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Valverde y Freire buscan el oro bajo la polución

El calor, la humedad y la contaminación condicionarán la prueba de ruta, que tiene a España como favorita

J. GÓMEZ PEÑA

Viernes, 8 de agosto 2008, 03:48

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Pekín amanece deprisa. A las cinco de la mañana ya clarea. La luz llega enseguida y ahí se queda. Estancada. A media intensidad. Es una bruma que ocupa la ciudad. Ayer, el estadio olímpico, el 'Nido', no se pudo ver hasta el mediodía. Estaba oculto bajo un aire neutro. Espeso. De color ceniza. Sin brisa. Es como si aquí la luz nunca fuera azul. Sólo gris. Mañana, justo a las cinco de madrugada en España, Valverde, Freire, Contador, Samuel Sánchez y Sastre partirán (11.00 hora local) en busca de las medallas en la prueba de ruta.

Dicen que sus enemigos son Bettini, Kirchen, Rebellin o Schumacher. Están a la vista. Pero hay otro rival. Más difuso. La contaminación, aliñada con humedad y un calor de pegamento. Ese aire que pica en la garganta. Les esperan 245 kilómetros; seis horas bombeando polución desde los pulmones hasta los músculos. Como correr en un túnel colapsado de camiones al ralentí. Ciclismo con la respiración contenida. «Es un circuito ideal para Valverde», repite Paco Antequera, el seleccionador. Y asequible para Freire, siempre dispuesto a ser único: a ser el primer ciclista español que gana este oro olímpico. «Aquí no hay esprinters. No es un recorrido para ellos», subraya el cántabro. Él es mucho más que un velocista. Su mecanismo es distinto. Siempre puntual para dar la campanada.

A Sastre le favorecen los 12 kilómetros de la subida. A repetir en las siete vueltas finales. Siete puertos. A Samuel Sánchez le recuerda el perfil del G. P. de Zúrich, su gran victoria. «Lo importante es que alguno del equipo saque medalla. Con cinco cor», avisa el asturiano del Euskaltel. Contador, el quinto, es más cauto: piensa más en la Vuelta que en Pekín. «Quizá no esté en mi mejor momento». Eso sí, no buscará disculpas medioambientales: «La contaminación es para todos». Contra todos.

Deporte incómodo

El ciclismo es un deporte incómodo. Ambulante. Mientras la natación o el atletismo tienen siempre sus sedes junto a la villa olímpica, los ciclistas deben viajar. Trashumantes. En Pekín, eso será una ventaja: la salida de la carrera está en el centro de la capital, donde reina la niebla ácida, pero el circuito de las siete vueltas queda a unos 70 kilómetros. Justo en uno de los tramos más turísticos de la Gran Muralla, en Badeling. «Allí hay menos contaminación», asegura Valverde, encantado con la dureza de la prueba. «Es que cuanto más duro, mejor. Así habrá una selección natural», apostilla Antequera. Y surgen de nuevo los nombres de Bettini -defensor del título-, de Menchov, de los Schleck... Prefieren no preocuparse de los otros rivales, los microscópicos: los dióxidos de nitrato o de sulfato emanados por las fábricas, o el monóxido de carbono repartido por los 3,3 millones de coches que pisan Pekín.

La fisiología lo explica bien: el monóxido de carbono ocupa parte del espacio destinado al oxígeno en los glóbulos rojos. El corazón reacciona: lo compensa con más latidos. Se acelera. Se gasta antes. Los componentes de la selección estadounidense se presentaron en el aeropuerto con mascarillas. Y muchos han incrementado la ingesta de vitaminas C, E y de antioxidantes para limpiar las cañerías del cuerpo. En pleno esfuerzo, un deportista multiplica por veinte el consumo de aire. «Después de la carrera estás un par de días echando un moco negro», contó el especialista de mountain bike Iñaki Lejarreta tras una prueba preolímpica en Pekín. A Chema Martínez, que es maratoniano, le preocupa más la humedad. «En Atenas era parecido y bebí más de diez litros de agua», recuerda.

Peligro, contaminación

Hace cinco meses, el Comité Olímpico Internacional (COI) admitió que la polución suponía un «riesgo» para competiciones al aire libre. Nada está tan expuesto como el ciclismo. Seis horas en un tubo de escape. Y eso que la Muralla hace de freno para el estigma del progreso chino: la contaminación. No han podido con ella. Ni con aviones que lanzan yoduro de plata para despertar la lluvia; ni con los millones de cañonazos que buscan el mismo fin. En Pekín nada es azul. Según un estudio difundido por la BBC, la concentración de partículas en el cielo pequinés esde 145 microgramos por metro cúbico, el triple del límite razonable establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

«Pero eso será en la salida. En la Muralla no es para tanto», insiste Valverde. Viene enamorado del circuito, de un kilómetro final que se le ajusta como un guante. Y viene de ganar la Clásica de San Sebastián. A punto para asaltar una de las Siete Maravillas del Mundo. Nada de turismo. A por oro. La Muralla, dice el murciano, asoma sobre la bruma. Dorada. De 6.700 kilómetros de extensión. Como la cola de un dragón que repta. En China todo es a esa escala. Hoy es el gigante económico que viene. Aunque se ahogue sin aire. Hace siglos, construyó semejante muralla. Dicen que encadenando los cadáveres de los campesinos que la levantaron se podrían cubrir al menos esos 6.700 kilómetros. Las servidumbres del progreso. Mañana, de madrugada en España, cinco ciclistas subirán por allí en busca de un tesoro. De oro, plata o bronce. Aunque eso les cueste tapizar sus bronquios con una capa de dióxido chino. El puerto gaseoso que no figura en el mapa del recorrido.

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