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Trabajadores rumanos y polacos recogen la cereza del Jerte

Trabajadores rumanos y polacos recogen la cereza del Jerte

La comarca cacereña recibe hasta julio a un gran número de jornaleros para la recolecta y selección de la fruta

José M. Martín

Viernes, 19 de mayo 2017, 23:16

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La Agrupación de Cooperativas Valle del Jerte recibió las primeras cerezas de este año el 21 de abril. Coincidiendo con esa fecha, comenzaron a llegar a esta comarca trabajadores del campo en busca de jornales.

Durante tres meses, el Valle del Jerte cambia su ritmo de vida para adaptarse al trabajo que supone la recolecta y selección de su fruta más conocida y reconocida, se llena de población foránea que hace posible esa labor y la carretera N-110 que lo atraviesa soporta un ir y venir continuo de vehículos de distintos tamaños que transportan el resultado de las duras jornadas de trabajo.

La campaña genera muchos puestos de trabajo en la zona, aunque la cifra varía de un año a otro. «El 80% de los empleos que se crean son jornaleros», afirma María Antonia Alcalá, vicesecretaria de Upa-Uce Extremadura. Que haya más o menos altas de trabajadores depende de factores como la producción o el momento de maduración de la fruta. Por este motivo, los contratos más habituales son los eventuales. «El 401, de obra y servicio es el más común», puntualiza Alcalá.

La procedencia de estos trabajadores es una constante en los últimos ejercicios. Los rumanos y polacos son los más numerosos representan a nueve de cada diez, según el sindicato agrario y algunos responsables de cooperativas consultados, seguidos de ecuatorianos, portugueses y españoles. Estos últimos son una clara minoría. La explicación se encuentra en la alta empleabilidad que ofrecía el sector de la construcción hasta hace unos años, por lo que la población nacional tenía un empleo fijo y bien remunerado. Esa situación hizo que los empresarios contrataran mano de obra extranjera, que ha aprendido la labor y ganado la confianza de sus jefes. «Los dueños de las explotaciones suelen contar con la misma gente de campaña en campaña», añade la vicesecretaria de Upa.

Cosecha arruinada

Las características del cultivo suponen que el volumen de trabajadores sea muy elevado. En lo que se refiere a las explotaciones, las tareas principales son la recogida de fruta en las fincas y la selección de la misma. Además, tanto los centros de recepción y distribución, como los almacenes y las cooperativas, aumentan su plantilla. «El Valle puede crear unos 10.000 empleos en la cerecera», apunta Alcalá.

Calcular el número exacto de jornaleros es complicado, porque depende mucho del modo en el que se desarrolle la campaña. Aun así, en Upa cifran entre 4.000 y 5.000 los contratos que se hacen en las explotaciones. «Actualmente hay muy poco personal contratado, porque las tormentas han arruinado buena parte de la cosecha y no es rentable para los agricultores tener personal», expone Emilio Sánchez, presidente de la Agrupación de Cooperativas Valle del Jerte, que asegura que cerca del 60% de la producción de cereza temprana las variedades burlat y early lory se ha estropeado a causa de las precipitaciones. El daño que ha causado la meteorología también afecta a la calidad de la fruta, por lo que los precios se han resentido.

El Valle del Jerte lo forman once municipios y tiene una población algo superior a los 11.000 habitantes. Para la comarca no es tarea fácil asumir el alto volumen de trabajadores que llegan en la campaña. Desde la Mancomunidad hablan de más de mil personas, pero carecen de datos exactos que avalen la estimación. «Es un número inferior al de otros años, hay empresarios a los que les está costando encontrar mano de obra», aporta Ernesto Agudíez, presidente de la Mancomunidad.

La escasez de alojamiento, por tanto, puede suponer una dificultad para los trabajadores a la hora de encontrar acomodo. Muchos de ellos se desplazan con sus familias, en las que hay niños pequeños, por lo que el problema se agrava. Es cierto que un buen número de jornaleros tiene la opción de quedarse en viviendas que les cede la persona que les contrata. Sin embargo, el año pasado pudo verse a grupos acampando en las proximidades del río Jerte.

Por las dos situaciones ha pasado Ana Stinga. De nacionalidad rumana, lleva diez años viviendo en Zaragoza y junto a su marido Daniel afronta su octava cerecera. El primer año que se desplazó al norte de Cáceres llegó en coche a Cabezuela del Valle y se vio obligada a comprar una tienda de campaña para dormir porque nadie le alquilaba una casa por tres meses y sin tener referencias. Además, como no había trabajado nunca en este sector, iba por los locales en los que había personas seleccionando cerezas y pedía que le dejaran trabajar para aprender. «Les explicaba que no sabía seleccionar y calibrar y me dejaban practicar. En diez días solo una mujer me dio dos euros para un café», rememora.

