¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?

Antes molaba ser periodista. Al menos tanto como pianista en un burdel. En su obra ‘Cuando Kafka hacía furor’, Anatole Broyard, quien fuera director del suplemento literario de The New York Times, describía aquellos años con la misma “agotadora y ardiente sinceridad que los jóvenes suelen poner en sus relaciones amorosas”. Pero esos tiempos bohemios y hoy un tanto nostálgicos en los que uno se pateaba las calles en busca de una noticia y se acodaba en los bares a la espera de una garganta profunda, parecen haberse evaporado con la misma rapidez con la que los vídeos de gatitos se viralizan en Facebook.

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Ahora quien causa furor es Donald Trump. Y junto al presidente de los Estados Unidos, la posverdad y las redes sociales, que no son sino esas autopistas de la información por las que se distribuyen a toda velocidad las ‘fake news’ o noticias falsas tintadas de realidad.

Trump ha dinamitado todos los consensos. Desde el trasatlántico, que establecía unos pactos en aras de la defensa mutua tras la Segunda Guerra Mundial, pasando por el consenso del libre comercio, que ha permitido al mundo, especialmente los países menos desarrollados, alcanzar ritmos de crecimientos jamás antes vistos, y terminando por el consenso sobre los medios de comunicación, como elemento imprescindible para una sociedad democrática en tanto en cuanto satisfacen un derecho fundamental como es el de la información.

Hoy, esta concepción de la prensa como espoleta para el desarrollo de un país ha saltado por los aires. Los periódicos son objeto de críticas, han perdido capacidad de prescripción y sufren la desafección de sus lectores. A modo de muestra tenemos la campaña de Trump contra los medios norteamericanos, convertidos en el pim-pam-pum de los poderes fácticos.

El inquilino de la Casa Blanca no es la enfermedad sino el síntoma de un virus incubado durante largo tiempo. Después de muchos años contemplando nuestro reflejo en los espejos del callejón del gato, nos han puesto delante de la realidad. El llamado cuarto poder ha vivido en el sillón abullonado de la complacencia, con unos principios y un código ético cuasi ilegibles de tanto polvo acumulado. Pues bien, llega el momento de sacar el plumero.

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Donde muchos ven un riesgo para la prensa libre e independiente, otros queremos ver una oportunidad; donde unos consideran a las nuevas tecnologías el enemigo a batir, otros las vemos como cómplices; donde algunos gurús vaticinan un negro futuro para los medios, otros presagiamos una nueva edad de oro.

Porque solo las cabeceras de prestigio que apuestan por el periodismo de calidad, análisis e investigación pueden poner coto al virus de la posverdad y servir de contrapeso a los poderes fácticos. Sí, hay que ganarse a Facebook, convertirlo en nuestro aliado, pero para eso también hay que volver a ese periodismo intencional del que hablaba Kapucinsky, al periodismo de servicio al ciudadano. Pisar de nuevo la calle y escribir historias.

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