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M. F. R.
Jueves, 6 de abril 2017, 07:28
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En la madrugada del Viernes Santo, La Soledad se despoja de sus joyas, del palio, del oro, la plata y el lujo y hace su estación de penitencia de riguroso luto. Esa es la seña de identidad de la procesión del Rosario. La saya que luce la Patrona en esa noche es un maravilloso vestido de terciopelo y azabache, entallado a la cintura y con una especie de torerilla rematada en encaje de chantilly. Detrás tiene una curiosa historia. Tanto su vestido como el manto pertenecieron a la condesa de la Torre del Fresno. La noble anunció su boda en 1902 y a los seis meses murió su padre. Por aquella época las bodas no se suspendían pero la novia se casaba vestida rigurosamente de negro. Cuando terminó la boda, tanto el vestido como el manto se lo donó a la Virgen. Las camareras de la época lo adaptaron a su corpiño y desde entonces, hace más de cien años, procesiona el Viernes Santo con el mismo vestido.
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