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En busca de la valiosa joya del santo Claret... que está en Cáceres

Desde la Moto de Papel ·

Sergio Lorenzo

Cáceres

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Domingo, 17 de febrero 2019, 09:52

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Una de las cosas que más nos molesta a la mayoría de los periodistas son las imprecisiones. Nos gustan las cifras, el dato exacto, los porcentajes sin duda alguna, por eso el otro día me desquició el compañero del HOY Digital Manuel Caridad cuando me dijo:

–Oye. Me leí lo que escribiste el domingo de la locura de Carolina Coronado. No sabía que hubiera embalsamado a su marido y a una hija.

–Sí. Cuando tenía 52 años embalsamó a su hija Carolina, muerta con 20 años, y cuando tuvo 70 años embalsamó a su marido. Luego ella se murió a los 90, en 1911. – Le contesté.

–Por cierto, ¿tú sabes que ella tenía unas joyas muy caras, al estar en la corte con la reina Isabel II, y que las donó a La Virgen de La Montaña?

–No... pero, ¿cuándo fue eso? ¿Qué joyas fueron? ¿Quién las donó? ¿Ella o la hija Matilde, la única que le sobrevivió? ¿Lo hizo Matilde cuando se vino a vivir a Cáceres?

–No sé. No sé. Haz el favor de no agobiarme.

–¡Pero hombre! No puedes decir eso y quedarte tan fresco, ¿quién te lo dijo?

–No sé. No sé. Lo leí por ahí. Averígualo tú, juntaletras.

¡La madre que lo trajo al mundo! Ya me complicó la existencia. Estuve preguntando en la Cofradía de la Virgen de La Montaña, buscando las joyas de Carolina Coronado, pero nadie sabía nada. Hubo quien me insinuó que quizás las donó y se utilizaron para hacer la gran corona de La Virgen de la Montaña que en 1924 realizó el orfebre Félix Granda Buylla (1868-1954). Según leí en el libro 'Memoria y Patrimonio. La Virgen de La Montaña. Cien años como patrona de Cáceres', para hacer la magnífica corona se emplearon joyas donadas por los fieles. El mismo Granda lo contó así: «Me han encargado hacer una corona para esta Virgen; que los reflejos de oro, platino y las piedras preciosas fulguren alrededor de su cabeza venerada y que esta corona se haga con las joyas de los ricos, con la piedrecita y el polvillo de oro con que los pobres muestran su fe y amor…»

Me quedé más tranquilo, pero seguí buscando... y unos días después di con algo que me inquietó. Resulta que el cronista de Almendralejo, Francisco Zarandieta Arenas, habla en su blog que Carolina Caronado y su marido Horacio Perry regalaron una joya de gran valor a Antonio María Claret, canonizado en 1950 y que esa joya terminó en Cáceres. El asunto se complicaba: ya no se trataba de buscar las joyas de la poeta o poetisa (que de las dos maneras se puede decir), sino de buscar en Cáceres…. ¡la joya de un santo!

Resulta que el santo catalán Antonio María Claret, nacido en 1807, fue confesor de la reina Isabel II desde 1857 hasta 1869, unos meses antes de la muerte del santo, y fue en esa etapa cuando conoció a Carolina Coronado y a su marido. El marido de la poeta era protestante, de la denominada secta de los unitarios, que sostiene que sólo hay un único Dios, el Dios Padre, y que Jesús no es Dios, sino un hombre. Lo cierto es que el santo convirtió al catolicismo al marido de Coronado, y le bautizó el 7 de enero de 1860 en la parroquia de San Sebastián de Madrid. Luego el arzobispo Claret dio la bendición nupcial a los esposos.

Carolina y su marido Horacio estaban tan contentos que quisieron pagar la felicidad que les había dado el santo regalándole una joya de gran valor: Una cruz pectoral de oro con seis amatistas. A San Antonio María Claret, que tenía alma de pobre misionero, le pareció mucho tal joya y se la devolvió al matrimonio que la conservó como si fuera una reliquia. El cronista de Almendralejo cuenta que al morir la poetisa en 1911, la joya se la quedó su hija Matilde, su única heredera, que murió en Cáceres cinco meses después que la madre. La joya pasó entonces a ser de su viudo Pedro María Torres Cabrera que la donó a la Adoración Nocturna de Cáceres, que utilizó la valiosa joya para colocarla en la parte superior de la Custodia en donde veneran a la Eucaristía.

¡Había que buscar esa custodia! En documentación de la Diócesis de Coria-Cáceres, vi que la Adoración Nocturna es una asociación de fieles que tiene por fin adorar a Jesús Sacramentado por la noche, haciendo turnos ante la Eucaristía. En Cáceres se formó la Adoración Nocturna en 1914, reuniéndose en la iglesia de Santo Domingo, en donde se habilitó una sala de guardia y hasta unos dormitorios para el turno que no velaba y quería descansar antes o después de su turno. Aquí viene lo bueno: el 29 de febrero de 1916 se abrió una suscripción popular para hacer la custodia, recaudando donativos y joyas. En ese año debió de ser cuando Pedro María Torres Cabrera donó la valiosa joya. La gente de entonces debía saber de su valor, porque Ángel David Martín Rubio, canónigo archivero y párroco de Cañaveral, cuenta que ante la importancia de las donaciones, «se tomaron determinadas prevenciones jurídicas en caso de extinción de la Adoración Nocturna». Quién hizo la custodia fue el gran orfebre Félix Granda (el mismo que luego haría la corona de la Virgen de La Montaña). La custodia, ya con la joya del santo Claret, se utilizó por primera vez el 19 de junio de 1919.

¡Había que buscar esa custodia! Pregunté en el Obispado sobre si existía la Adoración Nocturna de Cáceres. Y sí, existe. Me derivaron a la Parroquia de San Juan Macías, en La Mejostilla, en donde aún pervive la Asociación, pero se reúne poco y lo más importante... ya no tiene la custodia. Se me abrió el cielo cuando me indicaron que desde hace siete años, en la iglesia de Fátima, hay gente que vela una custodia con la Eucaristía. Es otra asociación distinta a la Adoración Nocturna, porque la adoración no la hacen sólo por la noche sino... ¡las 24 horas del día! Se llaman de la Adoración Perpetua y la de Fátima es la primera capilla de este tipo que hay en Extremadura. Fui inmediatamente para allí, fuera de la iglesia había carteles de «se buscan adoradores». Al entrar en la capilla vi gente rezando en la penumbra, mientras en el centro, iluminada, estaba una brillante custodia de plata… ¡pero no era la de la joya del santo!

La búsqueda fallida me estaba afectando en el ánimo, hasta que Manuel Caridad, el origen de mis males, se debió de apiadar de mí, y me dijo: «Vamos a ver, alma cándida: Si tanto vale esa joya ¿No estará en el Museo de la Concatedral?».

Acompañados por el fotógrafo Lorenzo Cordero, fuimos inmediatamente a la Concatedral de Santa María. Ya en su interior pasamos bajo los colores de la roseta vidriada, pasamos ante la mirada del Cristo Negro y entramos en el museo. Había muchas custodias, pero yo no tuve dudas: fui directo, como atraído por un imán, a la que tenía la cruz de oro con las seis hermosas amatistas.

En la nave central del templo algunos fieles arrodillados sisearon, pidiendo silencio, cuando oyeron voces saliendo del museo:

–¡Aquí está! ¡Aquí está! ¡La joya del santo!

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