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¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?
Paloma y José María, junto al padre de este, José Periáñez, y Amparo Méndez, cuñada del matrimonio, en el invernadero. :: j. m. méndez peña
«Los tulipanes que sembramos en Alconchel no envidian a los de Holanda»

«Los tulipanes que sembramos en Alconchel no envidian a los de Holanda»

JUAN MIGUEL MÉNDEZ PEÑA

Jueves, 23 de febrero 2017, 08:13

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Son las siete de la tarde y José María Periáñez Rodríguez (Alconchel, 1969) lleva desde primera hora del día repartiendo flores por todo el suroeste de la provincia: Barcarrota, Salvaleón, Torre de Miguel Sesmero, Burguillos del Cerro, Fregenal de la Sierra, Oliva de la Frontera, Zahínos, Táliga y Olivenza. Vende las flores que cultiva junto a su mujer, Paloma Pinilla Pimienta (Alconchel, 1970), en el invernadero que empezaron a gestionar el Jueves Santo del año 2000, 20 de abril. Con anterioridad, Periáñez fue técnico de climatización hasta que se quedó en paro. Estaba recién casado con Paloma, con el primer hijo recién nacido -hoy tienen dos, Adrián y Alejandro- así que con la hipoteca de un piso que pagar, no le quedó más remedio que abrazar la máxima de 'renovarse o morir'. «Cuando empezamos, no teníamos ni para comprar las primeras plantas y esquejes para sembrar los primeros claveles, y tuvimos que hacer una primera inversión de 6.000 euros», asegura Paloma, que en poco tiempo tuvo que recurrir a métodos autodidactas para ponerse al día en la gestión de este tipo de cultivos. «Gracias al apoyo de nuestros padres, que nos ayudaron desde primera hora, pudimos tirar hacia adelante y poco a poco», apunta José María, que muestra orgulloso fotografías de sus cultivos florales de cada temporada.

El invernadero de Alconchel (1.729 habitantes) tuvo su origen en una iniciativa del propio Ayuntamiento, que a principios de los años 90 promovió un curso de capacitación impartido por el antiguo Inem, y en el que se formaron 15 mujeres desempleadas, en su mayoría menores de 25 años. En un tiempo en que aún no estaban generalizadas las escuelas taller y casas de oficios -hoy denominadas Escuelas Profesionales-, el objetivo era montar una cooperativa en un sector novedoso en la localidad, que tenía en la agricultura de secano y la ganadería las principales fuentes de empleo.

Al final fueron cinco mujeres las que emprendieron la actividad en el invernadero que construyó el Ayuntamiento en la ladera de una finca municipal, 'La Cobanada', junto a la rivera del Alconchel (o río Táliga), y que ocupa casi 5.000 m2 (cada uno de los cuatro túneles que lo conforman mide 153 metros de largo por 8 de ancho).

Allí se invirtieron en torno a 20 millones de pesetas de ayudas públicas en la dotación de instalaciones, suministro eléctrico, conducción de agua, primeras partidas de plantas, etc. Comenzaron produciendo, además de hortalizas, las flores y plantas ornamentales más comunes que vendían en los mercadillos. La riada de noviembre de 1997 destruyó las instalaciones. Las exiguas indemnizaciones por daños que recibieron las dos cooperativistas que aún quedaban no fueron suficientes para la necesaria reconstrucción que permitiera volver a producir en condiciones óptimas.

No sería hasta el inicio del nuevo milenio cuando José María y Paloma se hicieron cargo del invernadero. Realizaron una cuantiosa inversión para rehabilitar con plásticos dos de los cuatro túneles existentes y comenzaron a producir y a vender flores: claveles, clavellinas, margaritas, gladiolos... También instalaron una nueva nave frigorífica en el almacén anexo para conservar las flores.

El castillo de Miraflores, el monumento más emblemático de Alconchel, da nombre a la empresa, Viveros 'Miraflores', que paulatinamente se ha ido abriendo mercado en la provincia y en Portugal, donde también han exportado sus productos y donde este tipo de cultivos comienza a estar en auge.

María Amparo Méndez Domínguez (Alconchel, 1972), cuñada del matrimonio, fue quien más les asesoró en sus inicios, ya que fue una de las cooperativistas que trabajó en el invernadero a mediados de los 90. «Por motivos familiares, tuve que dejarlo en el momento en que más producción tenía», expone Amparo Méndez, actualmente auxiliar de enfermería, que recuerda con nostalgia aquellos años y de vez en cuando se escapa a echar una mano a sus cuñados cuando hay muchos encargos. «Es un trabajo muy duro, pero merece la pena comprobar que todo esfuerzo tiene su recompensa, sobre todo cuando vemos los ramos y centros tan bonitos que pueden llegar a hacerse con flores que has cultivado», añade.

En la actualidad explotan tres de los cuatro túneles existentes -hay uno vacante cedido a la sociedad local de cazadores para criadero de perdigones- y han acondicionado varias partes con plásticos negros para modular el crecimiento y floración de las plantas. También alternan los cultivos en el suelo con los de bandejas o contenedores de sustrato, para evitar el agotamiento de la tierra. Con el tiempo, José María y Paloma han logrado convertirse en referentes de la producción de flores más sofisticadas: tulipanes, lilium (azucenas o lirios), galistepu, solidago, lisianthus, calas, dragonarias o antirrhinum. «Los tulipanes que sembramos en Alconchel no envidian a los de Holanda», presume Periáñez, que en estos momentos ya tiene encauzadas las plantaciones de cara a la ornamentación de pasos y edificios religiosos en Semana Santa, una de las fechas que viven con más intensidad no sólo desde el punto de vista profesional, sino porque forman parte de la Hermandad del Cristo de Alconchel, que organiza gran parte de los actos de culto y desfiles procesionales.

«Paloma, no te olvides de hacer la corona de difuntos», le recuerda José Mari a su esposa, mientras narra que el funerario es uno de los principales servicios que prestan, ya que las pompas fúnebres y la decoración de interiores en celebraciones religiosas o civiles son habituales para este tipo de negocios. «Muy poca gente nos pide ya flores para decorar sus casas», se queja Paloma, que con los años ha sabido captar las ideas y gustos de los clientes que acuden al invernadero a encargar ramos o centros florales en fechas especiales, como las que se avecinan por San Valentín.

En el vivero tampoco falta un rincón donde José Periáñez Gómez-Landero, Pepe, padre de José Mari, cultiva hortalizas de temporada. A sus 77 años, tiene una salud, una agilidad y una vitalidad envidiables, y en un rato lo mismo coge la azada para quitar malas hierbas, que remueve la tierra con el rastrillo, que riega su nuevo criadero de cebollinos. «La lectura y la agricultura es lo que más me entretiene», asegura Pepe, que se retiró a los 50 años de la Guardia Civil y desde entonces se ha convertido en todo un experto en jardinería, labores hortofrutícolas y el cuidado del olivar que posee. «Aquí siempre hay algo que hacer», bromea socarronamente.

José Mari y Paloma siempre agradecen el apoyo que reciben de su familia y amigos en una labor en la que cada día aprenden algo nuevo, pues allá donde van no pierden detalle de lo que ven para mejorar en la técnica y en los cultivos y combinaciones de flores. Unas flores que, mirándolo con perspectiva, pusieron color a la primavera de su vida.

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