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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?

Por su bien, no haga nada

marcos ripalda

Lunes, 9 de septiembre 2019, 09:40

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Estoy tentado de decirles unas palabras gordas, pero no se las digo. Me están amargando el almuerzo estas señoras con familia y pedigrí que se han desentendido absolutamente de lo que molestan sus herederos porque, supongo, no quieren que se les calienten las cervecitas o se les enfríen las mollejas en este restaurante-tasca de la calle Meléndez Valdés. Poco me costaría llamarles la atención sobre la cuestión, cierto, pero no lo hago porque intuyo que se van a poner en guardia y, probablemente, lo zanjarán con el habitual «los niños tienen que moverse y expresarse». Las señoras están pidiendo a gritos que les otorguen las medallas a madrazas del año. Así que me limito a hacer caso omiso a lo que detectan mis sentidos de la vista y el oído y engullo unos huevos rotos con jamón del bueno, ojo, para abandonar el local cuanto antes en compañía de mis propios «monstruitos», que en comparación con esta turba de vociferantes cabestros, les aseguro que son unos angelitos, aunque luego en casa les regañe por cualquier bobada y se me olvide aquello de que «a todo hay quien gane».

No hago nada, no. Me voy. Por no entrometerme. Nunca por miedo. Eso no. Cada uno se justifica como puede o como sabe. Pero el caso es que (casi) nadie salta al ruedo en ocasiones como estas, tan propicias para pregonar a los cuatro vientos lo injusto que nos parece, lo cansino que se nos antoja o, mayormente, lo maleducado que es el otro -familias enteras, si se tercia, como es el caso-, con o sin chuscos adláteres que jaleen el condumio. No es frecuente que expresemos nuestro desacuerdo o malestar. Preferimos no hacerlo. Nos conformamos, nos jodemos. Por eso es lógico que luego algunos incendien Twitter con cualquier chuminada sobre patinetes eléctricos circulando sin ton ni son por San Roque, o que le demos la turra a los amigos con lo que hubiéramos hecho o dicho y que, finalmente -era totalmente previsible- no hicimos ni dijimos.

Ya habrá más oportunidades, qué duda cabe, para decirle unas palabras bien dichas a estos dignos representantes de la grosería y la estulticia humanas, ya sean (¡oh!) menores o (¡ah!) mayores de edad. Habrá tiempo, sí, pero, mientras tanto, aguantemos otro poco más, que tampoco es para tanto, que tenemos la piel muy fina y es rozarnos y hay que ver cómo nos ponemos. Todos somos la mar de valientes cuando las cosas les suceden a los demás. Nos gusta una barbaridad dar consejos esclarecedores e infalibles. «Pues si yo hubiera sido tú...» Bla bla bla. Somos unos justicieros de la leche. Luego, a la hora de la verdad, apechugamos. A ver. Porque se nos hace muy cuesta arriba tener que hacer algo -poner en práctica, por ejemplo, algún superconsejo-, cuando podemos no hacer nada. No vaya a ser que haciendo algo, tengamos que hacer más, quién nos mandaría meternos. El thriller estadounidense, con todas sus virtudes y sus defectos, nos lo deja bien claro: en cuanto al amigo del protagonista le vienen las ansias de justiciero, la diña o sale mal parado. Así que la moraleja es: no hagas nada. Porque no hacer nada te mantendrá seguro, vivo. Y no todos podemos ser Clint Eastwood, conste.

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