Discusión en la calle de los vinos, la mal llamada del General Ezponda
Desde la moto de papel ·
Fuimos varios compañeros de la Redacción los que el pasado 23 de abril, festivo en Cáceres por ser el día del patrón San Jorge, acompañamos a Manuel Caridad en su misión de conocer a fondo la calle de su general Esponda, siguiéndole de bar en bar, haciendo un peculiar Vía Crucis.
Tras poner un fondo de 20 euros por cabeza para tomar algún pincho entre caña y caña, empezamos en El Pato Blanco, en la esquina de la calle con la Plaza Mayor, para seguir por el Döner Kebab, Parió la Abuela y La Sureña. Allí, tomando unos montaditos, el compañero aún hablaba con coherencia sobre el teniente general Federico Esponda Morell, muerto en Madrid en 1894 con 66 años, un año después de ser nombrado hijo adoptivo de Cáceres. Allí nos recordó algunos detalles de la vida del militar tomados de una conferencia que sobre él dio el teniente coronel Juan Carlos Fernández Rincón, y nos mostró una biografía hecha al famoso general en 1895 por José Ibáñez Marín, leyéndonos parte de una carta fechada en Badajoz el 15 de octubre de 1891, en donde el general Esponda cuenta al capitán general de Madrid sus primeros días de estancia en Extremadura. «Pues… ¿y las visitas? – escribía en la misiva –. Esta es otra plaga que le roba a uno el tiempo impunemente; por ellas, por lo antes manifestado y por otros varios asuntos, no me ha sido posible tener el gusto de escribir a usted, y ahora lo hago interrumpido cada cuatro renglones por una visita de cortesía: el delegado de Hacienda, el obispo interino, el gobernador civil, un señor cualquiera… Ayer vino un ayudante del gobernador de Elvas, nada menos que con su esposa, guapa y arrogante portuguesa, que no hablaba castellano, pero que tenía unos ojos…». En esa biografía se asegura que Esponda fue el artífice de un monumento en Badajoz a su héroe Menacho que murió defendiendo a esta ciudad. La biografía cuenta: «con tesón propio de su alma bizarra y militar, Esponda llevó a realidad la idea, secundado liberalmente por los jefes, oficiales y retirados, que dejaron gustosos un día de haber para rendir así un homenaje de admiración a la gloria del héroe de la Independencia. El 2 de mayo de 1893, el monumento se inauguró oficialmente». Empinando el codo y comiendo, alguno nos preguntamos qué habría sido de ese monumento, porque hace unos días en la avenida de Huelva de Badajoz se ha colocado una hermosa escultura de Menacho hecha por Salvador Amaya. El biógrafo también contaba que cuando Esponda murió, Cáceres pagó parte de su funeral al ser su hijo adoptivo.
Seguimos avanzando de bar en bar, zigzagueando. Fuimos a Sabor a Cáceres, de allí a Antojerías, a tomar unos gigantescos torreznos de Soria, hasta llegar a la Tapería 8º Arte, en donde con unas buenas cañas de Estrella de Galicia de bodega dimos en recordar la historia del bar Amador, que está enfrente y que desgraciadamente cerró un funesto día de junio del año pasado, enmudeciendo su querida e inolvidable gramola. Fue en 1965 cuando Nemesio Amador Pérez, llegado de Monroy, montó el 'Amador', trabajando en el local él, su mujer (que murió de cáncer en 1971) y tres de sus hijos: Manuel, Félix y Guillermo. Félix se iría a Madrid para ser policía nacional y Guillermo se murió en 1990 de una neumonía. Ha sido Manuel Pérez el que ha estado al frente del Amador, recordando que hubo dos etapas doradas de la calle de los vinos: a finales de los sesenta cuando llegaban las muchachas de la Universidad Laboral y los miles de jóvenes que hacían la 'mili' en el CIR. La otra época fue a finales de los setenta y en los ochenta, con los universitarios y la gente que parecía que tenía más ganas de divertirse en Carnavales, cuando todo el mundo estaba disfrazado en la calle de los vinos, siendo uno de sus más fervientes defensores Pedro Peloto, el dueño del bar El Cisne Negro, un lugar en donde se podía comer ranas, pajaritos fritos y lagartos.
Aquí empezamos a levantar algo la voz cuando alguien propuso recordar los bares más famosos. Se concluyó que poniéndose en el centro de la calle, teniendo a la espalda la Plaza Mayor y al frente la Plaza de la Concepción, a la derecha estaba El Pato, Los Toneles, Amador, La Rana, El Mesón Deva (la Bodega), el Cisne Negro, El Acordeón y el Bar Poppy; luego, siguiendo la acera pero ya en la calle Barrio Nuevo, estaba el Bar Jaype con sus bolas de patatas.
Si todos esos bares estaban a la derecha, a la izquierda se encontraban: El Roji, con sus mejillones rellenos, El Archiperre, La Furriona que según unos antes fue el Bar Rey, la Belle Epoque montado por Yiyo en 1995 en donde actuaron Siniestro Total y Estopa. Más allá estaba El Gran Mesón. Para recordar mejor los sitios nos ayudábamos con la página de facebook Bares antiguos de Cáceres que creó Antonio García.
Todo iba bien hasta que salimos del 8º Arte, y camino al Poppy, el fotógrafo Salvador Guinea dio con una placa de la calle.
–Vamos a ver – le dijo a Caridad –. Tú estás todo el tiempo con el general Esponda por aquí, el general Esponda por acá y... tanto que sabes ¡estás equivocado! Aquí dice claramente que estamos en la calle General Ezponda. Ez-pon-da. No tienes ni idea.
–El que no tienes ni idea eres tú – replicó el otro – El Ayuntamiento se confundió al poner las placas.
–Sí, hombre sí.
Como el tono de voz iba en aumento y ya faltaba poco para llegar a los insultos, los más sensatos decidieron dar por terminada la expedición.
Pero la cosa no quedó ahí.
A la mañana siguiente llegó a la Redacción Caridad. Abrió la puerta y, sin mediar palabra, se fue a la mesa en la que estaba Guinea. Descargó con la mano derecha un enorme golpe sobre la mesa que casi la descalabra, dejando una esquela de hacía un siglo, donde se podía leer claramente que el muerto era el general Federico Esponda. «¡Ni las esquelas, ni yo mentimos! ¡Chispacero!», dijo.
Se fue Caridad a su sitio. Nadie comentó nada, pero yo veía que se tocaba la mano con la que había dado el trompazo en la mesa y hacía gestos de dolor. Al día siguiente apareció con la mano derecha escayolada: El muy bruto se había roto la muñeca.
Cuando le preguntamos qué había pasado, solo dijo un lacónico: «sin comentarios». Para luego decir «¡Ytú, ni abras la boca!», señalando con la mano buena a Guinea, que se moría de risa.