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'Seminaristas jugando a fútbol' 1959, una de las fotos expuestas en el Mercedes Calles :: Ramón Masats

El espectacular portero seminarista y la falsa muerte del miliciano de Capa

DESDE LA MOTO DE PAPEL ·

Sergio Lorenzo

Cáceres

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Domingo, 13 de octubre 2019, 08:56

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La discusión la tuvimos en el huerto del fotógrafo Salvador Guinea, mientras él enterraba cuidadosamente plantones de brócoli y romanescu (esa hermosa hortaliza perfecta). Se le dio por preguntarnos qué fotografía nos había gustado más de la exposición que se inauguró el pasado 3 de octubre en la Fundación Mercedes Calles y Carlos Ballestero, que habíamos ido a ver. La exposición 'Instantes decisivos', que estará hasta el 20 de enero en el palacio de la Ciudad Monumental de Cáceres, recoge 77 fotografías famosas de 47 autores. La colección es de Julián Castilla.

Ante la pregunta el difunto periodista Sanjosé no dudo:

–La foto del paradón del portero seminarista.

–¿Qué paradón? ¡Si fue un gol como una casa! – dijo el fotógrafo. Empezó entonces uno a decir que sí y otro que no, hasta que Guinea tiró el sacho y fue a buscar la imagen en internet.

En un portátil estuvimos analizando la foto, insistiendo Guinea: «¡Es gol! ...Solo hay que ver la sombra del balón pasando la sombra de la mano». «¡Qué no fue gol! Y si pasó la mano… seguro que dio en el poste», persistía el difunto.

La discusión acabó cuando encontramos un reportaje publicado en el dominical Magazine en el año 2005, en donde se reunía, 46 años después, al seminarista que hace la estirada y al autor del chute. La espectacular foto la hizo el gran Ramón Masats (Barcelona, 1931), en el año 1959, en el Seminario Conciliar de Madrid, siendo publicada por primera vez en el Diario Ya.

El portero se llama Lino Hernando. Nacido en una familia humilde de labradores de Guadalajara, era el penúltimo de diez hermanos. Había entrado en el seminario con 11 años y cuando la famosa foto tenía 21. «Jugábamos al fútbol en la hora del recreo, con el estómago lleno de garbanzos, entre la comida y las clases. Éramos inmensamente felices, había una alegría sana y maravillosa», recordaba cuando ya era arcipreste en el barrio madrileño de Atocha. El autor del trallazo es Mariano Enamorado, que llegó a ser sacerdote 10 años, para luego colgar la sotana y hacer Psicología, casarse, tener tres hijos y convertirse en un hombre de negocios de éxito, con tres empresas, una de ellas un restaurante.

Bueno, a lo que íbamos: en el reportaje el cura portero confiesa que le metieron un golazo, lo cual aprovechó el chispacero para meterse con Sanjosé: «¡Lo ves! ¡Lo ves! Es que no me explico cómo aún, después de muerto, puedes seguir siendo un cabezón».

Contento, con la miel de la victoria en los labios, Salvador Guinea nos puso música de fondo y nos dio un vino de la tierra, un Palacio Quemado, acompañado de buen jamón de Montánchez, pasando a hablar de los tiempos en los que en la España en la que no había becas, los niños listos de los pueblos eran reclutados por la Iglesia, llenando los seminarios. Hijos de familias numerosas humildes, niños algunos de solo 10 años. En un reportaje del Diario HOY del 19 de marzo de 1949, con magníficas fotos de Pesini (1907-1976), se recoge que había 308 seminaristas estudiando en el seminario de San Atón de Badajoz. Eran tantos que 50 no podían vivir en el edificio y tenían que ir y venir todos los días de sus pueblos. El horario era agotador: se levantaban a las seis y media de la mañana, se aseaban y a las siete ya estaban rezando y tenían misa de comunión. Luego desayuno y a las clases. A la una era la comida, pero antes rezaban en la capilla y hacían un examen de conciencia de la mañana. Después de la comida, llegaba el recreo con las partidas de fútbol hasta las dos y media de la tarde. Clases, merienda con un pequeño recreo y más clases. Luego rosario, lectura espiritual y cena. Le seguía 15 minutos de asueto, ir a la capilla a despedirse del Sagrario y a las diez y media de la noche todos a la cama.

En Cáceres eran tantos los seminaristas que en 1954 se construyó el Seminario Mayor con capacidad para 150 futuros curas. Ahora en buena parte del gran edificio, que está en el barrio de San Blas, hay una residencia de ancianos.

La conversación siguió tranquila, hasta que agachado sobre un surco de tierra, Guinea me preguntó por mi foto favorita de la exposición.

La polémica foto 'Muerte de un miliciano'. ::
La polémica foto 'Muerte de un miliciano'. :: Robert Capa

–Pues, hombre, la de 'Muerte de un miliciano' de Robert Capa.

–¡Vaya por Dios! – dijo mandando otra vez el sacho a tomar viento –. Pero si ese es el mayor tongo que ha habido en el mundo de la fotografía.

–¡Venga ya! – le dije atónito.

–¡Me cago en la leche! ¿Es que no has visto el documental 'La sombra del Iceberg'? Esa foto es un montaje. El miliciano se tiró varias veces delante del fotógrafo sin que hubiera disparos ni nada. ¿No ves que no tiene herida alguna? ¿y no te parece raro que el fotógrafo estuviera delante del muerto, teniendo detrás disparando a los supuestos enemigos? En el documental lo explican bien. ¡Esa foto es un tongo!

–Bueno, ¿y cuál es tu foto preferida? – le preguntó el finado para que se le pasara el enfado.

–A mí me gusta mucho la que hizo Elliott Erwitt en el Museo del Prado en 1995. Es una foto que es todo un estudio sociológico: con solo una mujer viendo el cuadro de 'La maja vestida', y al lado, ante 'La maja desnuda' de Goya hay siete hombres mirando, que hay uno que parece que es un exhibicionista con su gabardina y sus zapatillas de deporte. Es una foto magistral.

Las dos majas de Goya en la foto 'Museo del Prado, Madrid 1995'. ::
Las dos majas de Goya en la foto 'Museo del Prado, Madrid 1995'. :: Elliott Erwitt

No sé si fue cosa del azar... o del difunto, el que en ese momento sonara en la radio la canción 'Whisky sin soda' de Joaquín Sabina, que hizo que brindáramos entre sonrisas:

«Solo cumplo años los años bisiestos que acaban en dos.

Gasto más que gano, vivo con lo puesto menos un botón.

No tengo costumbre de guardar la ropa si voy a nadar.

Nunca le hago ascos a la última copa ni al próximo bar.

Vendí por amores y no por dinero mi alma a Belcebú,

y de las dos majas de Goya prefiero la misma que tú.

¿Qué voy a hacerle yo,

si me gusta el whisky sin soda,

el sexo sin boda,

las penas con pan?

¿Qué voy a hacerle yo,

si el amor me gusta sin celos,

la muerte sin duelo?...»

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