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TOROS

El torero Julio Aparicio, herido de gravedad en Las Ventas

Corrida seria de Puerto de San Lorenzo en la que destacó la firmeza de Miguel Ángel Perera; decepcionante Morante

BARQUERITO

Lunes, 24 de marzo 2008, 01:57

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Cuando lo recogieron del suelo ya llevaba Aparicio la huella de la cornada en la taleguilla. Un elegantísimo terno tabaco y oro. Parecía de estreno. Un toro en toda regla ese primero de Puerto de San Lorenzo. 600 kilos. Badana, rizos, pechos. Vuelto de cuerna. Fue el toro de más original conducta de los seis del envío. Primero, el capote de Aparicio en despegado acordeón. Y, luego, la muleta. Fue toro pronto.

Aparicio le encontró el aire en nueve muletazos de apertura por una y otra mano de tanta resolución como torería. Aunque el toro se fuera al tercer muletazo de tanda, salvo en las tres ocasiones en que Aparicio decidió taparle del todo la salida y engancharlo por el mismo hocico. Tranquilo, Aparicio hizo, sin parecerlo, un compuesto esfuerzo. Era, en el fondo, dueño de la cosa. Sólo que se decidió a matar en terreno de toriles y pagó caro. Un pinchazo primero, que escupió el toro, y luego la estocada a todo riesgo. Muy meritoria. La cogida y la cornada dejaron agrio sabor.

De serio cuajo fue el segundo, pero el de peor nota. Lustroso, cabezón, alto de agujas. Morante, semidesarmado por dos veces en el saludo de capa, no se decidió a aliñar o castigar ni a poderle al toro. No pasó con la espada. Nueve pinchazos, un descabello. El tercero, bajo de agujas, acodado, armado por delante, galopó de salida con alegría. Perera remató con garbosa media un atropellado recibo de capa. Se empleó el toro en el caballo y, aunque no le sobraron ni fondo ni fuerzas, dio juego. Reculó, `ay!, y hasta tres veces, se fue apagando, y, por tanto, cortando viaje. Al acortar viaje, reponía y gateaba un poco. Tuvo nobleza.

Perera lo vio claro. Resuelto, seguro, encajado, firme, el torero extremeño atacó enseguida. Al toro debió de abrumarle tal sensación de potencia. La del toreo de mano baja y obligando. Formidable la manera de respirar de Perera, que, sobando casi a su antojo el toro, cuajó al final de larga faena una soberbia tanda con la izquierda, cumbre del trabajo. Todo él serio, pero pasado de tiempo. Un aviso antes de igualarse el toro. Otro cuando rodó de un tercer descabello.

Morante salió después con el segundo del lote de Aparicio. No llegó a acoplarse Morante con el toro, ni a meterse ni a estirarse con él. Ni a encontrar el sitio. Ni a templarse. Sí a dibujar algún esbozo suelto. Pero enganchó mucho telas el toro y las acabó punteando tanto que acabó dando impresión de áspera la embestida. Seis pinchazos de Morante en una tarde desdichada con los aceros.

Se corrió el turno de lidia de los dos últimos. Perera se llevó, de quinto, el toro de mejor estilo de los seis de envío. El de más volumen. Morante, que mató el sexto, tuvo que ponerse delante del más astifino de todos. Picado ya el quinto, que se blandeó de varas, Morante salió a un quite de graciosa inspiración al lance y remató con media de cartel de toros. Una ovación de asombro. Perera replicó con ajustadísima gaoneras y una larga. Otra ovación. Y todo a favor del torero de la Puebla del Prior. Toro y ambiente. Perera, tan firme como en el otro turno. Notable seguridad en sí mismo. Estatuarios ajustados para abrir y, luego, en el tercio, distancia para traerse al toro por la diestra. Toreo de mano baja y puro. Pero sin ritmo ni redondeo. Por impaciencia del torero tal vez. Por la mano izquierda Perera escupió al toro, no se acopló, y de pronto la faena, bien puesta, entró en sinuoso meandro como si encallara. Aplomado y molido, empezó a distraerse el toro.

El astifino sexto metió la cara con dulce son, Morante lo acarició en muletazos sueltos por las dos manos, pero no llegaba nunca el momento de apostar en serio. Repentinamente cansado, se fue a las orejas del toro. A tocárselas. Un renuncio.

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