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MOTOR

McLaren-Mercedes despide su año demencial

Perdió el título de constructores por decreto de la FIA y el de pilotos al carecer Ron Dennis de dote de mando para erradicar el caos que él mismo sembró

J. M. CORTIZAS

Lunes, 22 de octubre 2007, 03:31

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La temporada 2007 también pasará a la historia como ejemplo de cómo no se debe dirigir un equipo de Fórmula 1. Tan ingrato escaparate se personaliza en la figura de Ron Dennis y en el anagrama de McLaren. Es complejo hacerlo peor. Es casi imposible quedarse sin nada tras haber dominado el campeonato y haber podido restañar la herencia de un 2006 sin victorias con un triplete épico. Era suyo el título de constructores, el que más se ansiaba en el búnker de Woking. La FIA se encargó de arrebatárselo de las manos, posiblemente de mala manera, en el sucio asunto del espionaje que, de momento, ha dejado sin castigo a los dos ingenieros que lo activaron, Stepney y Coughlan. Quedaba el premio de consolación de mantener los números 1 y 2 en las carrocerías de sus monoplazas. Ni eso. Y ahí sí que Dennis no puede mirar hacia otro lado que no sea su propio ombligo.

Su gran error ha sido no evadirse de sentimientos patrios, muy respetables. Quiso hacer valer, quizá ante la siempre vigilante sombra de Mercedes, su papel de pieza indispensable en el engranaje de una escudería con el reparto accionarial peligrosamente disperso, aunque esté en pocas manos. Su acto suicida fue el fruto de la soberbia. Quiso coronar antes de tiempo al joven al que acogió en su regazo diez años atrás. La historia era demasiado bonita, rotundamente emotiva, como para no amplificarla mediáticamente. La cagó, que diría sincerándose un castizo.

Obvió que en sus filas cohabitaba un campeón del mundo al que le debía el número 1, que se paga a precio de oro en la Fórmula 1. Olvidó, de repente, quién firmaba con sus actuaciones la mejor hoja de servicios tendente a poner a punto dos monoplazas que el año anterior habían sufrido continuos arrebatos de anemia estadística. Se pasó por el arco de triunfo, incluso, las opiniones de sus ingenieros más cualificados; no los meapilas con cargos tan rimbombantes como vacías sus molleras. No los mecánicos -dicho con todos los respetos- idos a más, como el propio Dennis con un pasado abigarrado de lamparones de aceite en sus buzos otrora nada galácticos. Tropezó, en definitiva, al creer que el liderato de Lewis Hamilton era fruto de su valía, capacidad, tenacidad y talento.

Son virtudes que, seguro, incluye en su mapa genético deportivo el piloto inglés. Pero no eran la causa de que volvieran a tintinear las joyas de la corona, del abrumador aumento del ego británico al percibir que ya había llegado el heredero que diera continuidad a la saga que inició Hawtorn y a la que fueron engarzándose Graham Hill, Clark, Surtees, Stewart, Hunt, Mansell y Damon Hill. Para nada. Si 'Ham' asombraba al público al liderar una nómina siempre ajena a un debutante era más por los deméritos de sus oponentes y de su compañero.

Claro que ver al jovencito en la cresta de la ola puso nervioso a todo el mundo. A Dennis le cegó. A Alonso le enojó hasta el extremo de hacer estallar. Y Ferrari, activó la maquinaria mediática italiana para rascar algo en una campaña que se le empinó hasta lo inabarcable. En el caso del ovetense, el primer mosqueo le llegó en Mónaco, cuando se dieron los primeros síntomas de insubordinación de Hamilton. Pensó que eran males de novato, nada que pudiera ir a mayores. Justo lo contrario.

Entre bastidores, cada cual comenzó a jugar papeles en oscuras estrategias que pillaron al español con el paso cambiado. El aviso más serio se produjo en Silverstone, donde Dennis quiso dar carnaza a sus paisanos alterando la estrategia pactada y regalando una 'pole' inservible a Hamilton, que sólo supuso la desactivación de Alonso y un asfaltado perfecto para el triunfo de Raikkonen. Allí, en tan magno y emblemático escenario cambió la historia de la moderna Fórmula 1.

El resto es tan sabido que lo pueden recitar de memoria hasta los niños que ayer rumiaban felizmente el no título de Alonso por no haber ido a parar a manos de Hamilton. El británico enterró su gloria en la gravilla china. El ovetense claudicó con la convicción de que el mundo está contra él. Y Ron Dennis deberá deshojar una laberíntica margarita. No vaya a ser que alguien crea que el que sobra es él.

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