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TOROS

Ventura sale por la Puerta del Príncipe

Brillante, espectacular, certero y afortunado el rejoneador de la Puebla del Río, generosamente premiado Tres notables toros de Bohórquez

BARQUERITO

Lunes, 31 de marzo 2008, 03:11

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La corrida de Bohórquez, hermosa de verdad, salió noble como suele, pero de fondo muy diverso. Dos de los tres toros de más calidad, entrega y fijeza, y, además, de notable resistencia entraron juntos en el lote de Diego Ventura. Una oreja del tercero, que sólo cometió el pecado de escarbar a última hora, y las dos del sexto, Puerta del Príncipe, un clamor de acento inconfundiblemente sevillano: ése fue el botín de Ventura. Como parte del botín podrían contarse los dos toros . Con uno y otro estuvo Diego en aire espectacular. A veces estrepitosa, teatral, muy exageradamente. No fue redonda ninguna de las dos faenas de Ventura. Probablemente por su empeño en hacer primar lo circense sobre el toreo. Eso se tradujo en cierto desorden o en un ritmo sincopado.

También, y no fue pecado menor, porque tanto en un toro como en otro los banderilleros se emplearon abusivamente. Los capotazos por abajo, protestados cuando se sintió que sobraban, y sobraron casi todos, cumplieron papel de castigo. Al sexto toro, quebrado tras dos rejones de castigo, lo dejaron domadito los auxiliadores. Dócil el toro, más que ninguno de los otros. Descolgado del todo. A toro rendido y en tablas, con ese sexto precisamente, Ventura rodeó por los adentros hasta tres veces en carrusel conmovedor. Fue un gran momento.

No el único, porque con ese mismo toro, y después de haber trabajado a destajo con él la tropa pedestre, Ventura acertó a embrocarse ajustadísimamente en banderillas. En galopes de costado y sobre un caballo de extraordinaria presencia: un Guaraná, lusitano castaño que lleva vendas rojas en las manos y peina crines tupidísimas como flecos de inmenso mantón. Caballo de los que llenan la plaza. Lejos del toro, Ventura hizo a Guaraná arrodillarse, sentarse y casi echarse entero. Mérito singular fue el acierto en las clavadas.

Montando Diego al tordo Distinto, hubo soberbio ajuste en dos embroques al pitón contrario con un toro que tanto y tan bien se dejó y quiso. De una entera sin puntilla rodó. 'Mimoso', negro bragado, ensillado, capacho, número 136. Se arrastró sin las orejas. Antes de clavar los hierros de castigo, Ventura lo toreó de salida con la chaqueta marsellesa por las dos manos. Sin demasiado acierto.

No hubo montura a la que Diego no premiara con besos y caricias. Entre el delirio de sustantiva mayoría. Y con el arropo impagable de la banda de música, que parecía tener preparado para Ventura un repertorio especial y de generoso riego. Para Diego estuvo, pues, la suerte, la banda y la tarde. Aunque no rematara con el tercero. Lucido Ventura en los aires: corvetas, balanceos, piruetas, pasos en el mismo sitio. Sin embargo, la cuadra del tercer toro pareció, en lo taurino, la cuadra B y no la titular ni la mejor. A todos esos otros caballos los colmó Ventura de ostensibles cariños.

El toro más en el tipo clásico Murube de los seis fue el primero, que galopó de salida pero se rajó una vez y luego otras muchas más hasta aplomarse en tablas. Bohórquez lo sacó de ellas tirando con la grupa del hocico del toro. Muy bonito. El segundo, abanto y trotón, salió distraído y andarín, se apalancó y acabó viniéndose a tablas. Hermoso le midió el castigo y, en banderillas, sobre el castaño Chenel, le apuró las embestidas. Hubo que atacar de frente. Frío el toro hasta morir, de dos pinchazos y entera. Fue excelente el cuarto toro y Bohórquez se lució con él. A porta gayola lo esperó pero sin cumplir el intento de lanzar al caballo justo en el primer embroque. Un desarme en el castigo; otro al hundir la espada que hizo rodar al toro sin puntilla. Pero el conjunto tuvo torería, mesura, alta escuela, sentido del toreo.

Memorable

Muy alto de agujas, el quinto fue el más difícil de los seis. Pero aquí asomó el Pablo Hermoso mayor. Para, galopando de costado, o sólo al paso pero de costado también sobre el famoso Silveti, templar al toro, aguantarle los arreoncitos y sacarlo toreado de cada embroque. De manera intencionadamente sobria. Sin echar la casa la ventana salvo a última hora. La música estuvo rácana y cortó se diría que malévolamente. Debió de sentirlo Pablo, que, antes de atacar a muerte, se pegó un arrimón literalmente. Como si se echara encima del toro al verlo defenderse. Fue bastante memorable.

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