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Una centésima polémica
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Una centésima polémica

Phelps suma su séptimo oro tras derrotar al serbio Cavic en una final con suspense

ENRIQUE YUNTA

Domingo, 17 de agosto 2008, 02:47

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«Uno está braceando y el otro está volando», dijo el árbitro keniano Ben Ekumbo La prácticamente infranqueable línea que dirigía hacia el Olimpo de Spitz estaba a una centésima, sólo a una centésima. Menos de lo que se tarda en cerrar los ojos, un escasísimo margen de tiempo que ha concedido a Michael Phelps la inmortalidad. Ya puede decir que es el más grande: jamás ha nacido un deportista olímpico de su talla por muy superficial que sea esta valoración. Obsesionada la Tierra en ver si el marciano de Baltimore era capaz de superar a Mark Spitz, ayer se firmó la gesta más importante del deporte moderno. 16 de agosto de 2008. 'Cubo de Agua'. Pekín.

Efeméride para los siglos de los siglos. Gira el mundo en torno a Phelps, que ha acabado con todos los adjetivos del diccionario. Es simplemente único, y en la singularidad está la mayor de las riquezas. Enterró el sueño en 24.04 segundos, lo que tardó en los primeros 50 metros de los 100 mariposa, pero Phelps nunca muere. Giró en séptima plaza y, con una maestría colosal, fue aniquilando contrincantes hasta llegar a los cinco metros finales, en donde nadaba con ventaja el serbio Milorad Cavic, amenazante en las series con unos tiempos de impresión. Cavic, víctima en Atenas de un problema con el traje de baño tras el viraje que le relegó del liderato al farolillo rojo, se vio ganador, creyó tocar el cielo antes de hora.

Entonces se vio la escena de estos Juegos. Una enorme espalda emergió de las profundidades, marcados todos sus desarrollados músculos al detalle como si fuese un muñeco de muestra en la facultad de Medicina. Rabia, coraje, garra. Última palada hacia la plena felicidad, consumada al ver el número uno acuñado a su nombre en la pantalla gigante del majestuoso recinto asiático, rutina que se ha repetido hasta en siete ocasiones. Phelps, primero; Cavic, segundo. Ni rastro de Ian Crocker, la principal amenaza y que acabó cuarto por detrás del australiano Lauterstein.

Decimotercer oro para el nadador de Baltimore si se suman a estos siete los seis logrados en Atenas, aunque esta vez sin plusmarca mundial (50.58, 'únicamente' récord olímpico, distanciado del 53.40 que tiene como tope Crocker, el perdedor). Fue un final electrizante, no exento de polémica. La máquina, por defecto, da siempre como vencedor a Phelps, pero, acostumbrado a ganar por medio cuerpo como poco, esta vez tocó la pared al tiempo que lo hacía Milorad Cavic.

Los serbios, competitivos como son, empeñados en darle una pizca de pimienta a cualquier deporte, recurrieron al vídeo, solicitaron el ojo de halcón acuático con el fin de acabar con el mito de Phelps. Cavic quería quedar para la historia como el nadador que privó al de Baltimore de superar al grandioso Spitz. Con los ojos encharcados, haciendo esfuerzos para no llorar, Phelps escuchaba por séptima vez el himno americano en su honor. Mano al corazón, sonrisas a madre y hermanas, patriotismo a raudales, orgullo yanqui.

Serbia acata el fallo

Mientras, otra carrera se lidiaba en los despachos con la reclamación de la delegación balcánica. El veredicto de la FINA no dejaba dudas: «Según nuestras reglas, revisamos imagen a imagen el vídeo y estaba muy claro que el nadador serbio tocaba segundo, después de Phelps. Es evidente que uno está braceando y el otro está volando», dijo el árbitro keniano Ben Ekumbo, que estuvo acompañado en su comparecencia ante los medios por el director ejecutivo de la FINA, el rumano Cornel Marculescu. Fin de la historia. Ya no había nada que hacer.

Serbia acató la decisión después de su protesta y se retiró de una pugna sin sentido. El propio Cavic no era partidario de ganar fuera del agua, no quería reclamaciones, aunque viendo repetidamente las fotografías uno puede pensar que el europeo llegó antes. No lo hizo por la astucia de Phelps. La duda quedará para siempre.

Esa última brazada, esa aparición imponente mientras Milorad Cavic buceaba creyendo encontrar el oro le concedió la gloria: «Si yo me hubiera deslizado, no habría ido tan lejos. Hice dos rápidas brazadas cortas para intentar llegar y tocar el muro. Al final tomé la decisión correcta», resaltó Michael Phelps, ajeno a la polémica, sin ganas de profundizar en el tema. Ya lo ha hecho, ya es mucho más que Spitz, ya es el mejor de todos los tiempos. Y sólo por una mísera centésima.

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