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Jorge S. Arroyo lleva más de 35 años escribiendo, aunque acaba de publicar (en mayo de 2019) su primer libro de poemas y prosa poética, 'La memoria del tacto', que presentó el pasado jueves en el Ateneo. Después de tanto tiempo dando salida a tantas inquietudes a través de la escritura, ver sus poemas en negro sobre blanco ha sido como embarcarse en un apasionante viaje, en algo nuevo.
Este cacereño nacido en 1960 empezó a acariciar la creación literaria desde muy joven. «Cuando tenía 14 o 15 años empecé a escribir cuentos cortos, en ese momento empecé también a hacer fotografía. Me influyó mucho mi abuelo, que era maestro nacional, un humanista, que me enseñaba cuentos, a revelar fotografías...». En 1978 inició sus estudios sus estudios de Filología Española en la Universidad de Extremadura. «Tuve magníficos maeestros, como Ricardo Senabre, como Juan Manuel Rozas y ahí empecé a escribir poesía. Me presenté al premio Residencia San José en 1982-83, la primera vez que escribía y me dieron un accesit, algo que me animó a seguir escribiendo porque aunque el premio no era importante, sí lo era el jurado, con profesores de la facultad de Filosofía y Letras, después de eso no me he vuelto a presentar a ningún concurso».
Tiene varios poemarios y varios libros de prosa poética: 'Diálogos de la lluvia', 'Dreams', 'El fin del silencio' y algunos más, todos registrados. «Es la primera vez que envío algo, fui a una editorial que está en Roma y también en Madrid, que se llama Europa Ediciones, y me contestaron diciéndome que lo iban a publicar, han lanzado 1.000 ejemplares, lo han hecho ellos todo, lo han llevado a la feria Liber de Madrid, a la de Frankfurt, falta Milán y Londres».
Dedicado profesionalmente al mundo comercial y de las finanzas (ha sido director de varias entidades bancarias y ha tenido varios cargos en otras empresas), la poesía ha supuesto un importante respiro emocional. «Llegó el momento en el que sentía que estaba persiguiendo una zanahoria, que no era lo mío, que necesitaba acudir a esto, a la poesía, yo la parte humanista siempre la he tenido, entré en una crisis existencial». Reconoce que en 'La memoria del tacto' hay «mucha laceración emocional», ya que se refugió en la creación de esta obra «para tomar una decisión» sobre el rumbo de su vida. «También me apoyé en el cine de autor, en la lectura, en la pintura y en la música, porque yo creo que hoy en día para escribir tienes que acudir a muchísimas disciplinas, no solamente leer». Para Arroyo la escritura es «mucho más que una afición, es mi vida, yo no podría estar ya sin esto, no canso».
Explica que en 'La memoria del tacto' casi nunca habla directamente. «Es un libro muy sensorial, habla de emociones, de pensamientos que se cruzan cuando estás viviendo las cosas, aparentemente pueda que tenga un cierto caos, pero hay un hilo conductor muy importante, es la búsqueda de la belleza, la búsqueda del amor y de intentar ser feliz».
Él propugna la poesía como humanismo. «Las personas no se distinguen por su cultura, ni por su erudición ni sus carreras, sino quiénes son después de su trabajo, la gran diferencia es la sensibilidad de las personas, cómo sienten y cómo miran, cómo es su mirada». A la pregunta de porqué escribe responde que es lo que más le aleja «de la idea de que somos finitos, igual que el amor, para mí esto y el amor son lo más importante».
Reconoce que él es proclive a tocar lo que ha escrito. «Todo está permanentemente en movimiento, ahora estoy escribiendo una especie de diario poético, enlazo lo que me está pasando ahora con cosas de hace veinte años, porque no cambiamos tanto, siempre están los mismos pilares, las mismas obsesiones, los mismos pensamientos que van madurando y se van corrigiendo, pero es un eterno retorno, de hecho cuando peor me encuentro emocionalmente es cuando vuelvo a la infancia, donde las tardes son largas, donde no falta nadie, yo tuve una infancia muy feliz». Considera además que para crear «siempre tiene que estar el niño, si se pierde la curiosidad del niño se pierde la creatividad, la sofisticación del adulto no me gusta».
Jorge S. Arroyo tira de su particular farmacopea de autores. Cita al danés Henrik Nordbrandt, al francés Bernard Noel y a los norteamericano Mark Strand y John Ashberi. «Al principo de mi carrera alguien que me llenó mucho fue José Ángel Valente, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Luis Cernuda».
Sobre la vida cultural de la ciudad asegura que «hay bastantes cosas, debería activarse más, el mundo de la poesía es complejo, y ahora escribe mucha más gente de la que lee, hay mucha gente escribiendo sin leer, que tienen pujanza en las redes».
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