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Tecnología. La tablet es una herramienta que usan en el aula para comunicarse. En la imagen Regino, que no habla y apenas se comunica con algunos gestos sencillos, señala en la tablet lo que quiere comer. :: pakopí

Elena aprende a leer jugando a los bolos

La Junta ensaya una terapia sensorial para niños con trastornos graves, pionera en la educación pública

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Domingo, 10 de febrero 2019, 09:31

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Regino tiene 9 años y el pasado diciembre participó en la función de Navidad de su colegio, el Arias Montano. Este hecho no sería extraordinario si no fuera porque tiene autismo, en un grado tan afectado, que solo se comunica mediante algunos gestos y a través de una tableta digital. Él es uno de los dos alumnos del aula sensorial más inclusiva del país.

Se trata de una experiencia piloto que lanzó la Junta de Extremadura a inicios de curso y que es pionera en España en el ámbito de la educación pública. «Hay niños con trastorno del espectro autista tan afectados que hasta ahora estaban condenados a estar escolarizados en centros de educación especial. Lo que se pretende con esta investigación es que puedan estar incluidos dentro de nuestros centros ordinarios», explica Piedad Álvarez, directora provincial de Educación.

Este proyecto va a un paso más allá de las llamadas aulas TEA (dirigidas también al alumnado con autismo y atendidas específicamente por profesionales en pedagogía terapéutica y audición y lenguaje), incorporando la figura del terapeuta ocupacional. Este es el encargado de aplicar las terapias sensoriales que, en resumen, predisponen a los niños para después enseñarles a leer o a escribir.

«Son niños que no pueden seguir una clase al uso porque no podrían estar sentados», reconoce Rubén Barroso, el terapeuta que está al frente del aula sensorial. Por eso, en la clase de Regino y de su compañera Elena no hay pupitres ni pizarra. En su lugar, hay un rocódromo, una tirolina, columpios, pelotas y colchonetas.

Y no, no es que se pasen las cinco horas de su jornada escolar jugando, para eso tienen el recreo que comparten con el resto de compañeros del Arias Montano. Detrás de cada actividad lúdica hay un propósito para bajarles su nivel de estrés, enseñarles a ser más autónomos, a relacionarse, a centrar la atención o a comprender y aceptar las normas.

A Regino, por ejemplo, lo balancean en un columpio y le dan una pelota pequeña para que la lance contra unos bloques de gomaespuma. «Con esto queremos aumentar su destreza manual para que luego pueda coger el tenedor, pinchar la comida y llevársela a la boca».

Con Elena, la terapia es distinta. En esta clase, se trabaja a la carta con cada niño. Ella tiene retraso madurativo. Tiene 7 años pero su edad mental es de 3. Con ella es fácil comunicarse, de hecho es charlatana y vivaracha, lo difícil en su caso es captar su atención. Por eso, para enseñarle a leer le hacen que derribe con una pelota palabras sencillas como, por ejemplo, su nombre, que pegan a unos bolos.

Además de los juegos, utilizan la tecnología. En el caso de Regino, la tableta es el medio con el que se comunican con él. Para decirle que se tiene que poner los zapatos, le enseñan en la pantalla una imagen real de ellos y él entiende así que tiene que calzarse.

La tercera pata de esta terapia son las familias. Además del seguimiento, a partir de este segundo trimestre acudirán a las clases dos horas al día. La idea es que extiendan en casa lo que aprenden en el colegio para afianzar sus progresos.

Solo llevan tres meses, pero Barroso ya ha visto avances en Regino y en Elena: «Vemos que comprenden más las rutinas, mejoran en las normas, tienen mayor autonomía y son capaces de estar más tiempo sentados en silla o en el suelo. Son capacidades que después le ayudan en su día a día».

A estos logros ha contribuido -añade- estar en el colegio: «Aquí la parte sociable se la dan otros niños, no un adulto como ocurre en un centro de educación especial. Estar en un colegio y con un entorno normalizado es lo ideal para cualquier niño».

Desde la Junta (donde el proyecto lo desarrollan conjuntamente las consejerías de Educación y Sanidad), no quieren sacar conclusiones aún. «Hasta que no termine este primer curso de implantación no podremos hacer valoraciones e, incluso, a lo mejor, necesitamos más tiempo. No sabemos todavía si este proyecto va a ser exitoso pero no podíamos quedarnos sin intentarlo», dice Álvarez.

Si funciona, la idea de la Junta es replicar el modelo a otros centros públicos. Hay una razón de peso para esto: «Tenemos constatado el aumento muy importante de niños con trastorno del espectro autista en nuestras aulas. No en vano -prosigue- en esta legislatura hemos abierto seis aulas especializadas (TEA) en la provincia de Badajoz».

Las familias, una barrera

Paradójicamente, pese a esta realidad a la que hace referencia la directora provincial de Educación, la mayor dificultad con la que se han encontrado hasta ahora para desarrollar esta experiencia piloto ha sido la negativa de las familias a participar.

«No sabemos si por miedo a lo desconocido o por perder la plaza en su centro, pero muchas de las familias con las que nos hemos puesto en contacto no han querido participar y eso, para nosotros, ha sido un duro revés. De hecho, no hemos llegado a cubrir las seis plazas que teníamos», confiesa Álvarez.

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