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El clorpirifós tiene los días contados

Se prevé que la UE prohíba el uso de este insecticida a partir de 2020 si el informe definitivo de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria confirma las primeras conclusiones, que apuntan a que puede ser nocivo para nonatos y niños, ya que afecta a su sistema nervioso central

JUAN QUINTANA

Lunes, 26 de agosto 2019, 13:00

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PERO, ¿qué es el clorpirifós? Se trata de una molécula que da lugar a diversos fitosanitarios, ampliamente utilizados en agricultura como insecticida, muy eficaces en la lucha contra plagas. Según datos del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, es el insecticida que más se detecta en las muestras analizadas en los últimos años en alimentos. En concreto, ha aparecido en alrededor del 10% de los análisis, siendo de uso habitual en muchos productos agrícolas, sobre todo en fruticultura. En todo caso, que sea el más detectado no quiere decir que se encuentre por encima de los límites legales.

En todo caso, ahora es probable que la Comisión Europea prohíba su uso en Europa, si se confirman las conclusiones de la opinión científica de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Las primeras conclusiones de ese informe afirman que el clorpirifós puede ser nocivo para nonatos y niños, afectando a su sistema nervioso central y siendo un disruptor endocrino para las hormonas tiroideas. Además, podría tener un impacto negativo en el medio ambiente, aunque esta es una cuestión sobre la que la EFSA todavía no se ha pronunciado.

También en Estados Unidos se ha llegado a conclusiones similares, pero se ha prohibido su aplicación solo en espacios públicos, manteniendo su uso en explotaciones agrícolas, donde su impacto directo en niños y mujeres embarazadas es mucho más bajo. Ahora se prevé una prohibición completa en la Unión Europea a partir de enero de 2020, aunque habrá que esperar a conocer el informe definitivo de la EFSA.

En los últimos meses la EFSA también ha estado muy activa en otros temas relacionados con los fitosanitarios. Recientemente ha publicado un estudio sobre presencia de estos productos (herbicidas, insecticidas, fungicidas, etc.) en frutas y hortalizas, concluyendo que el 96% tiene restos fitosanitarios. Una cifra que no debe asustar, ni siquiera preocupar, aunque algunas organizaciones la hayan utilizado de forma alarmista. La realidad es que son residuos que se encuentran dentro de los márgenes de seguridad comercial, que se establecen con los llamados Límites Máximos de Residuos (LMRs) y que a su vez son muchos más restrictivos que los límites a partir del los cuales podrían suponer un problema para la salud humana.

Los fitosanitaros no son otra cosa que medicinas para las plantas. Es necesaria su aplicación si queremos tener plantas sanas que, por tanto, puedan crecer en abundancia y con la calidad suficiente para entrar en nuestro canal alimentario. Son por ello imprescindibles para poder producir más en menos espacio, lo que mejora sustancialmente muchas ratios medioambientales, disminuyendo el impacto medioambiental por kilo de alimento producido y abaratando el coste.

Lo que la EFSA garantiza es que no hay riesgo por la ingesta colateral de estos ínfimos residuos de productos de síntesis, en las proporciones que se encuentran en los alimentos, de la misma manera que tampoco el agua de grifo es tóxica por estar clorada.

Sin embargo, sí se ha detectado que en un 4% de los alimentos estudiados se superaban los LMRs de alguna de las sustancias analizadas. No supone un riesgo preocupante para la salud humana, pero sí sería importante reducir al mínimo este ya de por sí pequeño porcentaje. La cuestión es que, a pesar de existir estrictas normas para la aplicación de fitosanitarios, en cuanto a formación, equipos, dosis, etc. no es una ciencia exacta y su uso depende de personas que pueden cometer errores, intencionados o accidentales.

La realidad es que las plagas, enfermedades o malas hierbas no se van a eliminar nunca, entre otros motivos porque aparecen individuos que han generado mayores resistencias, y porque se produce una movilidad de especies debido, entre otros factores, al cambio climático. Lo importante es que existan autoridades científicas de alto nivel y protocolos que garanticen la seguridad de los alimentos y de los productos utilizados para su obtención, y que actúen de manera eficaz para sacar del mercado aquellos en los que se constata su impacto negativo para la salud o el medio ambiente. Dos funciones que han vuelto a quedar acreditadas.

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