Los usuarios de la residencia para personas con enfermedad mental piden volver a vivir en Badajoz
Denuncian que en Olivenza están lejos de sus familias y de sus médicos, no cuentan con hospitales cerca y se encuentran aislados
Joaquín Gutiérrez tiene a su madre muy enferma. Lo cuenta bajando la cabeza emocionado. No puede verla mucho porque él vive en la residencia para ... personas con enfermedad mental de Olivenza. Es la que les corresponde a los enfermos de Badajoz porque la capital pacense no tiene plazas de este tipo.
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«Mi madre está muy enferma y tengo que desplazarme los fines de semana a verla. Si yo viviese en Badajoz podría verla sin problema, pero aquí apenas hay transporte», denuncia Joaquín.
Este pacense, y otros 37 más, fueron trasladados hace tres años de la residencia en la que vivían en la calle Menacho de Badajoz a un edificio anexo a un centro de mayores en Olivenza. «Protestamos, pero no nos hicieron caso», dice con rabia Gutiérrez, que se ha convertido en el portavoz de sus compañeros. Entre todos han escrito un comunicado denunciando su situación. «Nos sentidos abandonados aquí, aislados con una vida mermada, desprotegidos e ignorados. Nos sentimos atrapados como en una tela de araña. Traicionados por la Junta de Extremadura y por las instituciones que nos tratan como moneda de cambio».
«Sientes más soledad porque aquí no tienes a tus familiares y tampoco recursos culturales, de arte o de ocio»
Rafaela Acedo
Usuaria
Desde 2007 las Hermanas Hospitalarias gestionaban una residencia en la calle Menacho con 30 plazas para personas con enfermedades mentales graves además de un piso tutelado para ocho usuarios más. En 2021 la Junta cambió las condiciones del contrato, permitiendo que las plazas estuviesen hasta a 30 kilómetros de Badajoz, y el concurso lo ganó la residencia geriátrica que Caser tiene en Olivenza. Los usuarios y sus familias se negaron al traslado, incluso se manifestaron en varias ocasiones, pero finalmente se mudaron. Ahora la administración ha vuelto a sacar el concurso porque se va agotar el actual y vuelve a permitir que las plazas se oferten hasta a 30 kilómetros de Badajoz. No es así en Cáceres ni Mérida cuyas residencias están en el casco urbano.
«No tenemos recursos para nuestras rehabilitación, ni formativos ni laborales. Tampoco de ocio y sufrimos un distanciamiento con nuestra red de apoyo, con nuestras familias», lamenta Gutiérrez. Como él sus compañeros aseguran que su calidad de vida ha empeorado estos años. Ven menos a sus familias, están lejos de sus médicos y deben gastar mucho en autobús y taxi para poder desplazarse. «No hay apenas combinaciones de autobuses, los fines de semana nada y no tenemos vida. Aquí no tenemos vida», denuncia Elena Cerezo.
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Uno de sus principales miedos es que están muy lejos de los servicios de urgencias. «Muchas veces echamos de menos que se nos vea en un hospital en caso de urgencia. Nos produce miedo y aislamiento», dice Gutiérrez y le tiembla la voz. Tras sus palabras está uno de los peligros que planea sobre las personas con estas patologías, el suicidio. En caso de intento temen que los servicios médicos tarden demasiado en llegar.
No solo están lejos de los servicios de urgencias, en Olivenza no hay equipo de salud mental. Los psicólogos y psiquiatras están en dos centros de salud de Badajoz y también deben realizarse pruebas y análisis en la capital pacense. Para conseguirlo dependen de los pocos autobuses que hay. Los fines de semana, si desean venir a Badajoz, aún es más complicado, solo hay enlaces el sábado por la mañana.
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«Aquí, cuando necesitas un médico, tienes que desplazarte, hasta para los análisis de sangre»
Nieves Pérez
Usuaria
Uno de los principales problemas es que están a 24 kilómetros de los principales recursos que tienen para su rehabilitación, por ejemplo los talleres y proyectos de entidades como Aemis o Sorapán. También de centros en los que solían inscribirse para estudiar, como la Universidad Popular. «Merma nuestra capacidad de recuperarnos y nuestras habilidades», dice Joaquín.
Por último los usuarios denuncias que las infraestructuras y las condiciones del edificio en el que viven son deficientes.
Como Joaquín hay otros 37 afectados con distintas patologías que tienen que vivir en Olivenza aunque en muchos casos sus médicos están en Badajoz y también sus familias. Todos piden que la Junta de Extremadura dé marcha atrás y elabore un concurso que les permita volver a la capital pacense.
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Sin familia y sin ocio
«Francamente me ha costado adaptarme al pueblo y últimamente siento más la ausencia de la familia y de los amigos. Sientes más soledad porque aquí no tienes a tus familiares. Yo tengo una hermana y un sobrinito. De ver en cuando vienen a verme los fines de semana, pero tenemos pocas posibilidades de vernos», dice Rafaela Acedo, actriz de Badajoz, que vivía en Menacho y tuvo que trasladarse a Olivenza.
Esta pacense de 63 años lamenta que la sensación de aislamiento y soledad es aún peor por la inactividad, porque en este pueblo apenas tienen posibilidades. «No hay recursos que tengan que ver con la cultura, el arte o el ocio. No hay cursos formativos. Cuando estábamos en la calle Menacho íbamos al cine, al teatro, a exposiciones. Yo daba clases de teatro. Aquí no hay nada de eso. Me siento limitada, a parte de por ser una persona con enfermedad mental, por esa falta de posibilidades».
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Juani Rodríguez, de 63 años, también se mudó a Olivenza, pero en su caso el cambio fue aún mayor porque en Badajoz tenía plaza en uno de los pisos supervisados. «Allí hacíamos la comida, charlábamos, estabas independiente aunque con los monitores», se lamenta esta usuaria. Ahora todas las plazas son en la residencia y ya no existe este recurso para los enfermos pacenses. «Lo que yo iba avanzando en mi recuperación, se me va para atrás. Echo de menos estar independiente, me ha cambiado la vida totalmente», añade. Verónica Cortés también estaba en un piso y lo echa de menos. «Estábamos en el centro y en muchas actividades».
«Aquí, cuando necesitas un médico, tienes que desplazarte, hasta para los análisis de sangre. Yo antes iba sola a los médicos, ahora necesito que me acompañen», se queja Nieves Pérez, de 51 años. En este punto coincide Juan Carlos Carrasco que pide que les lleven a Badajoz «donde tenemos las cosas a mano». Su día a día, explica, es complicado. Se siente atrapado. «Se habla de inclusión, pero nosotros nos sentimos menos personas, menos dentro de la sociedad», concluye Joaquín Gutiérrez.
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