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Domingo, 10 de octubre 2021
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Álvaro González Cortés, ingeniero químico por la UEx y aspirante a oficial de la Armada, ha denunciado públicamente el supuesto trato discriminatorio que ha sufrido al ser declarado 'no apto' en las pruebas de acceso al Ejército. Su nota le permitía ocupar una de las plazas ofertadas en la última convocatoria pero en el examen médico determinaron que no podía acceder a ese puesto porque padece una enfermedad «endocrino-metabólica».
Su queja es compartida por varios jóvenes diabéticos que, como él, han intentado enrolarse en el ejército español desde que desapareció esta enfermedad como causa de exclusión.
Álvaro González Cortés vive en Badajoz desde niño y aunque se ha titulado como ingeniero en Química Industrial siempre sintió una cierta predilección por las Fuerzas Armadas. De hecho, su hermano fue un tiempo sargento 1º en la Base General Menacho.
Durante años borró de su mente la carrera militar, pero en 2018 cambió la norma de acceso y dejaron de ser motivo de exclusión la diabetes, la celiaquía y el VIH.
La modificación fue muy comentada en los ámbitos militares y Álvaro pensó que sus estudios universitarios le abrirían la puerta a un campo profesional en el que podría sentirse a gusto. «A la escala de oficiales se puede acceder con una ingeniería o una carrera de ciencias, pero eso no es suficiente. Hay que superar unas duras pruebas físicas, hacer una prueba de inglés y aportar méritos suficientes».
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A nivel físico Álvaro se veía preparado y también contaba con el título universitario exigido, por lo que decidió centrar sus esfuerzos en el examen de inglés, en el que obtuvo una nota de 8,67. Fue la quinta mejor calificación entre todos los aspirantes y su nota media final una vez sumados los méritos fue de 14,702, por lo que ocupó la posición número 29, más que suficiente para acceder a una de las 38 plazas de oficial de carrera que salían a concurso. Pero sus esperanzas se vieron frustradas cuando en el reconocimiento médico le cerraron la puerta.
Cuenta este joven de 26 años que el problema surgió porque en uno de sus brazos lleva adosado un pequeño sensor del tamaño de una moneda de dos euros que le permite conocer en todo momento cuál es su nivel de glucosa. «Al revisarme el traumatólogo me preguntó por el dispositivo y el endocrino pidió un análisis».
Eso hizo que su caso fuese derivado a la «tanda de incidencias», lo que le obligó a volver al centro de reconocimientos un día distinto. «Ese día me pusieron el código de 'no apto' por presentar una enfermedad endocrino-metabólica. Realmente no pone diabetes como tal, porque no se puede excluir por diabetes, pero a efectos prácticos es lo mismo».
Eso sucedió a comienzos de agosto y el golpe fue duro. Pero Álvaro no se desanimó y decidió presentarse también a las pruebas para formar parte de la tropa. «El oficial que me reconoció ese día sabía que la limitación de la diabetes se había quitado como causa de exclusión y me comentó que seguramente no tendría ningún problema, pero me mandó a un especialista que volvió a determinar que no era apto».
A estas alturas, Álvaro no termina de entender las razones que le han impedido enrolarse en las Fuerzas Armadas. «Ese sensor que yo llevó en el brazo lanza al móvil una alerta cuando el nivel de glucosa se sale de rango, eso me permite solucionarlo rápido porque siempre llevo insulina encima».
«Tal vez si ingresara en la infantería el trabajo fuese muy físico y la diabetes pudiera afectar, pero como oficial de la Armada estaría en un puesto de mando que no conlleva un gran desgaste físico. No entiendo que si he pasado las pruebas físicas sin problemas no pueda entrar en la academia de oficiales».
Para Álvaro, lo sucedido es una tremenda injusticia aunque confía en que Defensa dé por fin la razón a los aspirantes diabéticos y permita que ingresen.
De momento, tras casi un año de preparación en una academia de inglés, ha tenido que renunciar a los 630 euros mensuales que le pagarían desde su ingreso en la Academia Militar y a los 1.800 euros de sueldo (en 14 pagas) que percibe un oficial. «Ahora estoy buscando un trabajo civil o alguna beca para poder mantenerme en Madrid, pero es difícil que te paguen más de 500 o 600 euros».
«Realmente me da mucha rabia porque mis estudios podrían ser muy útiles en el Ejército. Yo sueño con poder participar en una misión humanitaria donde ser útil en cuestiones tan necesarias como la potabilización de agua o el diseño de instalaciones solares que permitan producir energía allí donde más se necesita. De momento se me ha cerrado la puerta. Ojalá algún día se abra para mí y para todos los que están en la misma situación».
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