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El Cáceres blanco y el mes en el que se terminará la pandemia

Desde la moto de papel ·

Sergio Lorenzo

Cáceres

Domingo, 7 de febrero 2021, 07:52

Heredé la biblioteca del viejo periodista Sanjosé, con la condición de que no me podía negar a que vieran sus libros los compañeros del periódico. Al principio me molestaba que gorrones como el fotógrafo Guinea vinieran a casa sin previo aviso, cogieran sin pedir permiso cervezas de la nevera y se pusieran a descolocar libros, pero a todo se acostumbra uno. El pasado domingo el susodicho vino a la hora de las cañas y repanchigado en el sofá, cerveza en mano, se puso a ver el libro 'La tarjeta postal en Cáceres', de Jesús María Gómez y María Antonia Fajardo, mientras yo intentaba arreglar una persiana, que es lo que más odio.

–Oye – me preguntó – ¿has visto estas postales de hace un siglo, en las que aparecen pintadas de blanco las fachadas de palacios de Cáceres, como la Casa del Mono o la de Los Becerra. Están pintadas de blanco hasta la Casa Mudéjar y el Arco del Cristo? Quedaba un poco feo...

–Tiene su razón – le respondió no yo, que estaba sudando subido en una escalera, sino el periodista Caridad que acababa de entrar por el jardín, por supuesto sin avisar antes ni llamar al timbre –. Era la época de la última gran pandemia y se encalaban las casas porque se aseguraba que la cal mataba todos los bichos, por eso también se pone en los árboles. Lo cierto es que los pueblos blancos de Extremadura y Andalucía nacieron por higiene, para combatir microbios y virus. Además la cal blanca es más barata, y la gente se acostumbró a encalar sus casas cada primavera, algo que en la época del innombrable se usó como reclamo turístico. Hay una foto del Archivo de Marchena de 1915, tomada desde el Hospital Provincial, en la que Cáceres parece un gran pueblo blanco.

Cabreado porque no me ayudaban, sudaba la gota gorda en la escalera, con las láminas de la persiana sobre la cabeza y la espalda, intentando colocar el tambor en sus anclajes, cuando escuche otra voz conocida...

–Os voy a contar una cosa curiosa de esa última pandemia...

Imagen de la Casa Mudéjar en 1925 y en la actualidad. E. Blasco | S. Guinea.

–Vaya... ¡El que faltaba! – dije desde lo alto de la escalera resoplando para quitar una gota de sudor que bajaba por la nariz – ¡El difunto!

–Es algo que se debería estudiar en las facultades de Periodismo – siguió Sanjosé –, porque resulta que injustamente le llamaron la Gripe Española, por ser los periódicos españoles los primeros que hablaron de ella; pero la realidad es que la epidemia empezó en 1918 en un campamento militar en Texas, y los norteamericanos la trajeron a Europa cuando entraron en la I Guerra Mundial. En España a esta gripe la llamaron de cachondeo 'Soldado de Nápoles', porque se decía que era tan pegadiza como esa canción de la zarzuela 'La Canción del Olvido' que se estrenó en Madrid en 1918.

–¿Y se murió mucha gente? – preguntó Caridad.

–Pues entre 40 y 50 millones de personas, en China unos 30 millones, 15 en La India. En Francia 400.000, lo mismo que en Italia, y en Reino Unido 250.000. En España 200.000 aunque pasó igual que ahora, porque la cifra oficial de muertos fue menor, fue de 147.000.

–Vaya, ¿y en Cáceres? – volvió a preguntar el compañero que no las tiene todas consigo con el coronavirus.

–Hay un trabajo de Carlos María Neila Muñoz, en el que logra saber los muertos que dejó en las ciudades de Cáceres y Plasencia en los años 1918 y 1919 que duró la pandemia. Plasencia tenía unos 10.000 habitantes y murieron 43, y Cáceres tenía unos 23.000 habitantes y solo murieron 49. No sé, quizá no murieron más por las casas encaladas.

–Coño – dijo Caridad levantándose del sofá para empezar a gritar – ¡Hay que encalar! Es la solución... ¡Hay que encalar!

Casa del Mono en 1925 y en la actualidad. E. Blasco | S. Guinea.

Fue tal el ímpetu de este loco que, sin querer, dio una patada a la escalera y sin duda no estaría ahora juntando estas letras, de no ser por el difunto que me cogió en volandas, mientras se iban al suelo tambor, persiana y escalera.

–¡La madre que te parió! Casi me matas. – Le reproché a Caridad, que me miraba asustado.

–Anda, déjalo estar – dijo el difunto, que tras depositarme en un sillón hizo un movimiento con su mano derecha y levantó la escalera, enrolló la persiana en el tambor, lo colocó en su anclaje, puso el panel de madera e incluso los tornillos... en un cerrar y abrir de ojos.

–Hombre, podías haberlo hecho antes – protesté.

–No; que así haces ejercicio, que te viene bien. Bueno, pues hay otra cosa muy curiosa – dijo mirándonos fijamente, él de pie y nosotros sentados, como niños atentos –. Aquella pandemia de hace un siglo tuvo tres olas. La primera fue de mayo a julio de 1918, la segunda de agosto a diciembre de 1918, y la tercera ola empezó en enero de 1919.

–¡Madre mía, como ahora! – dijo el fotógrafo – y ¿cuándo terminó?

–En abril de 1919.

–¡Qué bien! ¡Qué bien! – empezó otra vez a saltar Caridad – ¡Solo faltan dos meses para que acabe esta locura!

–Sí, pero también os faltan 100.000 muertos, el doble de los que lleváis – dijo el joío agorero antes de desvanecerse dejándonos con la boca abierta.

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