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Juan Bautista durante la faena de ayer en Madrid. / EFE
Juan Bautista, severamente juzgado en la plaza de Las Ventas
TOROS

Juan Bautista, severamente juzgado en la plaza de Las Ventas

Público encogido, distante y severo con el torero de Arles, que se llevó los toros mejores de una dispar corrida de Las Ramblas, que mató muy bien

BARQUERITO

Miércoles, 21 de mayo 2008, 11:23

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Una feria, la de 2008, con mayoría de toros colorados o castaños y no negros, y justo el día en que se cumplía medio abono, saltó una corrida de pintas mixtas, castañas o coloradas. Una abundante corrida de Las Ramblas, donde, pintas aparte, hubo de todo un poco. Bajo pintas comunes tan llamativas, un desigual remate que se tradujo en conductas dispares. Abanto y blando de dolerse en varas el primero, el más ofensivo de los seis.

Las palas color de alabastro, acarameladas las puntas, muy buidas. Imponía. Despabilado enseguida, bien sujetado por Juan Bautista en lances de recoger, dócil por sorpresa en un ceñido quite de Serafín Marín capote a la espalda, el toro se huyó después de sólo el primer muletazo de tanteo a una querencia no habitual: las tablas del sol, donde en la plaza de Madrid se aquerencian no pocos toros huidos.

Éste tuvo la virtud de no defenderse en la querencia, sino de emplearse en ella con buen son. Parte del aire caprichoso del toro fue distraerse de cuando en cuando. No fue el colmo de la fijeza. Sí, a cambio, toro pronto.

Resuelto, Juan Bautista, sin probaturas, estuvo puesto al primer golpe, por la mano diestra y donde convenía. Limpieza, seguridad y temple en dos tantas en redondo de armónica composición y bien ligadas en el sitio. Detalle notable fue que la faena entera, muy segura, se armara en un solo terreno, y no por capricho del toro sino por designio del torero. Toro de mano derecha. Claro y seguro el viaje. Por la izquierda, no tanto. Como el gobierno de Juan Bautista, que encontró, entre la gente de sol, aliento y eco, pero distancia inhóspita en el resto de la parroquia. Algún chillidito de los de reventar las cosas.

Faltó tomarse un tiempo entre tandas para realzar el trabajo. En todo caso, cierta prisa del torero de Arles para atacar y dejar librada la pelea. De broche, una estocada buena. Palmas en el arrastre para el toro que no le tropezó el engaño a Juan Bautista ni una sola vez. Severísimo el silencio con que se castigó la faena en el juicio final.

La cara a media altura, irregular fijeza, las manos por delante de partida, el segundo pegó bastantes cabezazos. Y era, los pitones negros, toro cabezón. Nada propicio: se revolvía con genio, repuso por las dos manos, primero de flojo y luego porque se enteraba. Dos muletazos sí, pero al tercero dejaba de querer o se ponía por delante. Toro deslucido, por tanto. Generoso con él Serafín Marín, que reaparecía tras un percance grave de hace tres semanas en Zaragoza. Porfía valerosa. Media atravesada.

El tercero, de formidable cuajo, generosa armadura y badanuda pechera, hizo salida de manso: al trote y olisqueo, frenado al capote y un ataque en arreón. Cinco lances de brega de Villalpando por abajo parecieron dejar al toro de seda. Pero al salir Tejela al toro, volvió a brotar en desordenado chorro el manso fondo o el fondo de manso. No paró de huirse ni de mugir el toro, que se salía contrario y suelto de capotes, o se abría escandalosamente.

Por todo eso, y porque a pesar de las estampidas metía la cara, fue toro de público. Descompuestos los primeros ataques con sitio para venirse. Remiso el toro cuando se sintió obligado en corta distancia. La moneda al aire, la suerte en el filo de la navaja. Tejela, que reaparecía tras la grave cornada de Nimes del 10 de mayo, no dio con la fórmula. Ni faena de castigo ni de las otras. De pronto, encallado el intento. Un pinchazo en los bajos, una estocada.

Castaño lombardo, muy atacado de carnes, el cuarto hizo buena salida y en los medios lo saludó Juan Bautista con cuatro lances bien dibujos y media bonita. Ni una palma. Índice de que entre el público que impera anidaba refracción absoluta. Frío por naturaleza, y por academicista, Juan Bautista no pudo romper el hielo y pareció incluso acusarlo. Toro manejable el cuarto, pero escarbador, de embestidas desordenadas y a veces claudicantes. Mucho más ordenado el torero que el toro. De nuevo, faena en un ladrillo. En un solo terreno. Breve, acaso impaciente el trabajo. Ninguna tanda pudo pasar del tercer muletazo ligado. Porque perdió las manos el toro. Una estocada excelente. Sólo unas palmas distantes de reconocimiento.

El más feo

El más feo de la partida fue un quinto cariavacado, estrecho de sienes y caja, engatillado y brocho, alta testuz, corto el cuello. Poca fuerza. Manseó sin disimulo, De dócil fondo, pero sin formalidad. Puso empeño Serafín Marín: intento de torear en la distancia muy generoso, pero en el viaje de vuelta ya estaba el toro desentendiéndose; buenos dibujos en una faena desencuadernada porque no había ni ritmo ni tensión de toro, por trompicarse. Un inesperado final por manoletinas y una soberbia estocada.

Cuello, carnes y culata, finas mazorcas, menos cara que los demás, el sexto, rechoncho y bondadoso, protestó en el caballo, mugió y casi gruñó, se decantó como toro brusquito de los que se apoyan en las manos. Sin empuje.

Al hilo del pitón Matías Tejela y ese fue lo que menos ayudó a volcar el signo del toro, que, por flojo, punteó y que, a muleta escondida, cortó el viaje. Una estocada trasera, un descabello.

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