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TOROS

El joven Leonardo sigue creciendo

Corrida inmensa de Cubero, con una lotería en la concesión de orejas: dos para Callejón y sólo una para Andy

BARQUERITO

Jueves, 20 de marzo 2008, 02:17

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En la corrida de rejones de Cubero saltaron dos toros que parecían dos monstruos. De la penúltima glaciación. Todo morrillo era un primero con caja y corpachón de oso de los zíngaros. De las viejas verbenas. El cuarto, de fofas carnes abundantísimas, parecía un toro de concurso de charolés. O un buey de arrastre como los de los concursos de apuestas en los pueblos del Goyerri guipuzcoano. Estaban desmochadísimos los dos toros. Podrían haberse uncido juntos. Pero eran toros de lidia y bravos. No fueron mansos.

Las inmensas carnes del primero se movieron con cierta ligereza. La anatomía interminable del otro se prestó menos al juego. Hay hipopótamos domados que saltan a la comba. En circos asiáticos donde se permite tal deporte. A este cuarto le faltó no la voluntad del hipopótamo sediento sino la potencia encelada del toro de lidia. Sin embargo, conviene ver de vez en cuando corridas de Benítez Cubero, porque la sangre y el encaste son particulares. Y se nota. Parladé, sí, como tantas y tantas ganaderías del Gotha ganadero. Pero con resabios del toro bruto de hace más de medio siglo.

Pero es que, en la última matinal de Fallas, no se había ido en realidad a estudiar la morfología de la línea Benítez Cubero. Sino a ver caballos. Y, si se podía, a ver torear a caballo. El público de rejones cumplió con su papel estrictamente: aplaudió casi todo con vehemencia. Consentidor, conformista, tolerante, generoso: público hípico. Pero no el de las carreras de caballos. Estuvieron pendientes de todo. De los dos que de mejor torearon que fueron, por este orden, el joven Leonardo Hernández, que es de una fascinante torería sin protocolos y estás dotado de una precoz profundidad, y el no viejo pero ya no tan joven Andy Cartagena, que ha empezado a salpimentarse de pureza y espectacularidad como si le urgiera. Dos cuadras soberbias: la de Leonardo, domada a la clásica y la severa, y la de Andy, más circense, con la novedad de un castaño Pericalvo que se contornea como un danzante roquero. Sin torería. El alarde de abrirse y cerrarse de manos como si las manos fueran los garfios de un cangrejo o una tenaza. Le encanta a la gente. Los alardes van en contra del tiempo lógico de la faena. Contra el sentido del toreo. El toreo puro lo hizo con gracia y donaire Leonardo: adivinando el terreno del toro, arriesgando en piruetas, llegando sin pasar en falso ni demoras. Andy espació más las cosas. Con su estilo de gran caballista y de torero de valor.

Dos orejas dos cortó Callejón, pero la segunda se la dieron porque sí. Caprichos del palco de Valencia en esta feria donde los premios han sido literalmente de tómbola. Callejón toreó con los pechos, de los caballos los pechos, pero sin decidirse a batir en terreno del toro. Eso, lo de batir donde el toro pesa, sólo lo hicieron Andy, Sergio Galán y, sobre todo y más que ninguno, el joven Leonardo. Javier San José, telonero de lo que amenazaba con ser la intemerata, o una cabalgata interminable, estuvo breve y medio segurito. Galán se llevó el toro que menos se prestó a la fantasía. Iván Magro se excedió en arrodillar a un caballo alazán. Muchas clavadas, muy desiguales. Cuando el toro de Cubero se defendió, sólo cabía arrodillar al caballo. Y eso no es.

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