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UNA OBRA ROMANA. El puente de Alconétar, símbolo de la desidia, la marginación y el desprecio secular al patrimonio de una tierra. En su momento tuvo 12 ojos que cubrían 250 metros de largo / PANORAMIO.
Alconétar, el puente de la vergüenza
EL PAÍS QUE NUNCA SE ACABA | POR J.R. ALONSO DE LA TORRE

Alconétar, el puente de la vergüenza

El AVE se retrasará un par de años, pero la conexión terrestre entre Cáceres y Salamanca se retrasó 700. Visitamos hoy el bello entorno del puente de la vergüenza: Alconétar. Fue construido por los romanos quizás en el 96 A.C. , destruido en parte por los árabes en 1222 y no fue sustituido por otro hasta 1927.

J.R. ALONSO DE LA TORRE

Domingo, 25 de enero 2009, 20:27

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Son las diez y pasa el Talgo. Los cuatro arcos y las ocho pilastras del puente de Alconétar lo contemplan. El Tajo queda allá abajo, empantanado, quieto y gris en esta mañana nublada de invierno. La presa de Alcántara doma por estas tierras de Garrovillas, Hinojal y Cañaveral un río que antes era bravo y desde hace 40 años discurre embalsado y con parsimonia. Este puente es un símbolo de la desidia, la marginación y el desprecio secular a una tierra que durante más de 700 años tuvo que viajar hacia el norte de España cruzando el Tajo en barcas. Desde 1969 está colocado aquí, en esta vaguada que discurre entre dos carreteras, como un adorno arqueológico, pero también como un recuerdo de lo que sucedió en El País que Nunca se Acaba durante siglos de olvido y abandono. Si hay un icono de la vergüenza y un ejemplo de lo que los gobiernos y los señoritos absentistas hicieron sufrir a esta tierra, ese emblema es el puente de Alconétar. Según novela el historiador Ricardo Hurtado de San Antonio en su libro «Cáceres, la seducción de un rey», todo sucedió un mes de junio del año del señor de 1222. El rey Alfonso IX había iniciado su tercera expedición cristiana a la reconquista de Cáceres. La sitiaría y volvería a levantar el sitio porque hasta seis veces tuvo que atacar sus murallas antes de reconquistarla definitivamente el 23 de abril de 1229. Pero habíamos dejado al rey con sus mesnadas camino de Cáceres y para ello había de cruzar el río Tajo por el Puente Mantible o de Alconétar. Se trataba de un magnífico puente de 250 metros de largo y 12 ojos que, según algunos historiadores, debió de ser construido en el año 95 antes de Cristo, al tiempo que se trazaba la Vía de la Plata, y según otros, en el siglo II de nuestra era. Sea como fuere, el de Alconétar era el puente que unía el norte y el sur de Extremadura a través de la Vía de la Plata y por allí cruzaban el Tajo los reyes cristianos en sus incursiones desde Coria hacia el sur. Pero aquel día de junio de 1222, la vanguardia del ejército de Alfonso IX se retrasó para dar una mala noticia al rey: los sarracenos habían destruido seis ojos del puente y esperaban apostados en la otra orilla el paso de las tropas. Alfonso IX decidió dar un rodeo por el puente de Alcántara y el de Alconétar se quedó así, derruido y sin seis arcos para siempre. Hoy se puede pasear entre los restos del puente, fotografiarse bajo sus arcos, componer bucólicas estampas de vacas pastando entre las piedras romanas y la inmensidad del pantano regalando efectos especiales de azogue. Volviendo del puente hacia Cáceres por la antigua Nacional 630, se llega al cruce que lleva a la estación de ferrocarril de Río Tajo (el tren recorre el pantano en un viaje ferroviario con encanto). Desde la bajada a la estación o desde la propia playa de vías, se contempla la misteriosa torre de Floripes del castillo de Alconétar, que emerge de las aguas. El puente de Eiffel En ese punto, cuando no había pantano, desembocaba el Almonte en el Tajo, por ahí pasaba la Vía de la Plata, ahí estaban el puente romano, los restos del pueblo de Alconétar y, posiblemente, de la antigua Turmulus. Había vegas regables y feraces, el parador de la Magdalena y los puentes modernos del ferrocarril (desde 1881 y hecho por Eiffel) y del automóvil (desde el 22 de octubre de 1927). Hasta ese año, 1927, los viajeros en carro, caballo, coche o a pie habían de cruzar el Tajo en barca. El servicio lo prestaban barqueros que trabajaban para los duques de Alba y Aliste, casa noble que tenía la concesión de las barcas del Tajo en Alconétar. Se conservan fotos muy curiosas del año 1920 en las que se ve al obispo de Coria Pedro Segura Sáez (el famoso cardenal Segura de la Guerra Civil) viajando de Coria a Cáceres montado en la barcaza, tanto él como su coche oficial. El puente se había intentado restaurar en 1569, durante el reinado de Felipe II, cuando Extremadura aún tenía cierta presencia en la política y la monarquía española, pero el arreglo fue una chapuza de madera que se llevó la primera riada. Otro intento de arreglo en 1730 también quedó en nada. Detrás de la apatía y el abandono aparecía siempre la mano de los Alba y Aliste, que veían más provechoso el negocio de las barcas que un puente. El castillo de Alconétar, que había sido arrebatado definitivamentre a los árabes en 1225 por el propio Alfonso IX, estuvo en manos templarias hasta que Alfonso X se lo entregó a su hijo Fernando de la Cerda. En el siglo XV pasa a llamarse de Rocafrida y está en manos de los Alba y Aliste. Por el vado inmediato cruzaban embarcadas las comitivas de alcurnia y los arrieros humildes. Los naufragios estaban a la orden del día, aunque solo han pasado a la historia los de gente principal. Así, en 1429, cuando el rey Juan II y su séquito cruzaban el Tajo, se hundió una barcaza con 40 pasajeros, que perecieron ahogados, incluyendo varios caballeros de alto linaje. En 1525, cuando la infanta Catalina, hermana de Carlos V, viaja a Portugal para casarse con el rey Juan, las barcas vuelcan durante la travesía del Tajo y se salvan de milagro. Pero ni por esas se arreglaba el puente. Cuando en 1927 se inaugura por fin el nuevo puente, el norte y el sur de Extremadura quedan unidos por su ruta más lógica. Pero ese puente solo durará 42 años hasta que en 1969 sea cubierto por las aguas del pantano de Alcántara, inaugurado por Franco el 7 de julio de 1970. El río cubrirá en esa zona de Alconétar, además del castillo y los puentes, 120 hectáreas de regadío, 19.000 olivos, 5.000 almendros, 500 frutales, 346 mimbreras, 13.000 encinas, 2.000 álamos y dos fábricas de mosaicos, batanes, aceñas, molinos, incluido uno de chocolate, lagares... Un modo de vida fluvial con tradición y empuje. A cambio, no dejó casi nada. Eso sí, se salvó el puente romano y se colocó como decoración en la cola del pantano. Recorrer hoy las orillas del embalse en esta zona, subirse a los promontorios y contemplar el paisaje produce desasosiego: tanta soledad, tanta agua, tanto silencio... En un recoveco del pantano, se mantiene el sueño eterno y fracasado de hacer navegable el Tajo. Es el club náutico Tajomar: unos pocos veleros y unos pocos aficionados. En 1555, los procuradores reunidos en Madrid decidieron impulsar un proyecto para hacer navegable el Tajo desde Toledo a Lisboa y en 1588, 200 soldados cacereños embarcaron en Alcántara para bajar navegando hasta Lisboa y sumarse a la Armada Invencible, pero poco más. Hace 25 años, un empresario de Garrovillas puso en marcha un negocio de canoas, barcas de pedales y barcos de paseo que no tuvo éxito y en el año 2000, otro empresario intentó hacer cruceros turísticos por esta zona de Alconétar. Trajo dos barcos de pasajeros desde Galicia y comenzó a realizar viajes mostrando la torre de Floripes y otros encantos fluviales por 700 pesetas. Pero el negocio no funcionó y los barcos son hoy dos esqueletos submarinos, como casi todo en este enclave del Tajo, ayer tan próspero y hoy tan solo magia y nostalgia.

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