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La iglesia de La Purificación se ve desde su ventana. CARMEN FERNÁNDEZ-DAZA
«Ansío ese día en el que pueda abrazar, conversar, reír...»
Desde la ventana de... Carmen Fernández-Daza | Directora del centro universitario Santa Ana

«Ansío ese día en el que pueda abrazar, conversar, reír...»

Todas las llamadas que entran en la centralita del centro universitario están desviadas a su teléfono

A. BARANDA

almendralejo.

Lunes, 20 de abril 2020, 08:42

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Carmen Fernández-Daza Álvarez es la directora del Centro Universitario Santa Ana, ubicado en la capital de Tierra de Barros. La académica, que fue nombrada 'Personaje de Almendralejo' el pasado año, indica que la docencia continúa durante el confinamiento a través de las plataformas digitales.

–¿Qué ve desde su ventana?

–Observo la vacía calle Ricardo Romero; el silencio, tan grato para mí, se convierte en una sinestesia: puedo verlo desde esa ventana; puedo ver el silencio, ese otro silencio, que me devuelve imágenes posibles de otras vidas del vecindario. El convento, lindero a mi casa, se ha extendido como una metáfora sobre un conjunto de paisanos, que no están, cuando ellos existen, esencialmente existen, para ser ruido y sociabilidad en los acerados de la calle, de todas las calles. No es grata la visión.

–¿Cuál es su rutina diaria?

–No es una rutina exacta. Nunca me gustaron las exactas rutinas. En estos momentos una rutina medida me asfixiaría. En esta triste y obligada situación al menos puedo permitirme mudar el orden establecido por los horarios habituales para las actividades laborales, domésticas o intelectuales y así vivir el paso de los días con algo más de intensidad, o libertad. Tengo mucho trabajo en la dirección del centro universitario Santa Ana, acrecentado en estos momentos, y este consume la mayor parte del tiempo.

–¿Ha recuperado alguna afición antigua?

–Este tiempo me impide por completo recuperar cualquier afición. Más que recuperar (no creo que haya perdido ninguna, excepto las que la prudencia recomienda no retomar), ponerlas en práctica. Ahora me refugio con intensidad en las dos únicas pasiones que me son permitidas: la música y la lectura.

–¿Qué es para usted lo mejor del confinamiento?

–Saber que puedo contribuir a minimizar el contagio. Contribuir a salvar una vida. Nada más. Y es muchísimo.

–¿Qué echa de menos?

–¿Echar de menos? No se trata de echar de menos. Es mucho más que eso. La tecnología es una herramienta extraordinaria para situaciones extraordinarias, como esta. Me produce desazón el mundo que se venía hilando, que se hila hace algo más de una década, en relaciones de ¿amistad?, sociales, laborales y académicas on-line. Un mundo deshumanizado por la tecnología, y con la reivindicación creciente del tele-trabajo, la tele-amistad. Espero que algunos en el futuro coloquen en su medida justa tales herramientas. No sé respirar en emails, plataformas virtuales, redes sociales, pantallas de teléfonos... Ansío ese día en el que pueda abrazar, conversar, reír, llorar, debatir, reunirme, compartir mi vida, en fin, con amigos, compañeros de trabajo, estudiantes, vecinos... Ese día en el que pueda mirar a medio metro, a un metro, los ojos que también a mí me miren.

–¿Ha presenciado alguna bonita iniciativa de sus vecinos?

–No. Desde mi ventana solo veo el silencio. La mayor iniciativa es ese silencio compartido, el silencio en la calle que se crea por la ausencia de todos y cada uno de mis vecinos, entregando su tiempo, el declive de sus negocios, la incertidumbre y el miedo, también las esperanzas, en procurar el bien común.

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