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El abuelo

El abuelo

Plaza Alta ·

Mila Ortega

Viernes, 2 de agosto 2019, 08:20

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A veces un detalle insignificante te hace creer en los seres humanos, creer en la bondad de muchas personas anónimas, hombres y mujeres que afrontan su realidad de la manera que pueden, mejor o peor. Una realidad inmutable que les supera y ante la que solo es posible la inteligente aceptación frente a una triste resignación, que es otra cosa. Algunas, incluso, encuentran en esas circunstancias, difíciles de sobrellevar, un maestro que les enseña a crecer, a aprender a vivir con una responsabilidad que condiciona toda tu vida pero que no llega a convertirse en un lastre. Quizá porque son capaces de asumir, desde la libertad, una tarea ingrata pero también querida, quiero hacerlo a pesar de los inconvenientes y no porque de lo contrario me considere, o me consideren, peor persona, sino porque haciéndolo soy yo misma, sin que tenga que ser mejor que nadie.

Muchas tardes regresaba a casa y desde un balcón acristalado frente a mi portal un anciano sentado en un sillón miraba pasar la gente y nos saludaba con la mano. Alguna vez le correspondí moviendo asimismo lentamente la mía y me pareció verlo sonreír. Esta mañana había un cartel en uno de los cristales que decía: muchas gracias a todos los que saludaban al abuelo. Qué detalle más hermoso para tan nimio esfuerzo. Gracias a quienes lo cuidaron hasta al final y dejaron que, desde su sitio, saludara y no le reprocharon nunca: vaya tontería que haces, abuelo, mira que saludar a la gente de la calle. A mí me parecía tan entrañable que por eso he querido dedicarle estas líneas. No sé cómo se llamaba ni falta que hace, era el abuelo, tu abuelo, mi abuelo...

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