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Inmaculada, Antonio y tres de sus cinco hijos en la casa incendiada. :: J. V. Arnelas
Cuenta atrás después del incendio

Cuenta atrás después del incendio

Cáritas les ha buscado un piso por dos meses, pero no saben dónde irán con sus cinco hijos cuando pase febrero

Antonio Gilgado

Domingo, 3 de enero 2016, 08:34

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Del número cinco de la calle La Pimienta, una esquina de Antonio Domínguez con la 'autopista', todavía sale olor a madera quemada en cuanto se abre la puerta. Inmaculada González y Antonio Asunción volvieron allí el pasado jueves. Las lágrimas llegaron en cuanto se escuchó el chasquido de la cerradura. Y no es para menos.

A las seis de la mañana del pasado 10 de diciembre, Miguelito, su hijo de seis años, les despertó porque la litera que compartía con su hermano mayor se quemaba. Todo lo que vino después pasó muy rápido. El padre fue a la habitación, sacó de la cama a los niños y se llevó a las tres niñas del otro dormitorio. A Inmaculada le sorprendió la reacción de sus cinco hijos. «Me quedé bloqueada, veía fuego y pensaba que era un sueño, tuvieron que tirar de mí. Pero ellos salieron enseguida a la calle». El instinto de supervivencia y algo de fortuna evitó una desgracia mayor. La estructura de las dos cama se vino abajo casi al instante. «Si tardamos tres segundos más nos quedamos atrapados y no sé qué hubiera pasado», recuerda Antonio.

Ya han pasado veinte días de aquello y todavía se despiertan con pesadillas por las noches, pero el disgusto de Inmaculada y Antonio no terminó cuando se quedaron aquella mañana con lo puesto en la calle mientras los bomberos apagaban el fuego que, supuestamente, se originó por un cortocircuito.

Allí empezó el problema. La familia tiene que vivir de la solidaridad de los demás. Los compañeros de Inmaculada rompieron el bote de propinas del restaurante en el que trabajan y se lo gastaron en el Primark, la semana en el Hotel Cervantes la pagaron entre el párroco del barrio, el ayuntamiento y la asociación de vecinos. «Nosotros solo teníamos para dos noches y al final estuvimos una semana porque no encontrábamos donde ir». Del Cervantes se fueron a un piso de alquiler de la avenida Villanueva que les consiguió el párroco a través de Cáritas. Tienen pagado dos meses los 450 euros de arrendamiento.

Una solución a medias y una cuenta atrás para buscar una alternativa antes de que llegue marzo. El padre lleva cinco años sin trabajar y las siete bocas de la familia sobreviven con los ochocientos euros del sueldo de Inmaculada. La madre ya sabe que por mucho que lo estire no le llega para pagar el alquiler. «No te da tiempo a reponerte del incendio, porque el verdadero problema lo tenemos ahora. No sabemos dónde vamos a ir». De la familia, cuenta, tampoco pueden abusar mucho más. Todos tienen hipotecas, hijos y son demasiados para meterse en otra casa. Rastreó por las inmobiliarias por si aparecía alguna ganga que le valiera tipo piso muy económico y con tres habitaciones, pero no lo encontró y en las agencias le recomendaron que no perdiera mucho el tiempo porque ningún propietario iba a consentir que entrara una familia con tantos niños pequeños.

Sin muchas opciones y con el calendario encima, Inmaculada y Antonio quieren reunir el dinero suficiente para arreglar por completo la casa que se incendió. No es suya, pero como si lo fuera porque pagaban un alquiler simbólico a la propietaria. «Le dije a la dueña que con mi sueldo y con todos los gastos que tengo apenas podía pagarle algo y aceptó que le diera lo que pudiera».

Todavía no saben cuánto le costará la obra porque aún no le han dado presupuesto, pero están llamando a todas las puertas para conseguir dinero. La semana pasada organizaron a través de la asociación de vecinos un festival flamenco solidario para recaudar fondos y para este mes de enero hay otro en marcha.

Paco Gutiérrez, presidente de la asociación vecinal en Antonio Domínguez, aclara que incluso han abierto una cuenta bancaria para ayudarles. «Esto es un barrio obrero, a nadie le sobra, pero en lo que les ha pasado es una desgracia que le podría tocar a cualquiera y ellos sólo quieren recupera lo que tenían».

Entre las muchas sensaciones que tiene que digerir estos días Inmaculada también se queda con la solidaridad de la gente. No se olvida de las bolsas de ropa cayendo por los balcones de sus vecinos aquella mañana del diez de diciembre o de la angustia de su jefe llamando a conocidos para buscarle un piso. «Me he dado cuenta de que tengo unos pedazos de vecinos y compañeros. Eso es muy bonito».

Sentimental

Además de lo material, la humilde casa de la Pimienta 5 guarda también su particular historia familiar. Allí llegaron hace cinco años. Vivían en San Fernando y en apenas cuarenta y ocho horas tuvieron que reorganizarse porque el banco le quitó la vivienda al casero del piso en el que vivían entonces. «Una mujer que casi no conocía me ofreció éste. Le conté lo que pasaba, que tenía cinco niños chicos, algunos bebés todavía y me dijo que le pagara lo que pudiera».

El cambio, explica, no pudo salir mejor. Su hija mayor llegó con mutismo selectivo y empezó a hablar con los niños de su nuevo colegio, se deshacen en elogios a los maestros del Pastor Sito y la propia Inmaculada venía de atravesar una época personal muy dura que enterró en el nuevo hogar, para ella simboliza su particular renacer. Por eso le escuece la mala suerte que les ha tocado vivir estos días. «No teníamos mucho, pero no me quejaba, ahora no sé por dónde tirar».

A sus 34 años, confiesa que se ha levantado varias veces, por eso no sólo mira con ansiedad el calendario. También hay hueco para la esperanza. «Ves que la gente se está volcando, que la asociación de vecinos sigue organizando actividades para sacar dinero, que el párroco también se está implicando...».

Todo una dosis de optimismo viniendo de alguien que perdió todo lo que guardaba en casa y tuvo que salir corriendo en pijama.

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