Cruz Roja atiende a un centenar de personas que duermen en las calles de Badajoz
Los voluntarios recorren la ciudad dos veces cada semana para repartir café y sacos de dormir a quienes pasan la noche al raso
Sergii ayuda a Rristina a ponerse un chaquetón blanco, que parece de borreguito, en mitad de la noche. Están tumbados en un rincón de la ... estación de autobuses cuando los voluntarios de la Cruz Roja llegan después de las diez de la noche del pasado jueves con ropa y caldo caliente.
Él necesita un carro para moverse y ella se encuentra mal esta noche. Apenas habla. Así que una vez que ella consigue erguirse, él le ayuda a colocarse el nuevo abrigo encima del chaquetón negro que ya lleva.
Él nació en Ucrania y llegó a Badajoz en 2022 a causa de la guerra, ella es más joven y originaria de Lituania. Los dos duermen en la estación de autobuses desde hace unos seis meses y forman parte de un grupo heterogéneo de personas que pasan las noches al raso en una ciudad que lleva días instalada en unas temperaturas mínimas que no alcanzan los ocho grados.
Incremento
Cruz Roja ha tenido este 2025 bajo en el radar a 96 personas, aunque suele atender a una media de entre 35 y 40 cada vez que sale a prestar ayuda. Hay días que llegan a 50, explica Rafael Carballo, que colabora con este programa desde 1997 y que ha detectado un aumento de 'sintecho' en los últimos tiempos. «Ni siquiera este verano, cuando suele bajar el número de gente en la calle hemos visto menos».
Rafael, como Virginia y Concha, son parte de los 27 voluntarios que recorren la ciudad cada lunes y jueves, desde las 20.30 horas y hasta que se les acabe el café, normalmente después de la una de la madrugada gracias a las donaciones privadas que reciben y a una subvención municipal. Van en una furgoneta cargada de galletas, café, leche, colacao y caldo. Por otro lado, sacos y ropa de abrigo. Y entre todo un listado para ir apuntando a quién entregan qué.
A algunos los conocen desde hace años. Como al hombre que duerme bajo uno de los puentes del parque, que prefiere no dar su nombre.
Con él entablan conversación y le preguntan por otros conocidos que le han acompañado en los últimos meses.
Salvo los migrantes que buscan regularizar su situación, el perfil del resto es muy diverso, pero con un hilo conductor. Tienen adicciones o problemas mentales, o las dos cosas, o se han encontrado con un bache en su vida que les impide remontar. «Cada uno tiene su historia detrás». Hay pocos que consiguen salir de la calle, pero aun así algunos lo consiguen. Como un empresario de Badajoz arruinado que pasó años durmiendo en un coche hasta que logró salir adelante y hoy está instalado de nuevo en otra ciudad, con trabajo y vivienda propia. «Necesitan mucho apoyo y mucha ayuda para lograrlo», asegura.
Hay incluso quien tiene un lugar donde resguardarse, pero al que no se puede considerar vivienda. Es el caso de Marisol, de 54 años, y Paco. Los dos comparten una infravivienda plagada de humedades y formada por un pasillo de entrada y una habitación en Antonio Domínguez. No tienen baño ni cocina, solo una nevera cedida por Cruz Roja y un hornillo para calentar la comida en un pasillo atravesado por cables. «Solo comemos cuando viene Cruz Roja», dice Marisol, quien requiere de una máquina para respirar, pero tiene la cara hinchada porque no se la pone todo el tiempo que debería desde que Paco sufrió un accidente hace unas semanas.
Ella le cuida y espera la resolución de la Ayuda Mínima Vital solicitada hace un año. «Así no se puede vivir» es una de las pocas frases que repite entre llantos.
Virginia Montero, la voluntaria de Cruz Roja, abraza constantemente a Marisol. Se conocen desde que empezó en este servicio hace doce años.
«Nuestra función es escucharles y acompañarles. El cafelito es la excusa para que nos cuenten sus problemas y entonces podamos ayudarles en la medida de nuestras posibilidades», explica Rafael, el otro voluntario.
Un joven con úlceras en las piernas
Entre todos recuerdan a un joven del Casco Antiguo que tenía las piernas llenas de úlceras. Al principio resultaba muy esquivo, pero lograron entablar relación con él y convencerle de ir al médico de cabecera. Le derivó a un especialista que le prescribió el tratamiento y mejoró su estado.
En la estación de autobuses, donde está la pareja de ucranianos, hay un grupo de migrantes de Mali que esperan regularizar sus papeles. Son jóvenes y no hablan ni inglés ni español, pero tratan de hacer entender que están tramitando los documentos. Hay otro grupo de doce malienses refugiados en un local de la parroquia de María Auxiliadora, abierto por el sacerdote, que han dejado de forma temporal la estación. Este es uno de los puntos donde más personas duermen: en los bancos del exterior o directamente en el suelo de los soportales.
Pero no es el único. Hay muchos más sitios. Cruz Roja recorre la ciudad, tiene 'sintechos' detectados en las Vaguadas, la avenida de Elvas, Las Ochocientas, San Roque, San Fernando, el centro, Valdepasillas, el parking de Menacho... Van cambiando de sitio porque los echan o porque ellos mismos se van moviendo. Pero, aunque cambien, muchos siguen siendo los mismos año tras año. De ahí la importancia de la labor de Cruz Roja. «Estas salidas y el cafelito son el enganche para tratar de ayudarles».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión