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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?
Los diestros Cayetano Rivera Ordóñez (d) y José María Manzanares (i), salen a hombros al término de la segunda corrida de la Feria Taurina de Olivenza./EFE
Jose María Manzanares y Cayetano salen a hombros
CRÓNICA MATINAL

Jose María Manzanares y Cayetano salen a hombros

Seis toros de Juan Pedro Domecq. Fue excelente el tercero, muy ovacionado. Justita de fondo y bien presentada en general, fue corrida bondadosa. Con su punto mansito el primero. Se dejaron bien segundo, quinto y sexto. El cuarto se defendió y protestó

COLPISA |

Domingo, 8 de marzo 2009, 20:03

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La fuerza justa, bobaliconería rebrincada, la cara arribita, las manitas por delante: todo eso y no sólo eso fue el toro castaño con el que Espartaco echó de nuevo a andar. La primera de la docena de corridas que se propone torear para conmemorar en activo un redondo aniversario: los treinta años de alternativa. Un toro de Juan Pedro Domecq acapachado, las palas blancas, pezuñas descaradamente grande que lo embastecían. Espartaco lo lidió de capa sin demasiada seguridad pero buscando asentarse él mismo. En un palmo de terreno una faena cuya mayor razón fue la intención de Espartaco de sentir y ganar confianza. Ese sitio que se conquista en la plaza ante público pagano y no en los tentaderos privados y entre amigos y leales.

Despegadito Espartaco, templada la muleta que tocó con precisión, de dos en dos los muletazos ligados, incluido el remate del doble cambiado o de pecho, que daba respiro a las dos partes.

Brioso un imprevisto arranque de rodillas en tablas. Delante de Curro Romero, a quien había brindado el toro. En la suerte contraria, una estocada a paso de banderillas: en la elección de terreno y en la manera de cruzar se dejó sentir la luz de la experiencia. La presencia tuvo el latido propio del torero de Espartinas: enjundia, ilusión, hombría. Le tiraron desde un tendido un gallo de pelea que habían llevado para la ocasión y Espartaco lo agarró al vuelo con reflejos de cazador despierto. El del gallo y los que no llevaron ni gallo ni gallina: todo el mundo estuvo cariñoso con Espartaco. Y Espartaco con la gente: su único hijo varón estaba en una barrera. Rubio diablito distraído. Aplaudiendo.

Cayetano le brindó a Espartaco el que iba a ser toro más completo de la corrida, un muy notable tercero, y lo hizo en largo parlamento que debió de ser muy emotivo. Los dos se fundieron en un abrazo de los de armar caballeros. Y, luego, Cayetano toreó con rumbo y ritmo exquisitos, sin tomarse ventajas, ofrecido siempre, el pecho por delante, los brazos sueltos, los muletazos hilvanados como a pespunte, la mano abajo, el cuerpo encajado sin tensión, la muleta sostenida con los dedos más que agarrada con la mano. Una muleta pequeña y leve, de escaso gramaje en apariencia, redibujados los pliegues de la plancha. El empaque natural y no impostado de Cayetano. Muy fluido el juego: por la movilidad del toro, que puso mucho, y por la entrega de Cayetano, candoroso. Casi ingenuo, por no administrar las pausas de la faena para venderla o abrirla.

En los cambios de mano, en los desplantes, en las salidas, en los embroques de frente, en los de pecho talonados y dibujados al hombro contrario: en esas suertes se retrató Cayetano. Y en una tanda espléndida con la izquierda abrochada con un espléndido remate cambiado. Un poco larga la faena y por eso pareció de pronto una copia de sí misma. No lo fue. Detrás de la espada se fue Cayetano por todas, a no perdonar. Dos orejas. Y, antes de eso, un airoso saludo de capa: metidos los riñones, la cintura en juego, firmeza relevante, sueltos los brazos, bueno el compás.

Antes del floreo de Cayetano, estuvo en turno Manzanares con un toro que quiso galopar pero no le dieron para tanto los bofes.

Dócil toro que Manzanares abusó de torear a la voz y sin terminar de ligarle tres seguidos. En lote de dos brotó el dibujo de muletazos espléndidos. Y espléndido el trazo de uno del desdén y otro de pecho. Una rosca extraordinaria también. Pero no faena redonda, sino sinuosa y de no verse el final. Tardó un mundo Manzanares en cuadrar al toro. El cuarto, estrecho y montado galán, brochito y romo, sacó mal genio y, encogido, se defendió con el freno echado. Espartaco no se arrugó, se cruzó al pitón contrario, con habilidad de viejo guerrero convirtió en viajes las medias embestidas regañadas. Una disputa, no una pelea. Y una estocada.

Como era jornada matinal, y la víspera había sido en Olivenza como un carnaval, la corrida pesó a partir del quinto toro, que fue buenecito pero se rajó y se rajó dos veces. Manzanares le hizo a este quinto casi las mismas cosas que al segundo. Algún verso perdido precioso, un ataque final en tablas algo excesivo, diez minutos de acá para allá, un aviso antes de montar la espada y una estocada de formidable ejecución. Un bondadoso sexto toro de postre que se había ido a chiqueros asustado después de banderillas se dejó sin más, pero sin rematar ni terminar de nada. No fue el tercero. No le cortó las orejas Cayetano a éste. Ni pareció proponérselo tampoco. Un remate final por circulares en rizos naturales y cambiados pareció novedad del repertorio. Nada nuevas ni la fe, ni la ambición mal contenida ni las ganas del torero. Por razones de sangre, él estaba más obligado que nadie en esta ocasión.

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