Castella gana una pequeña batalla
Al cabo de los años, reedición del mano a mano con Perera que en su día fue de grandes tensiones pero ya no. Con el mejor lote de Zalduendo, éxito del francés, que cortó una oreja
BARQUERITO
Martes, 18 de marzo 2014, 11:28
Los tres mejores toros de la corrida de Zalduendo se jugaron por delante. Cerraron los tres de peor condición. Cinqueños los seis. Muy bien armados todos sin excepción. Los dos más astifinos se corrieron por delante. Tal vez porque eran los de menos romana. Estaban, sin embargo, gloriosamente rematados. Aleonado el primero, como el antiguo juampedro legítimo: hecho para galopar. Solo que no le sobraron las fuerzas, se empezó a salir distraído de suertes y fue o quiso menos de lo prometido. También galopó el segundo, y descolgó enseguida, pero se pegó un volatín de los que tronchan por el cuello a tantos toros.
Castella anduvo suelto, sereno, serio, templadito y a gusto con el toro de la apertura. Cuando el toro se desinfló, Castella se pegó el arrimón de su repertorio antiguo: circulares con cambio de mano. Severo dominio de la escena. Un pinchazo, una estocada atravesada. Perera salió embalado: dos largas afaroladas en tablas para recibir al segundo. Ya en la vertical, de rayas a medios Perera, se interpuso el viento, que se le metió por debajo de los vuelos. No hubo manera. Después de esa pelea sorda de hombre, viento y fiera, el toro cobró el volatín que valió por un puyazo y medio. Los dos que tomó el toro fueron un simulacro reglamentario. Joselito Gutiérrez banderilleó por el pitón izquierdo tan bien como siempre.
Perera brindó desde los medios, donde el toro iba a pesar seguramente más. No llegó ni a poder comprobarse la causa, porque a los diez muletazos, por abajo, de poder y obligar, el toro estaba casi para el tinte. Le costó mucho venirse. La embestida, preciosa, pero sin motor. Dos claudicaciones. Se deshizo en hechizo. Un par de primores de Perera con la izquierda. Una estocada desprendida. Bramó dolido el toro al final. ¿Bramar? El maestro Juan Posada decía «mugir». Perera no quiso salir a saludar.
Estaba frío el mano a mano para entonces. Primero, porque más que mano a mano era corrida de dos matadores y no otra cosa. El duelo en serio y de fondo de Castella y Perera fue hace tres, cuatro o cinco años, y entonces se sintió el ruido de sables propio. O de navajas. Aquellas batallas las ganó Perera. No puede decirse que la guerra, porque guerra no hay. No hubo ni siquiera pelea en este asalto de Valencia que ganó a los puntos Castella. El extremeño Perera no tuvo suerte en el reparto de toros: se aplomó el cuarto, que pareció de salida un gallito bueno, pero solo lo pareció, y el sexto, al que trató de convencer con la mano izquierda en suaves toques, punteó nervioso, adelantó por las dos manos, tardeó y acabó probando. En un momento, ya en la prórroga gratuita de la faena, el toro estuvo a punto de prender a Perera cuando se le columpiaba entre pitones.
Castella, en cambio, gozó del beneficio de un tercer toro muy completo. El mejor de los seis, el sello de las joyas familiares de Zalduendo. Castella pareció entenderse con ese toro desde la misma salida. Tres lances a pies juntos bien librados, cuatro o cinco de rodillas cosidos entre sí y con los precedentes, y un farol de broche que puso a la gente en pie.
Luego riñeron en quites los dos espadas. Riña apacible. Castella quitó por chicuelinas, revolera y larga tras la primera vara. Perera salió por gaoneras tras la segunda. No fue redondo el quite pero tuvo la marca del valor y el ajuste. Y entonces replicó Castella por valencianas o saltilleras, aprendidas de la genuina fuente mexicana. Con su golpe de sorpresa: el cite primero pareció para un lance clásico de frente por detrás. Y no.
Muy a su antojo Castella con la muleta. Su apertura clásica: la madeja de ocho ligados en los medios -tres de ellos, los primeros impares, cambiados por la espalda- y el remate con el de la firma, el de pecho y el del desdén. Fue casi coser y cantar. Más breve, la faena se habría valorado el doble, porque el toro estaba juzgado y sentenciado a los veinte viajes. Mucho más brillante Castella con la zurda que con la diestra. Y eso es novedad. Un aviso. Una estocada a morir pero soltando el engaño.
El quinto, grandón, veleto, cornipaso del derecho, bizco, bastante feo, salió frío y renco, se salió suelto del caballo -Pepe Doblado anduvo listo para cazarlo con dos puyazos arriba en otras tantas oleadas- y anduvo de acá para allá en correrías sospechas. Toro de varias caras, Castella le buscó las vueltas, lo sujetó con criterio de torero hecho y derecho, lo dejó planchado, se puso pesadito -otro aviso-, un pinchazo, estocada tendida y un descabello. No fue propiamente un combate. Pero cantó victoria Castella.