El análisis

Inmigración y agricultura europea

La solución no es fácil, pero si las sociedades ricas rechazamos sistemáticamente a los inmigrantes indigentes que huyen del desamparo y la miseria, tendremos que plantearnos, al menos, que algo estamos haciendo mal y que deberemos cambiar nuestras políticas

Luis Fernando López Silva

Lunes, 21 de abril 2014, 23:37

EL fenómeno migratorio ha sido una constante a lo largo de la evolución humana, sin el cual, además, sería imposible entender las sociedades modernas. Sin embargo, en la actualidad la inmigración se ha convertido en un problema de primera magnitud para las sociedades occidentales desarrolladas. Ante tal fenómeno, las políticas de inmigración establecidas durante decenas de años por los gobiernos occidentales siempre han seguido la misma estela regresiva.

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Es decir, la de la regulación estricta, las vallas de concertina y los muros. Pero, poco se ha hecho por el desarrollo genuino y por el establecimiento de normas comerciales justas con los países subdesarrollados que exportan la emigración a las comunidades ricas debido a la pobreza, la miseria y la desesperación que sufren estas poblaciones en sus comunidades de origen.

Una de las posibles causas reales de este desastre humano nos toca muy de cerca a los españoles. Hablo de la Política Agraria Común de la Unión Europea. La PAC de Bruselas es un instrumento de apoyo a la agricultura europea, en la cual, se subvencionan los productos agrícolas (leche, arroz, maíz, trigo, remolacha azucarera) para que puedan ser competitivos en los mercados globales abiertos y nuestros agricultores tengan un nivel de vida acorde con los estándares occidentales. Lo raro de todo este sistema, es que se nos ha dicho y repetido hasta la saciedad que la economía agraria europea es de libre mercado, cuando en la PAC tenemos el ejemplo más ilustre de que se trata de una política planificada y socorrida al más puro estilo soviético; si además, tenemos en cuenta que la mitad (40.000 millones de euros) del presupuesto de Bruselas se destina a la política agrícola, que alguien nos explique dónde se halla el libre mercado, la competencia leal y la igualdad de oportunidades a la hora de iniciar actividades económicas en el sector agropecuario.

Sin desviarme más del asunto, considero necesario dilucidar la conexión existente entre el fenómeno de la emigración masiva desde los países pobres hacia los países ricos y la política agrícola europea. Y para tal propósito, es ejemplar este dato: por cada vaca criada en la Unión Europea, los ciudadanos europeos pagamos todos los días 1,5 euros en subvenciones. Sí, amigos, se trata de la todopoderosa, pero muy subvencionada agricultura europea. Sin lugar a dudas, las gratificaciones agrícolas más caras del mundo. En sentido opuesto, la mitad de la población mundial se tiene que apañar con esta cifra para cubrir todas sus necesidades básicas de alimentación, vestido, vivienda, educación, etcétera.

Como ya se ha avisado en otros foros, estas prácticas de subvención masiva al campo europeo crea dinámicas perversas de desincentivación en las economías subdesarrolladas, y a pesar de que en los países pobres se produce más barato, estos jamás podrán competir con los productos agrícolas subvencionados de la agricultura europea, que inunda los mercados de estas naciones infradesarrolladas asfixiando el desarrollo del campo y la industria.

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Esta generosa política europea de ayudas a la producción, la competitividad y la exportación agro-ganaderas es mortal para los agricultores y ganaderos de los países atrasados, que se ven abocados a emigrar a estos mismos países que con sus acaparadoras políticas cercenan toda esperanza de futuro en sus tierras de origen. Además, a esto se une la presión de Bruselas y Washington, que conminan obligatoriamente a los países pobres a eliminar o reducir los aranceles a los productos occidentales a cambio de ayudas y de préstamos.

En fin, una contradicción total porque, a la vez que mantienen una política de ayuda al desarrollo, al mismo tiempo, torpedean con sus productos subsidiados cualquier posible crecimiento y desarrollo del campo en estos países, retroalimentando así el círculo de la pobreza. Por tanto, sí, ciudadanos españoles y europeos, nuestra agricultura subvencionada produce gran parte de esas riadas de inmigrantes que tanto nos asustan y comprometen nuestro bienestar y satisfacción. Análisis rigurosos de curtidos expertos en la materia demuestran que las políticas agrarias de Washington y Bruselas mantienen secuestrado todo el potencial de crecimiento de muchos países necesitados, afirmando que es una política que crea islas de prosperidad en océanos de pobreza, lo cual, a medio y largo plazo es inviable si deseamos mantener la paz y el bienestar mundial.

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La solución no es fácil, pero si las sociedades ricas rechazamos sistemáticamente a los inmigrantes indigentes que huyen del desamparo y la miseria, tendremos que plantearnos, al menos, que algo estamos haciendo mal y que deberemos cambiar nuestras políticas. Lo hipócrita es seguir haciendo lo presente, es decir, por un lado, combatir la inmigración ilegal con métodos cada vez más represivos e inhumanos, y por el otro, favorecerla con las políticas agrícolas y comerciales injustas que depauperan sus territorios.

Si queremos dejar de importar inmigrantes es necesario cambiar las directrices de la política agraria y empezar a importar productos de estos países marginales para que allí desarrollen su agricultura. Imágenes como las de la valla de Melilla, no debemos entenderlas como consecuencia de factores aleatorios circunstanciales, sino como una consecuencia ligada a las políticas agrícolas que con el apoyo de todos los ciudadanos, nuestros gobernantes aplican para satisfacer nuestros deseos de bienestar.

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Y mientras esto siga así, las vallas y muros nunca serán lo suficientemente altos para protegernos de aquellas personas que rechazamos por egoísmo y clasismo cateto. El abultado precio de la PAC contiene además el drama de la inmigración en toda su crudeza.

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