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En el pabellón. Los catres, cada uno con su armario, y al fondo, el comedor. Pakopí -

50 vidas confinadas en un polideportivo

Casi lleno. El pabellón Las Palmeras de Badajoz funciona como un refugio para indigentes gestionado por Cáritas desde que comenzó la crisis sanitaria

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Viernes, 17 de abril 2020, 21:48

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Francisco Javier Cordero lee 'Los pacientes del Doctor García', de Almudena Grandes, para que pase el tiempo. «Yo tenía una vida ordenada y estable, como cualquier persona. Con mi mujer, los dos trabajando. Pero he tenido la mala suerte...». Se para, respira. «He empezado a consumir heroína». José Miguel Ramírez, más conocido como 'Canario', llegó de las islas a Extremadura hace 26 años. «Ganaba mucho dinero talando árboles, viajábamos por todas partes, pero dejé embarazada a mi mujer y decidí quedarme». También es adicto pero lleva cuatro años limpio, su ilusión es vivir en un piso. Trung es joven, pero ya ha pasado por tres terapias de desintoxicación. Hace un mes, cuando llegó al refugio, «no podía ni andar de estar en la calle». Esteviernes llamó a su hermano para que fuese a verle, «porque ahora estoy mejor. Antes no quería que me viesen así». Cuando el confinamiento termine, quiere ir al Centro Hermano a volver a intentarlo. Y Nuria (que no da su nombre real) tiene problemas psiquiátricos, pero se acerca para dar las gracias a las personas de Cáritas que la cuidan. «Escribe que son maravillosos».

Cada uno tiene su historia, su vida. Tienen en común que hace un mes, cuando saltó la alerta sanitaria, no tenían dónde vivir y que ahora duermen en uno de los 50 catres instalados en el pabellón Las Palmeras de Badajoz.

«Cada historia es un mundo. Hay desgracias familiares, de trabajo, que piensas: yo podría estar igual que ellos porque los ves, gente que sus padres han sido drogadictos... A veces te dicen: yo quisiera salir, pero están en un callejón, ya muy desestructurados. Con enfermedades mentales, con el tema de las drogas, realidades muy hirientes. Cuando uno les ve por la calle, no sabe lo que hay detrás de esas personas, pero aquí se les escucha». Lo cuenta Paco Maya, vicario de Badajoz y delegado de Cáritas, que añade que, dentro de la desgracia actual, el refugio ha servido para sacar a la gente de la calle y les gustaría conseguir que no vuelvan.

«Es necesario un albergue permanente. A este trabajo hay que darle continuidad», añade.

Cáritas coordina esta iniciativa que está financiada por la Junta a través de la Dirección General de Servicios Sociales. El vicario agradece su apoyo y también el del SES y del Ayuntamiento que cedió el polideportivo. El Ejército, además, ha donado los separadores y los armarios, además de mantas. Las camas son de Cruz Roja y también han llegado más mantas gracias a aportaciones particulares.

¿Pero que ocurrirá cuando termine la cuarentena? Es la preocupación de los trabajadores y los que viven allí. Badajoz solo cuenta con refugio durante el invierno y les gustaría tener uno permanente.

Ya no es un polideportivo

Desde hace un mes, Las Palmeras ya no parece un pabellón deportivo sino un refugio de una zona en guerra. Al pasar la valla hay una caseta donde están instalados un médico y una enfermera porque los que viven allí pasan una revisión a diario. A la izquierda hay unas habitaciones individuales, en unos antiguos almacenes, donde deben permanecer aislados los que llegan. Cinco días solos por precaución.

Desde que se abrió, este refugio ha estado prácticamente lleno, de hecho, han derivado a personas a Don Benito para hacer espacio. Actualmente están ocupadas 49 de las 50 camas. Además de altas, también hay bajas porque no les obligan a estar allí. Pueden firmar un papel y marcharse, aunque los afectados reconocen que es casi imposible estar en la calle sin ser detectados por la policía.

Así llegó a Las Palmeras Francisco Javier Cordero. No dormía en la calle, pero no tenía sitio fijo, le pararon y le recomendaron trasladarse al pabellón. «Es encomiable la labor que están haciendo. Intentan cada día escucharnos y solucionarlo todo. Es importante el material, pero muchas veces es más importante que te escuchen». Justo antes del confinamiento iba a ingresar en una comunidad terapéutica, pero la crisis sanitaria lo impidió. Cuando termine, ingresará. «Quiero recuperar mi vida anterior».

Al entrar en el recinto también hay un patio que permite salir a tomar el aire. Está partido por unas pistas de pádel donde se han levantado dos tiendas sanitarias. Son los espacios reservados por si hay que aislar a algún contagiado. Por el momento no han tenido casos, es uno de sus orgullos. Ya en el pabellón, apenas se reconoce la pista deportiva. Está dividida en tres zonas con paneles, en cada una de ellas hay catres con mantas separados por algo más de un metro con un armario de tela para cada uno. En medio hay unas mesas que sirven de comedor. La falta de espacio les obliga a hacer tres turnos para comer y poder mantener la distancia de seguridad. Esta zona también se utiliza para echar una partida al dominó o al ajedrez. Al fondo, hay una proyector que les permite poner películas.

El día comienza con el paso por las duchas en turnos. Una de las normas es que es obligatorio ducharse a diario, cambiarse y entregar la ropa para su limpieza. A continuación desayunan y les animan a colaborar con la limpieza. Tanto por la mañana como por la tarde celebran asambleas por grupos para hablar y desahogarse y además las trabajadoras sociales se reúnen de forma individual con ellos. Intentan derivar a estas personas, una vez termine el confinamiento, a otros centros o incluso que puedan volver a sus propias casas.

Canario está ilusionado con esta posibilidad. «Solo quiero alquilar una habitación, o irme a un piso con algunos compañeros». Cerca de él está José Alberto, de 52 años. Es un músico cubano al que el confinamiento le sorprendió de paso buscando trabajo para recoger fruta. Solo quiere que termine y retomar esta idea.

Patio. La zona exterior.
Patio. La zona exterior. Pakopí -

«A veces saltan chispas»

Otra visita que reciben tres veces por semana es la de los profesionales de los servicios de drogodependencia, para ayudar los que necesitan tratamiento. Las adicciones son uno de los motivos que complican la convivencia. «A veces, salta la chispa, la agresividad», resumen Paco Maya. Sin embargo, no ha habido conflictos graves. Tres personas fueron expulsadas por introducir drogas, se las hacían llegar desde el exterior por la noche, pero en general el guarda de seguridad que hay 24 horas solo corta discusiones. El tabaco es una de las fuentes de problemas, por lo que han decidido proporcionárselo para evitar más tensión.

«Este mes ha sido duro», reconoce el delegado de Cáritas, «pero también una forma de llegar a ellos, a sus vidas».

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