Finalmente, en Rebollar, otro de los pueblos de la comarca, Ana y Daniel encontraron empleo y a un matrimonio que les enseñó las diferentes tareas. «Nos pagaron bien, incluso nos regalaron los billetes de autobús para ir a Rumanía», dice agradecida Stinga. La idea, el año siguiente, era volver a trabajar en la misma explotación. Los propietarios, debido a su avanzada edad les ofrecieron más responsabilidades, pero no se atrevieron a aceptarlas al no conocer todavía bien el trabajo. Pese a ello, repitieron el viaje al Valle del Jerte y desde entonces trabajan con el mismo agricultor en Valdastillas. «Nos dejan una casa y no pagamos alquiler ni luz. Hemos tenido suerte. La casa no es la mejor del mundo, pero nosotros venimos a ganar dinero y no nos importa. El problema es que hay personas que pagan mucho dinero por lugares que no están en las mjores condiciones. Hay gente que se aprovecha de las necesidades», expresa Stinga.

Los alquileres de espacios que no reúnen los mínimos de habitabilidad y los precios abusivos son cada vez menos habituales gracias, en parte, a que los ayuntamientos y la Mancomunidad intentan acabar con estas prácticas.

Ana, que trabaja en hostelería a lo largo del año, se plantea la campaña como una forma de ahorrar. «El trabajo no está muy bien pagado para el esfuerzo que supone, pero como son muchas horas y es muy cansado, no tienes tiempo ni ganas de gastar», detalla Stinga, que en un año bueno ha llegado a cobrar unos 6.000 euros en los meses que dura la recogida.

De forma diferente se enfrenta al trabajo Mario Coscodaro (29). Él vive en Rumanía, pero está unos nueve meses al año en España y hace otras campañas hortofrutícolas junto a su mujer. Tienen dos hijos pequeños, de uno y tres años, en su país. «Se quedan con sus abuelos y nosotros mandamos dinero», informa Coscodaro, que obtuvo el Número de Identidad de Extranjero (NIE) en 2007, por lo que tiene más facilidades a la hora de encontrar un empleo al moverse por España.

No todos los jornaleros son jóvenes. También hay trabajadores de más de 50 años y con hijos mayores a los que el dinero les sirve para costear los estudios que realizan en su país.

Altas

Según todos los agentes del sector, el trabajo ilegal ha desaparecido en la zona, al menos en su inmensa mayoría. «No conozco a ningún empresario agrícola que no tenga dados de alta a sus empleados», informa Julio Vicente, agricultor y presidente de la Cooperativa San José de Piornal.

En este sentido, los empresarios del Jerte deben acompañar a los trabajadores a la subdelegación de Extranjería para dar un alta por primera vez. Para facilitar el trámite, desde hace unos años, hay una oficina en Plasencia dos días a la semana.

No cesan, por el contrario, las inspecciones de trabajo durante la campaña. Este hecho causa malestar a los empresarios, que se sienten maltratados al considerar que se persigue la ayuda en las tareas por parte de miembros de la familia. En el otro lado, los jornaleros afirman que es una constante que no les den de alta la totalidad de las horas que trabajan.

Los salarios que se pagan en la cerecera son algo superiores al mínimo que marca el convenio del campo. «Está en 38,40 euros por día, pero en el Valle se mueve entre los 50 y los 55 euros diarios», manifiesta Alcalá, que afirma que las jornadas de trabajo no superan las siete horas. Esta cifra la confirma el presidente de San José, pero indicando que los sueldos se pagan por horas. «Entre cinco y cinco euros y medio la hora», remarca Vicente, añadiendo que hay que sumar a los gastos del empresario «las altas en la Seguridad Social, que rondan los doce euros; las nóminas, que cuestan unos 24 euros; el seguro de convenio, que se va a 35 euros, y la prevención de riesgos laborales, que se está moviendo entre los 90 y los 150 euros». Por último, el empresario paga doce euros a la Seguridad Social por cada peonada de un empleado.

No es la misma percepción la que tienen los agricultores y jornaleros en cuanto al horario laboral. Los jornales de 55 euros salen de trabajar diez horas diarias, según la mayor parte de los trabajadores, que dan las mismas horas que los dueños de las explotaciones. «Lo normal es empezar a las siete de la mañana, descansar de una a tres de la tarde para comer y acabar a las siete de la tarde», coinciden empleados y empleadores.

Además, hay días en los que la jornada se alarga. Si se prevén lluvias o es necesario avanzar porque hay fruta muy madura que se debe recoger, se puede llegar hasta las catorce horas. El sistema habitual es compensar esas horas con días en los que no se puede salir a recoger por la mala climatología. «Vengo a ganar dinero y cuantas más horas haga, más me pagan», relata Stinga, que a pesar de ello reconoce que el trabajo resulta agotador.

Las horas de pie, el calor y no descansar ningún día hacen de la cerecera una campaña dura tanto para jornaleros como para los empresarios agrícolas, que comparten las mismas condiciones laborales que sus trabajadores.

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