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L. E.
Domingo, 6 de abril 2008, 12:08
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Miguel Escribano vivió de cerca el auge y caída de la cría de avestruces en Extremadura. Antes de ser profesor en la Facultad de Veterinaria, impartió clases en la Escuela de Ingenierías Agrarias y forma parte de un grupo de trabajo universitario sobre producciones animales.
Para él, la situación a la que se llegó a finales de la década pasada tiene una explicación muy clara: «Los fondos europeos, especialmente los Proder y los Leader, apoyaban cualquier iniciativa de ámbito rural que tuviera un carácter novedoso. Para ello, subvencionaba un porcentaje muy importante de la inversión total que se quisiera realizar».
Hay que recordar que el Programa Operativo de Desarrollo y Diversificación Económica de Zonas Rurales en las Regiones Objetivo 1 (Proder) fue aprobado en el año 1995 y tenía como objetivo «impulsar el desarrollo endógeno y sostenido de las zonas rurales a través de la diversificación económica para frenar la regresión demográfica, elevando las rentas y el bienestar social de sus habitantes y asegurando la conservación del espacio y de los recursos naturales», según la propia declaración de esta iniciativa.
Sin garantías
Sin embargo, con este dinero «se ayudaron muchos proyectos sin que existieran apenas garantías. Por ejemplo, la instalación de estas granjas de avestruces, un producto que entonces no tenía canales de comercialización. Incluso se llegaron a instalar mataderos exclusivos para estas aves», asegura Escribano.
«Con las ayudas, se compraban animales y terrenos, pero las producciones no se ajustaban a las expectativas ni se pagaba el precio que se esperaba por la carne. Al final, las empresas que vendían las crías sufrían menos, el verdadero problema estaba para los que las comercializaban para su sacrificio», rememora.
Además de los trastornos que ocasionaba la venta, señala que los beneficios que algunos esperaban no se correspondían en absoluto con la realidad. «Algunas de las previsiones de beneficios que se hicieron eran insostenibles para una región como Extremadura. Desde el punto de vista de la producción animal, era un verdadero 'pufo'. Los costes eran altísimos, el manejo resultaba complicado y el rendimiento no pasaba de limitado», afirma.
Desde el punto de vista ganadero, Escribano considera que «en principio no se adaptaban mal, teniendo en cuenta siempre que se trata de animales salvajes que se están domesticando. No se pueden comparar con las ovejas o los cerdos, que llevan miles de años al lado del hombre. Por eso, más que problemas de carácter sanitario, las mayores dificultades de su cría derivaban del rendimiento, de que dieran menos huevos de los esperados».
En todo caso, y muchos años después de la experiencia, tiene la impresión de que «los que convencieron a otros para poner este tipo de granjas no se arruinaron. Lo hicieron los pequeños ganaderos que se metieron de ello. También salieron perdiendo los fondos públicos, que fueron gastados sin que realmente valiera para nada».
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