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MANUEL-M. NÚÑEZ
Martes, 18 de diciembre 2007, 10:20
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Final de fiesta. El Torneo de Maestros se despidió ayer de Cáceres y lo hizo dejando una sensación de nostalgia en el ambiente. Muchos arrancaron las tertulias habituales en estos casos con el recuerdo de los ausentes, cuando se conoció que la capital cacereña aspiraba a ser sede del Máster Nacional. Tras lo visto durante los tres últimos días en el Pabellón Multiusos, no hay dudas de que ha habido más reconocimientos para el despliegue de los que estaban que para el currículo de los que faltaban, con Rafa Nadal al frente y Carlos Moyá en cabeza.
Los extremeños disfrutaron de su particular atracón de tenis. Pedro Muñoz, presidente de la Federación Española, utilizó otro término: borrachera. Queda la impresión de que algo muy lejano logró en poco tiempo concitar la atención de un público poco puesto pero muy implicado. En ese contexto, Fernando Verdasco se alzó con la más alta distinción, la de maestro de maestros. Lo hizo en un partido repleto de detalles en el que dio un paso más allá que su rival y principal favorito. Claudicó Ferrer, pero con la grandeza de quienes ven más allá del siguiente encuentro. Cáceres se sitúa en el mapa del tenis y se postula para próximas citas. No parece poco bagaje si se tiene en cuenta que apenas hace unas semanas, el fondo de armario estaba lleno de telarañas.
Hubo una conjunción de factores que permitieron vivir una jornada inolvidable. Las caras de satisfacción de los dirigentes federativos, de los técnicos y de los propios aficionados así lo confirmaban. No sólo hubo dos tenistas entregados sin reserva a la causa del triunfo. Ayudó la complicidad de un juez de silla, Enric Molina, que supo manejar situaciones y se mostró indulgente con algunas muestras de euforia que surgieron a destiempo desde la grada. Verdasco y Ferrer, a lo suyo, jamás utilizaron ruidos, gritos o aplausos desacompasados como excusa de nada. Se dedicaron a jugar, y lo hicieron a un nivel más que aceptable si se considera que la temporada anda todavía en pañales.
Fernando Verdasco es un tipo diferente. Cuando se le preguntaba en la previa si ya había diseñado alguna estrategia para noquear al favorito, tiró de sentido del humor. «Lo tengo todo preparado», advirtió con evidente sorna. Del tono jocoso de anteayer no cabe sacar consecuencias del triunfo de ayer sábado, pero, a tenor de lo visto, la impresión es que tenía el partido en la cabeza. Atacó a Ferrer en sus flancos más débiles y exhibió un punto más de ambición que el levantino. Así lo confirmó una salida insospechada, que le colocó con 0-4 a su favor cuando apenas se llevaban disputados 20 minutos de encuentro.
El ciclón Verdasco pasó por encima de un Ferrer descolocado y sin soluciones a la vista, que entregó la cuchara con el servicio propio y se mostró impotente para contrarrestar el de Verdasco. 22 minutos necesitó para firmar su primer punto. Era el mismo jugador que en los dos partidos anteriores había logrado 30 juegos y había concedido al contrario menos de la mitad.
Distintos ritmos
Sin embargo, ni siquiera el humillante 1-6 de la primera manga hacía presumir que sería una final sencilla. En realidad, sólo hacía falta que el vigente finalista de Shanghai subiese un peldaño para que el duelo tomase otra dimensión. Cuando lo hizo, y fue de inmediato, el encuentro ganó en emoción y en alternativas. Muy sólido al servicio, Ferrer consiguió limitar el campo de actuación de su rival, que se vio de repente como estaba al principio. Todo quedaba pendiente para el tercer y definitivo set.
Ambos jugaron a ritmos distintos. Verdasco se sobrepuso a un momento de máxima dificultad con 2-1 en contra y serias dudas sobre sí mismo. Su imagen, sentado en la silla, sin mover un músculo y con la mirada perdida, no anunciaba precisamente buenas noticias para el futuro. Pese a las apariencias, multiplicó el grado de concentración, mantuvo el saque y perfiló su triunfo en un quinto juego del tercer acto que resultó determinante. Roto el servicio de Ferrer, Verdasco se volvió imbatible. Sus piernas llegaban hasta el último rincón de la pista, Ferrer se perdió en medio de los imprevistos y hasta los aficionados percibieron desde sus asientos que estaban ante el momento de la verdad.
Se hizo la ola en los graderíos y en el palco y Fernando Verdasco, que no quiso ser menos, dio por finiquitado el asunto para no prolongar la discusión. Con 3-5 y 15-40, dejó pasar su primera bola de partido. La segunda fue la definitiva. Levantó su raqueta y se la dio a una aficionada. Guiñó un ojo y aplaudió. Fernando Verdasco, madrileño, número siete de España y 26 de la ATP, se graduaba a los 24 años como gran maestro. Cáceres entra en el mapa del tenis con él.
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