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Directo Directo | La Soledad no procesionará por las calles de Badajoz este año

Del ruido y las nueces

Y no sé si fue aquel antiguo profesor quien me runruneó la pregunta: ¿y si insonorizáramos los bares? Con eso y prohibir la ocupación de las calles en vez de facilitarla, que es lo que hace el Ayuntamiento, buena parte del problema quedaría resuelto y a menor costo para el municipio

TERESIANO RODRÍGUEZ NÚÑEZ

Viernes, 26 de enero 2018, 23:09

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De un tiempo a esta parte, en la ciudad de Badajoz hay planteada si no una guerra, término que por sí mismo parece exagerado, sí un conflicto de intereses entre el Ayuntamiento y parte del vecindario, a cuenta de los ruidos que se producen en los bares y su entorno y que resultan molestos para los vecinos, especialmente de noche. No hace falta decir que el problema ni es de ahora ni es exclusivo de Badajoz. Ocurre, sin embargo, que las situaciones son muy distintas en función del número de bares, la ubicación de los mismos, la asistencia y comportamiento de los clientes y otra serie de circunstancias que acaban creando realidades bien diferentes.

En el caso de la ciudad de Badajoz, que es a la que quiero referirme, concurren en ella propiedades especiales, como ser la de mayor población de Extremadura, la concentración de bares en determinadas zonas urbanas, las peculiaridades de la propia ciudad o más exactamente de algunos barrios de la misma como es toda su parte antigua, con calles estrechas entre edificios de considerable altura que actúan no como amortiguadores sino como amplificadores del ruido… Todo eso y algunas circunstancias más hacen que el problema del ruido –especialmente por la noche– presente en esta ciudad perfiles singulares.

La situación no es nueva. Lo novedoso está en su crecimiento y en las medidas que acaba de anunciar el Ayuntamiento de Badajoz para encarar el problema del ruido, especialmente nocturno, que lleva a maltraer a un buen número de vecinos de las «zonas de bares», a juzgar por las quejas constantes que vienen denunciando. No se puede decir que el Ayuntamiento de Badajoz sea insensible a las quejas de sus vecinos. Esta misma semana se informaba en las páginas de este periódico que el Ayuntamiento de Badajoz está dispuesto a conceder ayudas a los vecinos para insonorizar sus viviendas. Confieso que cuando lo leí me quedé en blanco, hasta que se me vino a la cabeza el recuerdo lejano de un profesor, don José María, de mi época de adolescente, cuando ya no eres niño pero no has llegado a joven. Era muy dado el mentado profesor, castellano viejo y socarrón, a formularnos preguntas que en apariencia nada tenían que ver con el tema de que se tratara. Y a cuenta del ruido me acordé del día que preguntó enfatizando: ¿cuál es la mejor solución para que un chivo no mame? La respuesta más común fue ‘separar el chivo de la madre’. En mi pueblo serrano, donde entonces había no cientos sino miles de cabras –hoy, a cuenta de las repoblaciones forestales no queda ni una– di la respuesta con seguridad: «ponerle al chivo un betijo». Pero allí se oyó la voz de don José María apuntando con retintín la solución radical: «matar la cabra».

Perdóneseme la digresión a cuenta de la buena intención municipal. ¿Tan nutridas están las arcas del Ayuntamiento de Badajoz como para ayudar a financiar la insonorización de docenas de edificios del casco antiguo en los que hay bares? ¿O acaso la insonorización que contemplan los munícipes consiste en poner un burlete de plástico en las ventanas, que resulta baratito? Y no sé si fue aquel antiguo profesor quien me runruneó la pregunta: ¿y si insonorizáramos los bares? Con eso y prohibir la ocupación de las calles en vez de facilitarla, que es lo que hace el Ayuntamiento, buena parte del problema quedaría resuelto y a menor costo para el municipio.

Llevo viviendo en Badajoz más de cuarenta años, durante los cuales he asistido a la transformación de la ciudad. Cuando llegué –noviembre de 1975– había calles que parecía que acabaran de salir de una guerra. Aquellas zonas del casco antiguo se han transformado, la ciudad se ha ensanchado con barrios nuevos en los que abundan parques y jardines, se han construido dos nuevos puentes, la margen derecha no tiene nada que ver con lo que fue… Nadie podrá decir que Badajoz sea una ciudad muerta y mucho menos si se la compara con el Badajoz de 1975 que acabo de mencionar. La Universidad, casi recién estrenada entonces, ha crecido hoy en instalaciones, disciplinas y alumnado; los centros hospitalarios se han multiplicado y son referente regional para determinadas especialidades. En el aspecto comercial Badajoz es hoy un foco de atracción sobre toda la Región: la renovación de Menacho y su entorno, el establecimiento de El Corte Inglés, la creación del centro comercial ‘El Faro’ han supuesto un tirón importante del sector servicios.

Claro que juzgarnos a nosotros mismos a base de mirarnos el ombligo nos puede llevar a peligrosas apreciaciones conformistas. Una cierta actitud crítica nunca viene mal, aunque sólo sea para no dormirnos en los laureles. En algunos aspectos, Badajoz parece «la ciudad alegre y confiada» que dramatizara Benavente y en buena parte está contribuyendo a ello el actual Consistorio. No bastan festejos tradicionales, que bien está actualizarlos de acuerdo a los nuevos tiempos: es que en el Ayuntamiento que hoy gobierna la ciudad parece que hubiera una obsesión por multiplicar festejos, igual da que se trate de ‘palomos’ que de la feria de todo lo feriable, aunque al final resulte la feria de las vanidades. Cualquier cosa que pueda traer gente vale, sin importar cuál sea el coste, y no pienso tanto en el monetario cuanto en el cívico que supone amargarles la vida con el ruido callejero a un sector del vecindario. O en el desequilibrio tremendo y empobrecedor que supone, frente a tanto festejo, la enorme debilidad del sector industrial en Badajoz. A alguien oí hablar hace unos días de la necesidad de innovar para impulsar el crecimiento. Lo mismo que me preocupó leer en estas páginas un reciente artículo de Julián Mora Aliseda, profesor de Ordenación del Territorio, en el que decía que «Extremadura ya es excedentaria en ‘verde’ y deficitaria en Economía», dada la escasa actividad industrial. Tan escasa, que apenas pasa de pequeños talleres de mantenimiento, pero sin industrias importantes generadoras de empleo. Cuantos desde cualquier ámbito gobiernan Extremadura debieran estar hondamente preocupados por noticias como la que hace sólo un par de días aparecía en la primera página de este periódico: «Casi 14.000 jóvenes han abandonado Extremadura desde 2011». Está visto que multiplicar fiestas y convertir calles y aceras en extensión de los bares y al servicio de la diversión no resuelve ese otro déficit importante de Badajoz: se nos queda más bien en lo que anunciaba el titular: «Mucho ruido y pocas nueces».

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