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Diego Pino muestra los daños que sufrió su furgoneta. :: j. v. arnelas

«Quiero seguir viviendo en mi furgoneta»

Nacido en San Roque, aventurero en Europa y okupa en una casa de la riada, desde 2008 reside en un vehículo: «No quiero volver a una casa abandonada» | La Renault Trafic de Diego Pino fue golpeada por un coche en Huerta Rosales y el seguro no paga la reparación

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Domingo, 6 de mayo 2018

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El tesoro de Diego es un Renault Trafic matriculada en 1995. La compró hace diez años con lo que ganó vigilando una obra y desde entonces la ha convertido en su hogar. Pero hace mes y medio, cuando la tenía estacionada en Huerta Rosales, fue golpeada por un coche. Él no sufrió daños pero el eje trasero quedó tocado. Desde entonces, pelea para que el seguro la repare, pero la han declarado siniestro total. «Me ofrecen 550 euros, es lo que dicen que vale la furgoneta, pero con eso no puedo repararla ni comprar otra. Por eso he decidido contar mi historia, no quiero resignarme a la fatalidad», afirma preocupado.

Cuenta Diego Pino Martín que nació hace 63 años en la popular barriada de San Roque, más concretamente en la calle Serrano. Allí se educó, primero con «unas mujeres que daban las clases en casa» y después en el ciclo de Formación Profesional que se impartía en las Escuelas Virgen de Guadalupe, por la rama de electricidad.

Al salir del instituto trabajó como tendero, limpió los cauces del Rivillas, tuvo algún contrato en el servicio municipal de parques y jardines... Pero cuando fue llamado a filas en Alicante para hacer la 'mili' cambió su manera de entender el mundo. «Allí descubrí que las mujeres llevaban la ropa por encima de la rodilla mientras que en el Badajoz que yo conocía les llegaba por debajo de los tobillos».

«Cuando estaba en Alicante comprendí que no llegaría a nada porque vivía de ocupa»

«Me respetan, pero ha habido algún conflicto: hay quien no entiende la palabra tolerancia»

Después de cumplir con la patria, comenzó a ganarse la vida en la costa como camarero y cocinero. «Un día conocí a una holandesa que me dio su dirección y después de trabajar un tiempo en Mallorca ahorré lo suficiente para ir a Holanda a buscarla».

Su destino era Leiden, una hermosa ciudad en la que inició una larga ruta por Europa que lo llevó por Francia, Suiza y Alemania. En cada ciudad buscaba un trabajo con el que ganarse la vida. Tenía poco más de 25 años y le sorprendió comprobar que había extranjeros que vivían en una furgoneta. «Yo veía que acampaban donde querían y tenían una gran facilidad para desplazarse».

Tras cuatro años en Centroeuropa decidió regresar a Madrid, donde no le fue mal vendiendo pulseras, pequeños artículos de plata, tabaco y golosinas. «Luego volví a Altea, en Alicante, donde viví durante ocho o nueve años de montar y desmontar puestos a otra gente», prosigue Diego en un relato que parece vivido por el protagonista de una película.

Esa vida de 'marcopolo' le permitió conocer mundos y gentes, pero un buen día descubrió que no era eso lo que buscaba. «Comprendí que no llegaría a nada porque vivía de okupa y pensé en volver a Badajoz».

El regreso tampoco fue idílico y pronto ocupó una de las viviendas abandonadas tras la riada. «Era una casa sin puerta, sin ventanas... Estuve seis o siete años así, no hacía nada... Intenté dedicarme a la venta de artesanía, pero la policía me decomisó todo en el mercadillo del Cerro de Reyes. A partir de ahí no pude levantar cabeza. Tres o cuatro veranos fui a trabajar la fruta y hacía tareas a particulares limpiando olivos. Al final encontré un trabajo como vigilante de obra y después de dos años ahorré lo suficiente para comprar la furgoneta».

Eso sucedió hacia el año 2008 y desde entonces Diego duerme en su Renault Trafic. «Para mí fue un gran cambio, ya no tenía que arrastrarme por las casas abandonadas».

