Ambulantes africanos en la feria de Cáceres: «Venimos a trabajar, no a pedir ni dar lástima»
Los vendedores hablan de cómo es su vida en el ferial tras la redada del martes contra los artículos falsificados
A la una del mediodía del jueves el recinto ferial de Cáceres es un desierto de puestos vacíos y sol cayendo a plomo. El ... silencio se adueña de un lugar que en unas horas se convierte en puro bullicio, música y alegría. En ese momento las personas que trabajan para que los demás se diviertan descansan, esperan el autobús para trasladarse a Cáceres o preparan la comida.
La avenida que conduce al Hípico es el lugar que ocupan los puestos y mantas de los vendedores en su mayor parte extranjeros, muchos de ellos subsaharianos. Zapatillas, bolsos, camisetas de fútbol o bisutería son el cargamento de artículos, la mayoría de imitación, que despachan en estas jornadas festivas. El pasado martes se llevó a cabo en la feria un espectacular operativo de la Policía Nacional, la Guardia Civil, agentes municipales y funcionarios de Vigilancia Aduanera de la Agencia Tributaria en el que se requisaron 1.800 artículos de falsificación por un valor de 145.000 euros. Se detuvo a tres hombres en situación irregular en España que fueron puestos a disposición de la brigada de extranjería, que tramitó diligencias por desamparo de un menor extranjero de 17 años.
Estos hechos han generado un malestar patente entre los ambulantes que vienen a trabajar a Cáceres. Samba, que procede de Senegal, llegó a España en patera en el año 2006 y vive en Madrid, donde tiene casa, mujer e hijos.
Con buen español se hace automáticamente portavoz de su grupo, hombres jóvenes que descansan buscando la escasa sombra, cargan sus móviles, limpian las zapatillas y bolsos que pondrán a la venta o charlan tranquilamente entre ellos. Acampan en tiendas de campaña sencillas y algunos, los que tienen puesto, duermen en él. Este año el Ayuntamiento ha puesto duchas y están contentos. «Nosotros venimos aquí a trabajar, estamos cumpliendo, pagamos, estamos dados de alta en la Seguridad Social, yo no veo justo lo que pasó el otro día», se lamenta Samba, que dice que «España está llena de falsificaciones, si no quieren que vengamos aquí que no den los permisos de los puestos, que no son gratis, cumplimos con todo, estamos legales». Samba no ha conseguido puesto este año y por eso vende en el suelo, pero próximo a la instalación de un compatriota, una práctica que es habitual. El grupo prefiere no salir en la foto, ni siquiera para mostrar cómo es su espartana forma de vida durante la feria. «Nosotros venimos a trabajar, no a pedir ni dar lástima», insisten.
A Samba no le importa el regateo, ni que el público intente sacar un artículo por menos dinero. «Es un juego». Pero hay cosas que no acepta, y se rebela. «El otro día una señora mayor vino aquí y me dijo: Cada uno se tiene que quedar en su país, no se da cuenta que yo estoy cotizando, si yo no cotizo ella no come», reflexiona Samba, de 44 años. «Venimos a mejorar nuestra vida, buscas los papeles, buscas curro, un oficio y es muy duro, yo vine aquí sin nada, no conoces nada, no sabes hablar, cuesta mucho», reflexiona en mitad de una feria que desde lejos parece solo diversión.
Una gran familia que cocina, vive y duerme junta lejos de casa
Mami limpia con paciencia un trozo de pescado que formará parte de un gran guiso con arroz que, a eso de la una de la tarde, empieza a coger consistencia en una olla que bulle sobre un hornillo de gas. Proveniente de Sevilla aunque nacida en Senegal ella no se dedica a la venta ambulante, sino que trabaja como cocinera. «Yo cocino para ellos, para mi gente, venimos de la misma ciudad». Le cuesta precisar el número, porque varía. «En una feria nunca sabes, cada africano que viene puede meter su mano, nosotros no lo ponemos en un platito, juntamos la comida y cada uno mete la mano hasta que llena la barriga». Mami, que es madre, dice que le pone el mismo cuidado que si estuviera atendiendo a sus propios hijos. «Si una mujer no ha parido no sabe cómo duele un hijo», filosofa bajo la carpa en la que no deja de manipular la comida. Viste atuendos frescos y llenos de color y la cabeza cubierta.
Ella, que llegó a España en una frágil emabarcación como la mayor parte de sus compatriotas, dice que su vida ha sido una lucha permanente. «Los africanos somos gente educada, pero nunca vamos a tener la misma consideración que un español».
Esta gran familia duerme en el suelo dentro de las tiendas, en el interior de sus furgonetas e incluso en los puestos, en colchones hinchables.
«Somos hermanos y nos ayudamos», explica en su puesto de artesanía Aliuné Yakne, otro senegalés llegado en ese caso desde Valenciaque regenta un puesto de artesanía y que explica que suelen dar cobijo a los compatriotas que no lo han logrado. Dice que las ventas ya no son lo que eran en la feria de Cáceres. «Antes la gente compraba más, ahora va regular», cuenta.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión