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Por amor al arte

Ese es el marco conceptual y artístico: fomentar la creatividad en libertad, en que se encuadran los Premios Ciudad de Badajoz que desde hace años patrocina el ayuntamiento pacense, que con su edición IV en Fotografía, X en Pintura, y XI en Escultura, el presente año 2017 se ha consolidado como uno de los más prestigiosos a nivel nacional en toda España

Alberto González Rodríguez

Jueves, 9 de noviembre 2017, 00:18

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La naturaleza de la obra de arte, su objeto, valoración social y cultural, o relación entre el autor y su destinatario, han ofrecido numerosas variantes a lo largo del tiempo. En ese proceso la obra de arte no fue siempre algo con valor en sí mismo realizada bajo el concepto ideal de la belleza o los valores estéticos en relación con la sublimidad de los sentimientos, sino que según las épocas ofreció realidades muy diferentes.

Durante siglos lo que hoy se estima arte fue únicamente instrumento de difusión de ideas, creencias o valores de tipo religioso, áulico o fáctico al servicio de doctrinas, modos de pensar, sistemas políticos y otras formas de poder, según principios que solo a posteriori lograron que lo que en su momento fuera otra cosa pasara a ser valorado como arte. Todavía hoy el arte continúa siendo a veces solamente un instrumento de defensa de determinados sistemas de pensamiento, cuando no una mercancía estrictamente mercantilista.

El arte egipcio vigente durante casi tres mil años; o el arte programático que fue vehículo pedagógico del cristianismo en la etapa medieval y también durante el Renacimiento y el Barroco, no se concibieron para crear belleza o sublimar el espíritu estético, sino como código de representación doctrinal según modelos en los que la creatividad del autor no tenía cabida, pues su papel se limitaba al del escribano que redacta, de acuerdo con una «gramática» establecida, un texto que le viene dado. No ya el modesto artesano que pintaba un símbolo en un monasterio, sino hasta los constructores de las más grandiosas catedrales eran en su tiempo meros «escribanos del sistema»; artífices sin derecho a creatividad ni nombre propio.

Salvo el periodo del arte griego y su rescate en el Renacimiento, en que la obra artística alcanza entidad como creación que busca ante todo la belleza, durante mucho tiempo el arte fue algo meramente utilitario e instrumental, de motivación y valoración muy diferentes de lo que más tarde llegaría a ser. Incluso la etapa romana, de tan espléndidas realizaciones, es época en que realidades como el Panteón de Agripa, Coliseo de Vespasiano, puente de Alcántara, Columna Trajana o Arco de Constantino fueron obras sin más pretensión que la funcionalidad al margen de una estética buscada.

Solo a partir del Renacimiento el arte comienza a apartarse del sentido utilitario para buscar la belleza y la exaltación de los sentimientos; el artista tiene libertad para desarrollar su creatividad al margen de los códigos establecidos, y se abre el camino a que el arte no sirva a otra idea que a sí mismo y el artista ocupe el papel de protagonista principal.

Momento crucial en este proceso es aquel a partir del cual la obra de arte deja de depender del encargo o intención de un tercero –la Iglesia, el rey, el noble, el coleccionista…– para convertirse en algo perteneciente solo a la libre creatividad del autor. Como incentivo a este nuevo panorama de libertad creativa aparecen los certámenes, concursos y exposiciones que abren un nuevo sistema de relación entre el artista, su obra y el espectador. Surgen los salones académicos como medio para estimular a los artistas, y se abre la dialéctica entre los aferrados a las fórmulas tradicionales y los innovadores. Entre el arte oficial que pretende seguir determinando el hecho creativo y la rebeldía de los artistas que no aceptan normas. Con el Salón des Refusés de 1863 y la exposición en el estudio del fotógrafo Nadar de 1874 se abre en Francia una etapa de renovación en la actividad creativa, pronto expandida a otros lugares, cuyo resultado es un cambio radical en el entendimiento del arte, que de nuevo deja de ser ante todo una exaltación del espíritu y la búsqueda de lo sublime para convertirse en un fenómeno sociológico y cultural de naturaleza distinta a cuyo cobijo se plantea el debate, aun no dilucidado, de qué es arte, y de si ciertas creaciones de lo que hoy se denomina así, lo son realmente o solo expresión de un fenómeno de otra índole.

Certámenes, concursos, exposiciones y actividades de todo tipo promovidas por las entidades públicas o las instancias privadas surgen en el panorama cultural para dinamizar el proceso creativo en libertad, ofreciendo a los artistas un amplio campo de posibilidades para la realización, valoración y proyección de su obra. A diferencia de tiempos anteriores, en que el artista creaba para otros, muchos lo hacen ahora solo para sí mismos.

Ese es el marco conceptual y artístico: fomentar la creatividad en libertad, en que se encuadran los Premios Ciudad de Badajoz que desde hace años patrocina el ayuntamiento pacense, que con su edición IV en Fotografía, X en Pintura, y XI en Escultura, el presente año 2017 se ha consolidado como uno de los más prestigiosos a nivel nacional en toda España. El elevado número, variedad, originalidad y alta calidad de las obras presentadas; el rigor y acierto de los jurados a la hora de determinar sus juicios, y su amplia acogida por parte del público, así lo atestigua, haciendo que haber sido distinguido en ellos represente para los galardonados un importante respaldo a su calidad y renombre.

Lo que demuestra que las administraciones, además de realizaciones materiales también hacen cosas por amor al arte.

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