Bajo la bandera de El Vaticano está el cojín que usa de almohada.
Bajo la bandera de El Vaticano está el cojín que usa de almohada.

En estos últimos diez años ha estacionado su vehículo en varias zonas de Badajoz. Primero estuvo en el Cerro de San Miguel, pero los vecinos lo obligaron a moverse. Más tarde se instaló junto al Telepizza de San Roque, al lado del edificio donde trabajó como guarda. También pasó una temporada en la Margen Derecha y ahora vive en Huerta Rosales. «Yo mi vida la hago aquí. Cojo agua para lavar en un barreño y tiendo la ropa debajo de los árboles. La gente me respeta, pero también he vivido algún enfrentamiento con los vecinos. Hay personas que no entienden el significado de la palabra tolerancia».

Diego reconoce que en ocasiones le obligan a cambiar la furgoneta de lugar, pero está agradecido con quienes no le impiden vivir de ese modo. «Me despierto a las 6.30 de la mañana, arreglo el furgón por dentro y me voy a hacer deporte. Hago los mismos ejercicios que practicaban los pilotos de la II Guerra Mundial cuando caían presos. Al llegar a El Venero me tomo un café, luego vuelvo a esta zona y desayuno un café con media tostada. Hubo una época que preparaba las mesas de un local y a cambio me invitaban».

Su día a día

Su actividad varía de forma radical a las 9.30 de la mañana. A esa hora abre sus puertas la Biblioteca Pública del Estado, a la que acude cada día para preparar las seis asignaturas del bachillerato nocturno que se imparten en el Instituto Zurbarán.

A la biblioteca se desplaza a bordo de su bicicleta, el medio de transporte que utiliza para llegar a tiempo al comedor de la calle Martín Cansado, donde almuerza a la 1 del mediodía. «Después vuelvo en la bici a la furgoneta, reposo una hora y me voy al instituto».

Las clases comienzan a las 4 de la tarde y se prolongan hasta después de las 22 horas en un centro donde comparte aula con chicos de 17 y 18 años. «Allí soy el abuelo», confiesa sonriente.

En estos días, Diego afronta los exámenes finales. Explica que en el primer trimestre aprobó tres asignaturas y suspendió otras tres, pero en el segundo le fue mucho peor. «Me falta tiempo. Tres horas de estudio no son suficientes para sacar un bachillerato. Yo disfruto con el Dibujo Técnico, con Filosofía y con Lengua y Literatura, pero las Matemáticas y la Física y Química exigen mucho trabajo».

Con 63 años cumplidos, le han preguntado en más de una ocasión que por qué estudia: «¿Hago algo aquí sentado? ¿Y en el bar? ¿Qué mejor manera hay de pasar el tiempo que aprendiendo algo? Yo estudio para cultivarme, no por el título, quiero enriquecerme personalmente para poder hablar con cualquiera».

A su edad, Diego intuye que el Bachillerato no le abrirá las puertas del trabajo. Con ese título hay miles de jóvenes deseosos de encontrar un empleo. Pero no se da por vencido y desde hace años está inscrito en las oficinas del Sexpe. Según cuenta, hasta ahora sólo lo han llamado para hacer cursos de formación. «He ido a muchos lugares a buscar trabajo, pero si ves que no te quieren terminas desanimándote». Sabe que no lo tiene fácil, pero tampoco pierde la esperanza de encontrar un empleo que le permita mejorar su situación. «Podría trabajar de camarero, de pintor, de peón, de vigilante... Podría hacer cualquier trabajo que necesite mano de obra barata».

Con los 430 euros de renta básica que percibe puede hacer frente a los gastos diarios. «Para tomar un cafelillo sí te da siempre que no seas un gastoso», confirma.

Incluso se ha permitido hacer algún que otro viaje a los grandes santuarios europeos. En Fátima (Portugal) estuvo un par de semanas acampado con su furgoneta. Lo mismo que en Lourdes (Francia), Santiago de Compostela, Covandonga y Guadalupe, lugares que le atraen por sus raíces religiosas.

