malpartida de Cáceres? El misterioso doctor Ceresoles, que curaba cualquier enfermedad». Me mandó un artículo que escribió sobre este personaje Juan José Lancho, en un antiguo número de la Revista Cultural Los Barruecos.
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Gracias a las fotos de Los Barruecos y al misterioso médico, Caridad estuvo entretenido varios días, sin pensar en la muerte que nos acecha.
–Bueno, ¿quién era ese extraño doctor?– le pregunté una noche mientras cenábamos un pulpo a la mugardesa, él con agua y yo con un buen vino mencía (es peligroso tomar leche por la noche con el pulpo).
–Pues, por lo que he visto, Mauricio Ceresoles fue uno de los médicos más famosos que hubo en Extremadura. En 1824 se estableció en Arroyo de la Luz y fue tal su fama, que iban a verle enfermos desahuciados de toda Extremadura, y al parecer... los curaba. Se decía que era pendenciero, mal bebedor, mujeriego y jugador.
–Un genio con mal genio.
–Sí. Se metió en política y eso fue casi su perdición. Fernando García Morales escribió que fue diputado provincial por el partido de Navalmoral de la Mata. Lo malo es que quería ser diputado nacional y ahí la cosa no le fue bien. Se presentó a las elecciones de 1837 y 1839. No salió, y entonces escribió un manifiesto a los electores de la provincia de Cáceres en agosto de 1839, que tuvo respuesta en otros dos manifiestos de sus enemigos. He logrado los tres manifiestos y se dan palos dialécticos a mansalva.
Caridad me leyó parte de los folletos, y asombra el punzante estilo, la forma de zaherir escribiendo de hace casi dos siglos. En el escrito de Ceresoles acusa a dos oponentes: a Antonio Concha, que fue diputado provincial y nacional, alcalde de Cáceres y a su muerte dejó dinero para crear la Fundación Concha de Navalmoral de la Mata; y también ataca a Joaquín Rodríguez Leal, del que dice que era un maniobrero autor de libelos difamatorios, y que no actuaba con limpieza. Indica en un párrafo: «Detractores, calumniadores de profesión; hombres descontentadizos o mal intencionados; ilusos o seducidos, presentaos en la abierta palestra; yo os aguardo con la seguridad de venceros y la probabilidad de confundiros». A ese manifiesto le contestó con otro Antonio Concha, que habla de «el pobre cerebro de Ceresoles» y su «cabeza volcánica».
Más duro fue Joaquín Rodríguez Leal que sí había logrado ser elegido diputado nacional. En septiembre de 1839 publicó un manifiesto, en el que dice que Ceresoles era un loco ignorante, «un maniático imbécil», «débil y miserable», de «menguado cerebro» y advierte a los cacereños, «el señor Ceresoles es un despreciable átomo entre vosotros». Aquí Rodríguez Leal, que por lo visto era gobernador civil, da la noticia de que el doctor Ceresoles no es tal, que en realidad se llama Juan Candellero, que en la Guerra de la Independencia robó el título de médico al auténtico Mauricio Ceresoles, que murió de edad avanzada.
–Rodríguez Leal le denunció en un juzgado de Cáceres el 23 de diciembre de 1839, según descubrió Lancho, por usar nombre falso y ejercer la medicina sin título – siguió diciendo Caridad –, y Ceresoles fue a la prisión de la Audiencia Territorial (ahora la sede del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura). Resulta que el presidente de la Audiencia era Joaquín de Palma y Vinuesa, que tenía una hija enferma. Los médicos le dijeron que no podían hacer nada por la vida de su hija y entonces el padre se acordó de la fama de Ceresoles. Le sacó de la celda, le llevó a la habitación de la hija... y la curó. El presidente de la Audiencia le soltó y Ceresoles se retiró a Malpartida de Cáceres, en donde murió el 2 de noviembre de 1854.
–¡Vaya historia! –dije–. La verdad es que ahora bien podíamos tener otro Ceresoles que nos librara del coronavirus.
–Pues sí. Antes de que se nos mueran más amigos –indicó pensativo Sanjosé.
–¡O vosotros! –dijo, mientras olía el pulpo que no puede comer, el difunto impertinente.