Porque Diego no descuida esa otra parte de su vida. A veces escucha misa en las parroquia de Guadalupe y en el Perpetuo Socorro, los dos templos más cercanos, y le gusta rezar el rosario en los bancos del parque que hay junto a su furgoneta. «No olvides que estudié en el Guadalupe. Yo soy una persona muy creyente, tengo una gran fe en Dios y en Jesús».

Diego repasa sus apuntes en la biblioteca pública del Estado.
Diego repasa sus apuntes en la biblioteca pública del Estado.

De sus confesiones se deduce que el modo de vida 'posthippie' que practica -así lo llama él- no le ha hecho perder una honda espiritualidad. «Mi juventud coincidió con la muerte de Franco, con la apertura al exterior de España. Yo me enganché al movimiento hippie y para serlo había que fumar, beber y viajar a la India. Y a la India fui, pero a mí no me dio por hacer locuras y eso me ha ayudado mucho. Hay gente de aquella época que acabó en el otro barrio».

Desde hace años, una bandera de la Ciudad del Vaticano cuelga en el interior de su furgoneta, donde hay también un crucifijo y una concha de Santiago. Para un armario no queda espacio pero sí para fijar una barra de la que cuelgan varios pantalones terciados sobre perchas y alguna que otra camisa.

Todo eso está en la zona de carga de su Renault Trafic, donde duerme varias horas cada noche. Estos días de primavera son llevaderos pero pronto apretará el calor. Contra eso no puede luchar, tampoco contra la escasez de espacio -tiene que dormir con las piernas recogidas-, pero sí contra el desorden : por eso en su furgón todos es orden y limpieza. O era, porque hace mes y medio, mientras dormía, escuchó un fuerte impacto que lo sobresaltó. Era una noche de lluvia y no imaginó lo que estaba ocurriendo. «Al primer golpe no le di importancia, pero con el segundo me asusté».

El accidente

Eran las 2.30 de la madrugada y al salir comprobó que un coche había chocado en dos ocasiones contra el lateral izquierdo de su furgoneta. «Era un hombre en estado de embriaguez. Se acercó a mí y me dijo que lo perdonara, que me ayudaría. Intentó irse pero el coche no le respondía y terminó estacionándolo junto a unos contenedores de basura. Luego se marchó».

Recuerda Diego que por la zona caminaba un señor con un perro al que pidió ayuda. Le dijo que llamara a la policía -Diego no tiene teléfono móvil- y pronto llegaron agentes de la Policía Nacional y Local que se hicieron cargo de la investigación. «Al día siguiente la persona que había chocado contra mí me dejó el número de teléfono disculpándose y fue a la inspección de la Policía Local para aclarar malentendidos».

Desde ese día, la Renault Trafic de Diego ya no puede circular. El impacto le afectó el eje trasero y el arreglo en un taller oficial puede costar unos 3.500 euros. «El seguro mandó al perito para ver la furgoneta y me la dan siniestro total. La valoran en 550 euros, eso es lo que me ofrecen, pero yo con ese dinero no puedo pagar el arreglo».

En estas últimas semanas ha preguntado en varios talleres pero ninguno se hace cargo de la reparación por menos de 2.000 euros. «El problema es que ahora no puedo mover la furgoneta y cuando cumpla la ITV no podré pasarla, por lo que corro el riesgo de que se la pueda llevar la policía».

La solución más rápida pasa por que el seguro del vehículo que provocó el accidente asuma el coste. Pero Diego afirma que hasta el momento se ha negado, por lo que en estos últimos días ha pedido un abogado de oficio que defienda su causa. «Hace años estuve en el Centro Hermano para transeúntes pero ese es un lugar para estancias cortas en el que hay personas que suelen tener problemas mentales o psiquiátricos, esquizofrenias, adicciones a las drogas... Para estar allí prefiero la calle. Pero antes que la calle quiero seguir en mi furgoneta, no quiero volver a vivir en una casa abandonada ni debajo de un puente. No me quiero quedar en la calle sin nada, tendré que protestar. No quiero resignarme a la fatalidad».

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